“Doctora, mi vida ha sido un caos. He tenido fracasos sentimentales, tengo un carácter muy especial, exploto con facilidad, tengo poca tolerancia y vivo eternamente enojada. Desde que era adolescente he buscado en el alcohol un refugio a todas esas cosas negativas que me han atormentando. Con el alcohol disfruto, me siento guapa, sexi, se me quita la timidez y me siento poderosa. Pero de la euforia etílica paso a la depresión, me siento una cucaracha. Estoy aquí para decirle que necesito cambiar, porque la verdad estoy muy mal”.
La doctora -experta en adicciones- le dice a la afligida mujer: “Pues creo que no estás tan mal, mira que tener el valor de reconocer todo eso que me dices, en verdad sí te hará cambiar. Necesitamos ver qué te ha orillado a esa conducta y si es necesario pues hay medicamentos para ayudarte a mejorar tu estado de salud físico y mental. Pero lo más importante, es ver qué te empuja al alcohol y a la autodestrucción. No te preocupes vas a salir muy rápido del atolladero. Me preocuparía si todo eso que me dices que te pasa lo comentaran todos a tu alrededor y tú me dijeras que no es cierto, que todo está bien. La persona cuando realmente están mal, está en una negación absoluta, todo el mundo está mal, menos ella”.
La psiquiatra, académica de la UNAM, toda una autoridad en materia de adicciones me dice, tal vez una frase trillada en relación a las personas que sufren algún problema adictivo: el éxito de la recuperación es a partir del reconocimiento personal de que se está en un problema, de nada sirven medicamentos y terapias sino se parte de esa aceptación de vulnerabilidad para efectivamente poder cambiar. Son normales las recaídas, pero solo alguien que tiene ganas de salir del problema, está dispuesto a dejar ayudarse. Esa es la regla de oro.
El valor de reconocer fortalezas y debilidades, diría que es una gran virtud que ayuda a los seres humanos a crecer, sortear toda clase de adversidades o retos, como le quieran llamar. Desde un problema de adicciones hasta enfrentar un desafío profesional o empresarial.
Un familiar cercano al entonces joven dueño de una poderosísima empresa de escala mundial me dijo que a la muerte del padre, el joven –todavía con el recién luto- le dijo acongojado a la familia “¿Y ahora qué voy a hacer? Es demasiada responsabilidad”. Lo que hizo primero, fue aceptar que no tenía las habilidades empresariales del padre y entonces comenzó a reclutar a los mejores hombres para ayudarlo a mantener el barco a la deriva. Primero tuvo el valor de reconocer que no podía solo. Escuchó consejos y se dejó ayudar. El resultado fue que la empresa de por sí poderosa –aunque con problemas financieros en ciernes- pudo recomponerse y creció. El barco se convirtió en crucero con rumbo firme aun por varios años.
Como toda persona, un gobernante también debería tener el valor de reconocer.
Gobernar- me imagino- es todo un arte intrincado que requiere demasiadas habilidades y hasta suerte –que no te ocurran desastres naturales, crisis financieras globales y otras desgracias imprevisibles- . No solo sirven las buenas intenciones y tener todos los diagnósticos más certeros posibles. Gobernar también requiere –otra vez me imagino- reconocer habilidades, pero sobre todo limitaciones. Requiere más que nada, saber escuchar, rodearse de los mejores hombres y mujeres. Saber reconocer hasta dónde va bien o se regresa, en qué se ha equivocado, etc. Saber reconocer, en pocas palabras, significa ser autocrítico. Y reconocer como dice mi amiga psiquiatra, requiere de una gran dosis de humildad. Solo así se sale del atolladero.