Si algún día se vieran ante la disyuntiva de disfrutar uno solo de los alimentos más deseados de la tierra, como el café, el picante, el chocolate o el vino, ¿con cuál se quedarían? Al cuestionarme lo mismo, la respuesta que de inmediato viene a mi mente es el café.
Esta pregunta podría parecer ser bastante ociosa –más en estos tiempos de austeridad–, a no ser por lo que auguran dos noticias sobre el café con las que me topé esta semana.
Una de ellas daba cuenta de la “crisis del café” debido una drástica caída en la producción del grano en los últimos dos años, un hecho que trae consigo consecuencias dramáticas para todos los implicados en la cadena productiva, especialmente para las cerca de 21 millones de familias que viven del café alrededor del mundo.
De acuerdo con la Organización Internacional del Café, en mayo pasado el valor del grano cayó a su punto más bajo en diez años, con un valor equivalente a menos de 1 dolar por libra, por lo que se ha generado una sensación de incertidumbre en los productores, principalmente en aquellos que cultivan a pequeña escala.
Según el informe dado a conocer por dicha organización –durante el Foro Mundial de Productores de Café, celebrado esta semana en Sao Paulo–, la razón de esta crisis es multifactorial, pero responde en gran medida a la sobreproducción del grano en Brasil y la irrupción de Vietnam como país que suministra la quinta parte de la demanda mundial con una mano de obra más barata.
La otros factores tienen que ver con los problemas relacionados con el cambio climático, como la deforestación y las sequías que golpean en mayor medida a productores de los países más pobres, como los centroamericanos y africanos.
Sabemos que el café crece en una franja específica de la tierra, y por ello el aumento en las temperaturas o las lluvias atípicas afectan seriamente su producción, al modificar el hábitat en que se ha desarrollado.
A pesar de que la demanda del consumidor en Estados Unidos, Europa y Asia sigue al alza, los productores son los menos beneficiados, pues reciben sólo 1 por ciento de las ganancias del producto final. Por cada vaso de café comercial (tipo Starbucks) vendido en unos 4.50 dólares, sólo 0.50 centavos equivalen al costo del café, el cual a su vez se fracciona dentro de la cadena.
Como podrán ver, si la producción mundial sigue disminuyendo, nuestra taza matutina de café podría convertirse en un lujo, y lo que es peor, su precio no necesariamente se reflejaría en un mejor sabor.
La otra noticia –igual de angustiante– tiene que ver con una de mis prácticas recurrentes: tomar café en ayunas. De seguir haciéndolo, estaría poniendo el alto riesgo mi salud, pues se ha confirmado que si bien ingerir cafeína en cuanto despertamos eleva nuestra energía, también puede provocarnos serias enfermedades digestivas al acelerar la producción de ácidos en el estómago e inhibir el cortisol.
Pero, ¿qué podemos hacer los amantes del café –simples mortales– ante estos dos hechos?
Primero, ser exigentes y promotores del consumo, porque si bien somos un país productor importante, en cuanto al consumo no llegamos ni al kilo y medio anual per cápita.
Sobre este hecho, dos, pensar más allá del producto. Es decir, informarse sobre el origen, quién y cómo se produce, bajo qué condiciones, etcétera.
Tres, apostar por la oferta nacional y no sólo del grano, también del local. Sé bien que en algunas zonas es difícil encontrar “cafecitos” de camino al trabajo, y por eso a veces no queda más remedio que entrar a la cadena de la sirena verde. Sin embargo, los cafés de barrio siguen proliferando aquí y allá.
Cuatro, diversificar las opciones. No nos casemos con las marcas famosas o más publicitadas. Ahora, hasta en el súper hay marcas emergentes que sí podemos apoyar.
Y cinco, desayunar sí o sí antes de disfrutar nuestra primera taza del día. Definitivamente no, no podría vivir sin café. ¿Ustedes sí?