Por Gustavo Garibay
¿Acaso de verdad se vive en la tierra?
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra,
Aunque sea oro se desgasta,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
Nezahualcóyotl
“Para guiar a los hombres que aquí habrían de vivir era necesario rescatar la raíz de la antigua cultura, el testimonio del recuerdo, la conciencia de la historia”. Ésa ha sido la premisa que condujo la empresa intelectual de Miguel León-Portilla, un apasionado investigador de la historia de México, narrador maestro y cronista de sus augurios y enigmas.
Nacido en 1926 en la Ciudad de México, el pasado 22 de febrero cumplió 93 años, Don Miguel estudió en Guadalajara y en la Universidad Loyola de Los Ángeles, donde obtuvo su título de Master of Arts con la tesis Las dos fuentes de la moral y la religión (1932), por la que obtuvo una mención Summa cum Laude. Este trabajo estuvo influenciado por la obra de Henri Bergson, específicamente por el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889) y Materia y memoria (1896), que despertaron su interés por la antropología y la historia.
En 1956 obtuvo su doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México, con la tesis La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, bajo la dirección de uno de los hombres más eruditos que ha dado México, el sacerdote Ángel María Garibay, a quien conoció por otro de sus grandes maestros, Manuel Gamio, considerado el padre de la antropología moderna en México. Garibay era filólogo, historiador, nahuatlato, traductor del griego clásico de todas las tragedias y comedias de Sófocles, Esquilo, Eurípides y Aristófanes; editó la Historia general de las cosas de la nueva España de Fray Bernardino de Sahagún, la Historia de Nueva España de fray Diego Durán y la Historia antigua y de la conquista de México de Manuel Orozco y Berra. Según el mismo León-Portilla, ese acompañamiento intelectual le dio una perspectiva vital y universal acerca de la lengua materna como vehículo portador de las memorias colectivas de los pueblos, de la herencia y la tradición.
Como lo escribió uno de sus mejores interlocutores, Octavio Paz: “los admirables trabajos de Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, que nos han revelado un mundo de imágenes y pensamientos de extraordinaria riqueza, han contribuido a popularizar y justificar lo que llamaría el punto de vista náhuatl. Tenemos una idea bastante completa del periodo mexica y es legítimo compararlo con una atalaya desde la cual podemos contemplar un paisaje que se extiende durante milenios.”
León-Portilla siempre ha sido un hombre cercano al pueblo: innumerables son sus conferencias, congresos, charlas y visitas a los pueblos originarios de todo el continente americano. En México, es notable su inclinación por los de tradición nahua en Guerrero, Hidalgo, Estado de México y Morelos, específicamente en Xochimilco, Milpa Alta y Tlalnepantla, donde ha mantenido un estrecho intercambio con algunos nahuatlatos como Natalio Hernández, Víctor de la Cruz, Librado Silva, Jacinto Arias, Francisco Morales, Ignacio Silva, Ireneo Rojas y Víctor Zapoteco. Junto a Rodolfo Stavenhagen y Carlos Montemayor, fue miembro honorario de la Asociación Nacional de Escritores en Lenguas Indígenas.
Miguel León-Portilla ha sido un historiador tierra adentro. Su espléndida memoria y lucidez, acompañada de su permanente solidaridad como postura ética y política hacia los otros, le han llevado a formar, no sin diferencias, a una buena parte de las generaciones de historiadores y de otras disciplinas de la segunda mitad del siglo XX, entre ellos, personajes como Beatriz de la Fuente, Roberto Moreno de los Arcos, Arturo Warman, Alfredo López Austin, Mercedes de la Garza, Alejandra Moreno Toscano, Federico Navarrete, Thelma Sullivan, Birgitta Leander, José María Muriá, Víctor M. Castillo, Jacqueline de Durand-Forest, Patrick Johansson, entre otros. Uno de los últimos actos del historiador, lingüista, antropólogo, etnólogo y filósofo ha sido un gesto de generosidad al sumarse, junto a Cristina Barros, Horacio Franco, Elena Poniatowska, Carlos Pellicer y Arturo Beristaín, al Consejo asesor de la iniciativa Memoria Histórica y Cultural de México, impulsada por la Doctora Beatriz Gutiérrez Müller y el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.
