Consideremos la distancia entre el ser y el deber ser. El primero es un asunto ontológico, el segundo debería de ser ético, aunque en nuestra sociedad se ha traducido como moral. Como sea, el primero debería de hablarnos del qué y el segundo del cómo y no viceversa, porque la identificación del problema exige hallar el mecanismo de solución. En estricto sentido, cuando tendemos al viraje y la superposición de elementos inconexos, ética y moral funcionan de manera diferente. El peligro comienza cuando la moral se vuelve inamovible: entonces se convierte en dogma.
Los dogmatismos anulan el pensamiento crítico. Imponen una sola visión de las situaciones, generan una visión única del tiempo, de su finalidad. Imponen también rumbo y construyen rutas vacías de tránsito. Cuando el tiempo es visto como progreso, cuando la moralidad se impone como avance hacia alguna parte, imaginaria o real, pero siempre ausente; entonces perdemos la capacidad de valorar el presente, de dudar, de cuestionar lo que existe bajo la premisa de que lo que hay en el futuro es siempre mejor, de que todo lo vivido en el aquí y el ahora es necesario dado que tenemos la obligación de proteger el destino. No importa aguantar este valle de lágrimas si al final hay vida eterna.
Los dogmatismos que se enfrentan a la ética como crítica, empapan de formas innumerables nuestra percepción del tiempo. El tiempo que ha ocupado todo el pensamiento occidental a lo largo de los siglos, sigue siendo en buena medida metáfora, donde todo lo que se presenta como real se fuga entre nuestros dedos, el tiempo se esfuma a cada instante imperceptiblemente y sólo podemos rastrear las breves huellas que nos regala en la existencia, ya como humanos a manera de canas y arrugas, ya como civilizaciones a manera de religiones y sistemas políticos. Es en el tiempo donde se deciden los cambios y es en la comprensión del cómo donde éstos encuentran su verdadera condición de posibilidad.
Tiempo es por lo tanto movimiento. La quietud infinita se nos plantea como eternidad y tiene una clase de atractivo perverso asociado a la muerte. Silencio absoluto, oscuridad-porque la luz es también movimiento-la quietud eterna se nos bosqueja como la nada, apenas imaginable, pero inalcanzable para el ser humano, que quiéralo o no terminará cayendo en ella al final de sus días. Pero la vida es otra cosa. El eros rebosante, el caliente aliento de la vida que habla del tiempo que pasa y nos atraviesa, como matándonos al empujarnos cada vez más cerca de la línea final, se opone a la quietud como quien cae lentamente en un abismo insalvable.
Imaginémonos entonces que la ética es esa energía que decide de qué piedra habremos de sostenernos para no morir. Si la respuesta se vuelve unívoca, nos conducirá definitivamente a la debacle. La moral dogmática es la elección de una única piedra: una que terminará por no soportar el peso, por desgastarse, por desprenderse de la pared y lanzar a quien ha puesto en ella sus esperanzas de sobrevivir, rumbo al vacío. No hay manera de salir vivo de la univocidad, porque el tiempo y el espacio acaban, porque lo que brilla siempre termina por volverse opaco, o como diría el filósofo José José, porque se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas y hasta la belleza cansa.
La inevitabilidad del movimiento exigida por la ética y el pensamiento crítico es apenas arreglo del tiempo, el tiempo mismo que exige a toda costa que el proceso de lo natural no sea trasgredido, que impone su límite ante la vida y el deseo y que es la escuadra que traza el camino de lo histórico. Responder al cómo es entender que no siempre lo que se desea es posible y que el deseo es más grande que lo humano por cuanto tiene de atemporal.
La realidad es imponente y se sumerge en lo que ya Octavio Paz o Adolfo Sánchez Vázquez intuían al definir, por ejemplo, al mexicano, e intuían porque lo relegaban a un esencialismo imaginario pero necesario para explicar lo que somos y que no acabamos de tener por asequible. Querían de alguna manera construir una imagen eterna que tuvo finalmente que desecharse, porque ni somos lo que fuimos ni menos lo que seremos. Sin saber con exactitud qué es ser mexicano, los filósofos construían el tiempo en el imaginario tan solo con algunas pistas que nos llenan de orgullo y otras tantas que nos lastiman y nos hieren al ser los mexicanos igualmente amantes de lo picante, del mariachi, Chavela Vargas y Xochimilco; que, de los moches, el gandallismo, de chingar al otro y buscar a toda costa chingar sin permitir que nos chinguen. Y el que no lo crea que abra las redes sociales un rato y se dé cuenta de que hasta el discurso más pacífico siempre termina optando por la violencia. Triste elección de dogmatismo que atenta contra lo vital.
El tiempo es juez cruel, pero justo. Nada sucede al margen de su voluntad, nada es capaz de empequeñecerlo u obligarlo a trabajar a su antojo y con arreglo a su dinámica. Si queremos escapar de la quietud, pongamos a trabajar la maquinaria, vayamos por ahí y leamos un buen libro, tengamos una charla con algún desconocido, caminemos por lugares que no conocemos buscando las pistas de cómo viven los demás. Atrevámonos a romper la burbuja que nos nubla la conciencia y el espacio. Sin duda, esa es la mejor manera de inyectarle a la vida el dinamismo que el tiempo exige, de librar los dogmatismos y de ser seres más humanos. Que brille la conciencia ante la moral que se quiere convertir en verdad única, que ninguna vejación se legitime en lo socialmente aceptado. Y en el último trago nos vamos.
Manchamanteles
El día de ayer, en Yautepec, primera capital del Estado de Morelos que en este año conmemora CL años de su constitución, un grupo de cronistas, historiadores y artistas, acompañados por ciudadanos, se dieron cita para reflexionar acerca del vaivén de la administración política del otrora territorio del Estado de México, una consecuencia de las disputas entre las élites económicas, políticas y militares de liberales y conservadores en el México del siglo XIX. Un día como ayer de 1869, en el pueblo donde Ignacio Manuel Altamirano se inspiró para escribir su novela El Zarco, se instaló la primera legislatura constitucional y constituyente. Los diputados no asistieron, estaban de vacaciones. Asistimos a la pérdida de las formas obvias del quehacer político, la obligación. El ejercicio de conmemorar es un derecho colectivo, ayer Yautepec lo ejerció más allá de la efeméride porque con su presencia, todas las personas que asistieron nos han manifestado que, de esa manera, el pasado es siempre presente, es resistencia contra el olvido.
Narciso el Obsceno
¿Moral y narcisismo? La llevada y traída, “modernidad”, nos descalabra desde cualquiera de sus posiciones ideológicas, al hacernos creer que hemos tocado la cúspide del narcisismo total, producto de la ganancia y el derroche individual. Marie-France Hirigoyen, psiquiatra francesa señala en su libro The Narcissus publicado advierte que es la “invasión de la sociedad por sí mismo”, desmarcándose del narcisismo que construye la autoestima o la confianza en sí mismo, y en el otro. De pronto nos vemos ante un narcisismo malsano, exacerbado y cuyas disímiles formas serían hermoseadas por el sistema. Así la moral se modifica un sinnúmero de veces como cabeza de hidra para que la sociedad reconozca cada vez más a los seres “idóneos” para dominar en menoscabo de otros los que impone en cualquier tipo de poder, a esos que son los “legítimos triunfadores” de aún no sabemos qué. ¿winner vs loser? ¿Una ética del deber ser? o ¿Una ética del deseo?