A Liébano Sáenz en su cumpleaños, apostando por un infatigable espíritu jovial que, a veces, envidiablemente, se traslapa con lo millennial.
“Odiar el presente es como odiarnos a nosotros mismos”
Ágnes Heller
La filosofía de las últimas décadas perdió, el viernes pasado, una de sus mentes más brillantes, la pensadora húngara Ágnes Heller. Nacida en Budapest en 1929 y autora de La revolución de la vida cotidiana y de la Teoría de las necesidades en Marx, fue sin duda una de las filósofas y sociólogas cuya huella marcó más hondamente la segunda mitad del siglo XX. Sobreviviente del Holocausto y de la represión política en la Unión Soviética sucedida durante la era estalinista, Heller dedicó gran parte de su obra al estudio de la vida cotidiana, aspirando a descifrar su estructura y retando las preconcepciones más comunes en torno a este tópico. Lo cotidiano es un heterodoxo laberinto al que pertenecemos y en el caminamos desde distintos símbolos e imaginarios que constituyen nuestro cosmos.
No es falaz arriesgarnos a decir que el quiebre de lo cotidiano siguiendo a Heller, está marcado por los grandes momentos de alegría o tristeza—instantes eternos—en los que se juega el placer y el dolor de manera dialéctica como la vida misma. Recientemente al hablar con mi abuela nonagenaria me planteaba su disyuntiva existencial en lo que parecen ser las últimas “barridas” y “ochos” al chirriar del bandoneón de sus últimos tangos, a los que amó desde su juventud en Buenos Aires. Lista para partir al otro barrio al malévolo, al callejón de sombras, la abuela me preguntaba con la salud mermada en su totalidad y cansada de su cotidianeidad, pero con una lucidez creciente: ¿qué es mejor, vivir sedada, cual vegetal algún tiempo más o aprender a vivir con dolor, pero ver el sol todas las mañanas como un símbolo de que estoy viva? Sin duda la pregunta me rebasó y también entendí que en realidad no esperaba una respuesta, cuando sin darme espacio a tomar aire, aseveró: “aprender a vivir con dolor”. Es indudable que como lo indica Ágnes Heller, hay que plantarse en la cuesta de la vida desde una única salida, la vitalidad, ésa a la que Goethe en su gran Fausto convocara: “Aquellos que ven en cada desilusión un estímulo para mayores conquistas, ésos poseen el recto punto de vista para con la vida.” Innegable es pues que este breve resquicio que es jugarse como ser, es donde aparece la dignidad y la existencia misma de la condición humana.
Con respecto a la vida cotidiana para Heller, ésta no se limitaba a la noción de lo diario y su estudio no arrojaba únicamente información sobre la vida de cada persona, sino también sobre las tensiones y los vínculos comprendidos en las esferas económica y social. Las necesidades de un individuo son también las necesidades de una comunidad, se dan a partir de la formación de la individualidad que se construye. El tejido completo, nos lo reveló la filósofa, mostrando la falsa idea del egoísmo que a veces se plantea el deber ser ¿Qué hay detrás de actos tan simples como la elección de un traje o de un vestido, la utilización de los cubiertos a la hora de la comida, el propio arreglo del cabello y de las uñas? ¿Pueden esas acciones ser explicadas sin poner el lente en las relaciones que rodean a la persona que las ejecuta? Heller pensaba que no. Por ello dijo muchas veces que: “No tiene interés la tecnología que no nos ayude a mejorar la calidad de vida”.
La socióloga analizó la espontaneidad de las acciones humanas como un componente fundamental de la vida cotidiana, generador de una serie de conductas automáticas. Notó, sin embargo, que no todas las actividades cotidianas son espontáneas al mismo nivel, dado que si así fuera, nuestras sociedades no podrían funcionar, no podrían reproducirse y sus sistemas de producción se verían estropeados. Arrojó entonces luz sobre lo que podría aparecer en la teoría una tensión: la vida cotidiana es repetitiva y monótona, pero a la vez se sirve de la espontaneidad como combustible. ¿Es esto una contradicción?, para Heller significaba lo contrario: la repetición se encontraba en una relación de mutua implicación con la espontaneidad. Analizándolo con un lente más estricto, nuestras acciones, por monótonas que parezcan, no son nunca idénticas un día tras otro de la misma forma en que un río nunca vuelve a ser el mismo. Si no fuéramos espontáneamente capaces de resolver nuestro día a día, a pesar de las complicaciones que en todo momento pretenden sacarnos de nuestra zona de confort, el mundo humano simplemente se detendría.