Una vida, una trayectoria
Don Miguel León-Portilla ha sido un hombre cuya trayectoria intelectual le llevó a ser reconocido con las más altas distinciones, reconocimientos y méritos académicos, entre ellos profesor de la Facultad de Filosofía y Letras e investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM (1957); miembro de la Academia Mexicana de la lengua, silla VII, ocupante 9º (1962); miembro de la Academia Mexicana de la Historia, sillón 17 (1969); miembro de El Colegio Nacional (1971), en donde su ponencia de ingreso fue La historia y los historiadores en el México antiguo, recibido con el discurso del célebre Agustín Yáñez; miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM (1976-1986); investigador emérito de la UNAM (1988); miembro de la Asociación Americana de Antropología; consejero dl Instituto de Civilizaciones Diferentes, Bruselas, Bélgica; medalla Belisario Domínguez en 1995. También recibió innumerables doctorados honoris causa en letras, historia, filosofía, dentro de México y en el extranjero por parte de instituciones como la Southern Methodist University, Dallas, Texas (1980); la Universidad de Tel Aviv (1987); la Université Toulouse Le Mirail, Francia (1990); Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia (1994); Brown University, Providence, Rhode Island (1996); Universidad Carolina de Praga (2000); San Diego State University (2002); Pontificia Universidad católica del Perú (2003); Universidad de Alcalá de Henares, España (2010), y de la Universidad de Sevilla (2017).
En 2013, el autor de obras como Hernán Cortés y la Mar del Sur (1985), Quince poetas del mundo náhuatl (1993), Bernardino de Sahagún, pionero de la antropología (1999), fue la primera persona no estadounidense en recibir el Premio Leyenda Viva, otorgado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos por sus aportaciones a la diversidad del patrimonio cultural y el esclarecimiento de una filosofía indígena. Esa tradición, advertida por León-Portilla junto a personajes como Luis Villoro, Carlos Lenkersdorf y Leopoldo Zea, analizada y puesta en valor, ha contribuido al reconocimiento de esa fuerza cultural de la identidad mexicana y el indigenismo bajo la perspectiva del multiculturalismo y la descolonización.
Hace algunos años, en el prólogo del libro Historiografía. Herencias y Nuevas Aportaciones, Don Miguel escribió con humor que México estaba recolonizando Estados Unidos, con nuestra presencia migrante y todas sus expresiones culturales del otro lado de la frontera.
Combates por la historia
A la luz de su presencia, nos queda su legado. Hay un par de títulos imprescindibles para acercarse a la portentosa y erudita obra de León Portilla, como Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, que sirve de base para anunciar desde 1969 su programa de investigación como hermeneuta de la palabra: “civilización con no escasa historia fue la del México antiguo. Sus sabios dejaron testimonio de su pensamiento acerca de sí mismos y del acontecer de las cosas humanas, vida y muerte, siempre en relación esencial con la divinidad. Los códices o libros de pinturas, sus teotícuatl, cantos divinos, los icnocuícatl, poemas de honda reflexión, los huehuetlatolli, palabra de ancianos y, como otro ejemplo, el contenido de los xiuhámatl o anales, dan prueba de la existencia de esa antigua tradición que ha llegado hasta nosotros”; y su tesis doctoral, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes(1956), un estudio de vanguardia a partir de más de 90 fuentes sobre el quehacer y el pensamiento de los Tlamatimine, los conocedores del ser de las cosas en la naturaleza y en el universo pero también en el yo interior y la consciencia a través de la noción “estar de pie” al no tener cimiento o raíz, son las personas poseedoras de la tinta negra y la tinta roja dedicadas al saber y a la reflexión de la existencia: la verdad, la moral, la belleza, la palabra y la religión.
Mención especial merece Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, el best seller de la UNAM, reeditado más de veinte veces y traducido al inglés, francés, italiano, alemán, portugués, sueco, catalán, polaco, hebreo, húngaro, chino, japonés, serbo-croata, e incluso al braille, que en palabras de José Emilio Pacheco “es ya un libro clásico y una obra indispensable para todos los mexicanos” que en su última edición( 2008) incorpora dos nuevos capítulos, en los que recupera expresiones y actos de resistencia en náhuatl, los capítulos XVI y XVII, intitulados como “Tlaxcaltecáyotll. Evocación del final de una forma de vida”, y “Lo que siguió”, reuniendo un canto en donde se mencionan los nombres de algunos personajes durante el enfrentamiento del sitio de Tenochtitlán y un documento que varios nobles mexicas que en 1556 dirigieron una carta a quien llegaría a ser Felipe II para denunciar los agravios de que eran objeto los pueblos indígenas, o los manifiestos en náhuatl de Emiliano Zapata en 1918. Desde un enfoque contemporáneo, para un país en donde las distancias del mundo de la academia con la realidad suelen ser recurrentes, esa reconsideración fue un gesto ético de justicia intelectual en el México de las desigualdades sociales y la pobreza extrema.
