“La curiosidad, el amor al reto, la necesidad de lograr algo distinto y una gloriosa chifladura forman
parte de la condición humana-“.
Rosa Montero
A Jeannette Gorn, con amor.
La semana pasada, la escritora Rosa Montero (Madrid 1951) replicó la alerta: los totalitarismos basados en el odio están avanzando y poniendo en peligro la democracia. La escritora hispana presentó su más reciente obra en el marco de la Semana Negra de Gijón 2019, un festival de novela negra que se celebra en Asturias desde hace veinticinco años, aprovechando para hablar del contexto político y social que atraviesa el mundo en nuestra época. Los tiempos del odio (2018) es una novela de ciencia ficción de la también autora de Instrucciones para salvar el mundo (2008) e Historia del rey transparente (2005) en la que los extremismos dogmáticos y el fanatismo amenazan la paz y la seguridad de la ciudadanía. Montero a lo largo de su obra toca las fibras más delicadas de la psique y sus pandemias actuales (la ansiedad, la soledad, el amor, el miedo, y la muerte). Las palabras y la obra de Montero son sin duda un buen pretexto para hablar sobre las distintas formas de violencia que, durante los últimos años, han invadido la escena política y mediática de distintas partes del mundo.
Los tiempos del odio es la última parte de una trilogía escrita por Montero desde el personaje de Bruna Husky. Se trata de una serie de novelas de ciencia ficción, un género que tradicionalmente ha servido para explorar los aspectos más tóxicos del presente llevándolos en el futuro, que tienen lugar en un ambiente contaminado por el populismo, “los excesos del poder y el horror de los dogmas”. La autora ha revelado que esta obra se encuentra directamente inspirada en nuestra realidad actual y en el avance de los totalitarismos en el mundo. Material no puede faltarle, la llegada al poder de personajes como Donald Trump o Jair Bolsonaro, así como el coqueteo del electorado europeo con opciones de ultraderecha como Vox y Rassemblement National (el partido de Marine Le Pen), deben ser una basta inspiración para imaginar futuros distópicos en donde los derechos humanos son reducidos a un recuerdo.
Montero ha utilizado la ficción para hacer una radiografía de los totalitarismos, haciendo énfasis en que estos pueden ser “laicos o religiosos, pueden ser de extrema derecha o extrema izquierda, no son racionales y por tanto necesitan un enemigo para construir la visión de odio”. Esta construcción suele echar mano de los prejuicios y estereotipos que las sociedades tienen en contra de grupos específicos, como las personas negras, latinas, migrantes o pertenecientes a algún grupo marginado a través de la historia. Estos estigmas son aprovechados por quienes buscan el botín político detrás del que Montero considera “un momento complicado caracterizado por el descrédito del sistema democrático, la añoranza de los totalitarismos y la ampliación de la brecha entre pobres y ricos”.
El odio no es un virus nuevo en las sociedades humanas y Montero lo reconoce. “Yo creo que ya en las épocas de las cavernas había trogloditas que, algunos como sistema de convivencia utilizaban la compasión y el poder satisfacer las necesidades del ajeno, mientras que había otros que como sistema de supervivencia se aprovechaban de los demás”, reflexionó en su participación en la Semana Negra. Es verdad, los impulsos dictatoriales de los individuos que quieren sostener sus privilegios a costa de la miseria de los otros no son nuevos. Sí lo son, sin embargo, las herramientas que hoy tienen a su alcance para perpetuarse. Podemos identificar a simple vista por lo menos dos de ellas, bastante grandes y efectivas: el control de los medios de comunicación y la difusión de información manipulada a través de las redes sociales.
Tanto el caso brasileño como el estadounidense son grandes ejemplos del uso de esas herramientas. Cadenas como Fox News fueron piezas clave para que Trump pudiera difundir todo tipo de chismes en contra de su contrincante demócrata en las elecciones de 2016. No, Hillary Clinton no es un angelito, pero ¿era todo lo que la televisión decía que era? Probablemente no. Lo mismo sucedió en Brasil, un país controlado mediáticamente por empresas privadas, como México, donde hay poco espacio para lo independiente y para los medios públicos. Este panorama fue el que permitió generar una campaña para enlodar a figuras como Dilma Rousseff y Lula Da Silva. ¿Que ambos personajes han tenido errores? Probablemente. Pero lo cierto es que la imagen negativa que en Brasil se tiene de ellos responde mucho más a la campaña negra montada en su contra por parte de los medios masivos que a sus propias equivocaciones. La otra herramienta está en las redes sociales, que tan bien han funcionado para difundir chismes en contra de los adversarios políticos. Así se hizo en Estados Unidos y así se hizo en Brasil. Y ojo: así se opera en todo el mundo.
Montero reconoce que no hemos llegado aquí por casualidad, éste es el resultado de la mayor crisis que el sistema económico experimentó en los últimos tiempos, la del 2008. “Estamos de verdad en tiempos de odio y esto de ahora ha salido de la última crisis, ya que hemos salido de ella con el empobrecimiento del 25 por ciento de la población mundial, los responsables de la crisis no han sido penados y se ha incrementado mucho la distancia entre los ricos y pobres”, denunció la escritora. Los tiempos del odio seguirán moviendo a las masas, sin importar su clase social ni si han tenido acceso o no a la educación. Si no somos conscientes de cómo operan sus mecanismos dentro de cada uno de nosotros, como individuos, alertas como la emitida por Montero caerán en saco roto.
Manchamanteles
Ya Rosa Montero, nos ha llevado de muchas maneras a preguntarnos sobre lo que pasa en la sociedad de nuestros días de una manera que tan terriblemente sutil como severa que resulta un afrodisiaco para asimilar el dolor que nos agobia, que no es otro que el de nuestra realidad, esa que evoca el sentir de un “todos” y la intimidad de “uno”. Tema a la que figuras como Zygmunt Bauman han dedicado largos tratados. Montero aquí nos deja un claro y enternecedor pasaje en torno a la soledad, esa también muy de moda en el ser de nuestros días en su libro La ridícula idea de no volver a verte (2013): “Porque la característica esencial de lo que llamamos locura es la soledad, pero una soledad monumental. Una soledad tan grande que no cabe dentro de la palabra soledad y que uno no puede ni llegar a imaginar si no ha estado ahí. Es sentir que te has desconectado del mundo, que no te van a poder entender, que no tienes #Palabras para expresarte. Es como hablar un lenguaje que nadie más conoce. Es ser un astronauta flotando a la deriva en la vastedad negra y vacía del espacio exterior. De ese tamaño de soledad estoy hablando. Y resulta que, en el verdadero dolor, en el dolor-alud, sucede algo semejante. Aunque la sensación de desconexión no sea tan extrema, tampoco puedes compartir ni explicar tu sufrimiento. Ya lo dice la sabiduría popular: Fulanito se volvió loco de dolor. La pena aguda es una enajenación. Te callas y te encierras”.
Narciso el Obsceno
En el mundo occidental la vejez es una afrenta al narcisismo, porque se ha inventado una pirámide en donde los viejos se sacralizan o se enajenan. Se vuelven parte de los “sin deseo”. Pero ello es por sí mismo una rotunda deslealtad a la vida y se le impone el veto de la resignación. Lo cierto es que Narciso sabe que para el deseo no hay edades. Digamos que los seres no tenemos fecha de caducidad. Como diría el clásico poeta Francisco de Quevedo: “polvo seremos más polvo enamorado”.