Es cierto que nuestras vidas a veces parecen abrumadoramente similares, diferenciadas apenas por detalles sutiles que nos hacen preguntarnos si somos realmente libres, individuales, o simplemente una pieza más del engranaje colectivo. Es a través de la apropiación de la cotidianidad, indica Heller, que cada uno puede construir su individualidad y su subjetividad alterna, poniéndole a esas acciones compartidas el sello que las particularice. Esta apropiación, sin embargo, no es cosa fácil y es por ello que, aun cuando socialmente se supone que perseguimos la libertad o la emancipación, la vida cotidiana nos aleja de alcanzar estos objetivos. Generar un cambio en las estructuras sociales, apuntó, implica primero generar un cambio en la propia individualidad.
Heller empezó su camino filosófico como una heredera del marxismo siendo discípula Georg Lukács de quien se separaría años más tarde. La autora de Sociología de la vida cotidiana e Historia y futuro ¿sobrevivirá la modernidad? también dedicó una parte importante de su obra a teorizar en torno a la Ilustración y cómo esta época de amor hacia la belleza y la razón fue desterrada por una era de regímenes totalitarios que verían nacer los peores horrores de la historia moderna. Heller es decisiva, congruente y precisa en su pensamiento: “El relativismo no conoce la práctica de tomar responsabilidades por sus verdades. Cuando digo la verdad, me refiero a la verdad subjetiva, a las subjetividades. “
Además de filósofa y socióloga, Ágnes Heller fue una férrea defensora del feminismo y del movimiento por los derechos humanos. El movimiento feminista, según declaró en una entrevista, “es la única revolución que no considero problemática y es la mayor de nuestro tiempo, porque no es una movilización contra un periodo histórico, sino contra todos los periodos. La única totalmente positiva, tal vez junto al desarrollo de los derechos humanos”. No cabe duda de que el mundo pierde a una importante pensadora; habrá que hacer justicia a sus aportaciones acudiendo oportunamente a su obra.
Manchamanteles
El 19 de julio se estrenó el live action de El Rey León, con lo que se agrega un filme más a las nuevas versiones de los clásicos de Disney, refriteados para tocar tanto las sensibilidades y nostalgias de los padres, como el candor de los pequeños. En la mayoría de sus versiones, exceptuando quizá un poco las historias de Alicia y Maléfica; los cambios en las versiones live action son apenas mínimos. La de Aladdin es prueba del extraño injerto al que se enfrentan las historias de Disney, pues ni con cambiar el final y hacer de Jazmín una poderosa sultana, lo que responde a las múltiples críticas efectuadas desde el feminismo a la idea de la princesa indefensa de las películas ya conocidas, fue posible abandonar del todo clichés sobre los personajes serviles, las ideas de masculinidad y feminidad, el derroche, la pobreza o la villanía. Lo mismo ha ocurrido en la mayoría de las versiones y El Rey León no es la excepción, pues se repite la misma historia en que el personaje despreocupado de Simba vuelve una vez más a salvar un mundo indefenso de mujeres oprimidas que dependen del héroe como símbolo de transformación. ¿Será que es momento de construir nuevas historias que de verdad reflejen transformaciones simbólicas profundas?, ¿o es que tal vez somos incapaces de abandonar los viejos arquetipos para no tener que enfrentarnos con la frustración del vacío?
Narciso el Obsceno
¿Lo cotidiano y el narcisismo? La sociedad de nuestros días está invadida por flamantes medios de comunicación, desde la televisión, la radio, la prensa y sobre todo las redes sociales, con el auge del Internet, algunos sostienen la falacia de que “quien no está en las redes no existe”. El caso es que estamos ante poderosas “cajas de resonancia” de una civilización profundamente endocéntrica que grita de todas las formas posibles “¡mira el hito que soy!”. Pero la gente cotidiana no tiene tiempo porque también se está mirando a sí misma. Tiempos interesantes para plantear la relación del sujeto y la sociedad.