En noviembre del año pasado,Don Miguel nos recordó que la solución al problema de la pobreza en nuestro país “(…) no es regalar dinero, pues éste no les sirve para nada. Hay que brindarles la posibilidad de ponerse de pie, de ser dueños de su destino (…).” Y aseveró que ‘‘la historia humana es una historia de conquistas. Las guerras han seguido y seguirán, lamentablemente. Cuando Alexander de Humboldt vino a México en 1803 dijo que no existía otro país donde el contraste entre la riqueza y la pobreza era más pavoroso. Esto se debía, escribió, a cierta indolencia de los indígenas y a la terrible voracidad de los no indígenas.”
Desde hace tres años, el INAH puso a disposición del público México-Tenochtitlan: su espacio y tiempo sagrados (1978), junto a la obra de otros historiadores y arqueólogos eminentes, descubridores y estudiosos del pasado mesoamericano como Ignacio Marquina, Alfonso Caso, Manuel Gamio, Román Piña Chan, Enrique Nalda, Beatriz Barba de Piña Chan, Baltazar Brito, Enrique Florescano, Roberto García Moll, Joaquín García-Bárcena, Yólotl González Torres, Leonardo López Luján, Ma. Consuelo Maquívar, Guadalupe Mastache Flores, Eduardo Matos Moctezuma, Margarita Nolasco, Constantino Reyes-Valerio y Alberto Ruz Lhuillier. Resalto esa obra por sus disquisiciones en la introducción sobre el contexto de su propia producción historiográfica; es la época del marxismo y el triunfo de la historia económica bajo la influencia de la Escuela de los Annales, que desplazó la historia centrada en el individuo y los acontecimientos políticos para acercarse a las grandes estructuras y sus procesos desde diversas metodologías a partir de las Ciencias Sociales.
Contra las objeciones al “tratamiento literario de un aspecto de la superestructura cultural mexica”, el mesoamericanista argumenta con vehemencia que “en toda investigación histórica, lo socioeconómico o valiéndonos de una expresión cuyo sentido ampliamos aquí al máximo, el todo social, ha de estar, por lo menos, como algo implícito, como pre- supuesto insoslayable en la conciencia de quien se ocupa de tal o cual tema en particular. Ello es válido a propósito de la más extensa gama de cuestiones, desde el estudio de los modos de producción hasta el de los mitos, cosmovisión, arte, religión, literatura, historiografía, derecho, etcétera, según existieron en cualquier ámbito cultural.”
Esos lugares epistemológicos sobre esa complejidad del “todo social” evidencian el trabajo hermenéutico del que no puede prescindir el conocimiento histórico desde la filosofía, la teoría y la historiografía para comprender el pasado, pues como él mismo lo refiere “resulta imposible postular la existencia de compartimentos estancos en el ser histórico de una cultura, que sólo ejercieran influencia en otros sectores del todo social, pero que en nada o en muy poco se vieran afectados por las que se muestran como otras formas de desarrollo dentro del mismo todo. Proclamar así que “sociedad y economía” es lo que en realidad existe, soslayando a la par el significado que, por sí mismas, tienen otras manifestaciones culturales, como las que se consideran creaciones espirituales, refleja entonces dogmatismo o ingenuidad.”
No se equivoca Don Miguel: esos afanes de legitimidad y de objetividad cientificista han sido la guía y el laberinto de la Historia frente a la historia. Hay pues una condición subjetiva inherente en el oficio de historiar que se diluye un poco a través del rigor y la claridad, signos fehacientes de la prolífica obra de León-Portilla, y algo más como él mismo lo escribió: “la conciencia tiene el privilegio maravilloso —y misterioso— de abarcar duraciones y asimismo de recordarlas. Soy un historiador y éste ha sido mi quehacer principal. Otros lo han juzgado en parte al menos. Aún no se cierra el libro. El Dador de la Vida me mantiene en su libro de pinturas; me hace existir con sus flores y cantos; un día, como a todos, con su tinta negra habrá de marcar mi fin. Ojalá que, como también lo pensaron los sabios del mundo náhuatl, pueda decir yo ‘no acabarán mis flores, no acabarán mis cantos; los hago llegar a la casa del ave de plumas rojas y azules’, allá donde está el que, sin ser Él mismo historia, es quien la hace posible y a la postre le da un sentido.”