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«Opinión» La guerra de la diamantina

 

Por Berenice Sevilla

Todo empezó con un puño de diamantina rosa lanzada al rostro del titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Jesús Orta. Involuntariamente, este polvo brillante se convirtió en el símbolo de la exigencia de feministas en la Ciudad de México: Alto a la violencia contra las mujeres.

#NoMeCiudanMeViolan, aludiendo a las recientes agresiones de policías capitalinos hacia jovencitas menores de edad, y exigir la Alerta de Género en la Ciudad de México, fueron las principales demandas de las mujeres agrupadas en varias organizaciones. Y es que tan sólo en los primeros cuatro meses de este 2019 han sido asesinadas 1,199 mujeres por el simple hecho de ser mujer.

La respuesta de las autoridades locales no pudo ser más mediocre e incendiaria para las feministas: “No vamos a caer en provocaciones”, dijo la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, luego de la bomba de brillantina rosa en el rostro de Orta y vidrios rotos en las instalaciones de la PGJ capitalina.

“Las más violentas son las provocadoras”, argumentaba el Gobierno local en sus discursos. Sí, provocadoras, como también nos culpan de ser provocadoras por vestir minifalda o escote, por salir después de las 10:00 de la noche, por beber alcohol, por salir solas, por hacer válida nuestra sexualidad.

Una y otra vez se replica el discurso machista, ya sea por funcionarios públicos, los propios medios de comunicación y la sociedad misma; porque aunque el Poder cambie de color o rostro, las mujeres y sus derechos siempre estarán relegados. No por nada cada dos horas y media, en promedio, una mujer es asesinada.

El hartazgo y la desesperación hicieron que las  protestas subieran de tono –como también se han incrementado los feminicidios en el país, al día asesinan, violan, calcinan, apuñalan, a nueve mujeres y niñas- y el viernes  pasado lo que empezó entre consignas, diamantina y aerosol, terminó con 16 lesionados y daños a varios inmuebles de la zona centro.

“¡No es provocación, es indignación¡”: gritaban encabronadas quienes días antes fueron desacreditadas, borradas, burladas y repudiadas en una protesta legítima. Y en efecto, la protesta no es una provocación, es un grito desesperado que dice ¡No queremos ser una más! “No queremos que nuestra hermana, amiga, vecina, prima, compañera, el día de mañana sea asesinada”.

Y cómo no encabronarse, cómo no romper un vidrio, cómo no pintar una pared, cómo no lanzar una piedra cuando los gobiernos no las han escuchado, no las han protegido, cuando después de cada feminicidio se limitan a declarar: “esta muerte no quedará impune” y reina la impunidad.

Cómo no encabronarse cuando resultan más indignantes los graffitis en un pared, que el cuerpo de una mujer penetrado, maniatado, torturado, calcinado, violentado, descompuesto.

Cómo no encabronarse cuando la niña Fátima Quintana, de 12 años de edad, fue violada y torturada por tres hombres. Cuando aún con vida le sacaron un ojo y le tumbaron los dientes. Cuando sus agresores mutilaron su entrepierna y la apuñalaron en más de 70 ocasiones. Cuando su familia tuvo que huir ante la amenazas de los agresores.

Cómo no hacerse escuchar cuando en los últimos cuatro años las víctimas por feminicidio crecieron en un 97 por ciento.

Que bello sería ver a todo ese cuerpo de policías que protegieron las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Pública, buscando a una mujer cuando desaparece, cuando se lanza una Alerta Ámber o cuando se acude al Ministerio Público y la única respuesta que se obtiene es “seguramente se fue con el novio”. De enero a abril del presente año, 114 menores de cero a 17 años, fueron asesinadas. 

La lucha de las mujeres por conseguir sus derechos, y su validación dentro de la sociedad y la política, no ha sido fácil, nada se nos ha dado sin pelearlo en las calles. Como tampoco hoy se tornará fácil quitarse esa etiqueta de “violentas” -luego de la protesta del viernes 16- para deslegitimar un movimiento que le urge no sólo a la Ciudad de México, sino al país entero para detener esta masacre en contra del sector femenino.

Por ello, no hay que quitar la mirada del tema central de estas movilizaciones: detener la violencia de género en todos los escenarios. Porque es preferible derramar diamantina rosa, que ver la sangre derramada de un cuerpo que ya no llegó a casa.

Es un hecho, inició la guerra de la diamantina para hacer frente a la violencia, a la desacreditación, al puño certero, al cuchillo, a la bala, a la muerte.

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