La premisa es sencilla pero difícil de asimilar para los entusiastas de la que Nicholas Carr ha bautizado como la mitología de la liberación: “La red no es libre, ni abierta ni democrática”. Con semejante tesis, la escritora Marta Peirano derriba de un solo tiro la fantasía futurista de las multitudes que se piensan viviendo en la utopía de la incidencia política y del derecho a la información.
A quienes creen que derrocan dictaduras mediante tuits y que las “primaveras”, los despertares de sociedades enteras que deciden una buena mañana cambiar el rumbo de su gobierno con las redes sociales como única trinchera, la autora de El Pequeño Libro Rojo del Activista en la Red les aclara que ésta es en realidad “un conjunto de servidores, conmutadores, satélites, antenas, routers y cables de fibra óptica controlados por un número cada vez más pequeño de empresas”. Con esta línea fatídica y realista hasta causar dolor, Peirano presentó hace unos días su nuevo libro, El Enemigo conoce el Sistema, una obra que denuncia que los grandes corporativos que “generan adicción” son los mismos que “espían y manipulan” a las masas.
Peirano, también periodista y actriz, ha seguido esta línea de investigación durante toda su carrera, haciendo visible lo frágil que es la privacidad en una red controlada por unos cuantos empresarios. En 2015, en el TEDxMadrid, la escritora habló públicamente sobre el error más grande y frecuente en temas de seguridad digital que cometemos día con día. En la conferencia titulada ¿Por qué me vigilan, si yo no soy nadie?, Peirano postulaba que hay tres errores principales en esta materia que nos llevan a todas las personas poseedoras de un smartphone a ser blanco de espionaje, estos son “infravalorar la cantidad de información que producimos cada día”; despreciar el valor que tiene ésta; y “pensar que nuestro principal problema es una agencia distante y súper poderosa que se llama NSA” (la National Security Agency, de los Estados Unidos).
Lo que la periodista hace es combatir las ideas que sostienen que sólo las personas VIP pueden ser espiadas; a lo largo de sus análisis demuestra que esto no es así. Todos somos de interés para los corporativos; pueden acceder a nuestros hábitos a través de nuestros dispositivos electrónicos, de los chips en nuestras tarjetas de crédito o de puntos. “A nuestros vigilantes no les importa que no seamos nadie, que no seamos importantes, porque son algoritmos, no son personas, y nuestro perfil es automático, existe, aunque nadie lo mire”, dice la activista. Habrá necedades que piensen que esta información no le afecta a nivel personal, que no puede hacerse con ella más que producir dinero. Es a ellos a quienes Peirano advierte que “el día que alguien lo mire (ese perfil automático que a nadie le importaba más que para ganar dinero) y te cambie la suerte: tu perfil, tu historial, se convierte en tus antecedentes”.
La escritora lo deja claro, ésta es una guerra perdida y en el bando de los vencidos estamos todos los que no seamos ejecutivos de Facebook, de Google o de alguno de los gigantes de Silicon Valley. La narrativa oficial es, sin embargo, la contraria. A las empresas les conviene que pensemos que Internet es el punto cumbre de la democracia, que la red es completamente libre y que la nube existe por una fantasía altruista y protectora del derecho a la información. Pero el objetivo es el contrario, es el estado de vigilancia que Peirano llama “una de las peores enfermedades que tiene una democracia”. En entrevista con El Mundo, la autora desmenuza las tres formas de control que ejercen estos corporativos sobre los usuarios a través de los teléfonos móviles: la que opera gracias a los sistemas de geoposicionamiento, que funcionan con tarjeta SIM o sin ella; la que se sirve de las antenas que nos dan servicio; y la que funciona gracias a la tarjeta de radiofrecuencia o tarjeta WiFi, que se comunica con objetos alrededor y proporciona una geolocalización tremendamente precisa.
“Estamos en esa fase en la que renunciar a la tecnología no nos hace renunciar a ser vigilados”, advierte Peirano, señalando también que los medios de vigilancia ya no son los que eran antes. La autora resalta que la mayoría seguimos pensando en el espionaje en términos del siglo pasado, creyendo que alguien va a escuchar nuestras conversaciones telefónicas o a leer nuestros correos, pero eso a nadie le interesa y para las agencias de inteligencia estos no son más que datos; lo que ellas necesitan es información. Los grandes corporativos no necesitan escuchar los chismes de nuestras llamadas telefónicas; necesitan saber “a quién llamamos, desde dónde, cuánto tiempo lo hicimos y a dónde fuimos después”. La obra de Peirano es imprescindible para hacer consciencia real sobre la política y los medios digitales en esta época. Como ella misma lo dice: “vivimos en casas de cristal” y no podemos esperar a que los altruistas y democráticos gigantes tecnológicos se retracten y nos protejan; “tenemos que poner cortinas en nuestras casas”.
Manchamanteles
¿Saber o no saber? La propuesta de la deconstrucción de Jacques Derrida (1930-2004) surgió primero en el mundo literario cuando los estudiosos buscaron según el propio filósofo francés “reorganizar de cierto modo el pensamiento occidental, ante un variado surtido de contradicciones y desigualdades no lógico-discursivas y luego se expandió a todos los saberes. La tarea pues, era construir re/interpretaciones “revolucionarias” que fueron de los más eruditos trabajos hasta la llamada cultura “pop”. Woody Allen para finalizar casi la década de los noventa del siglo pasado presentó Deconstructing Harry (1997); allí Allen hace gala de su exquisita ironía al examinar las argumentaciones neuróticas del mundo académico que oscila entre una comodidad taciturna del ser del saber y la transgresión que impone el conocimiento, ideas muy revisables en los tiempos convulsos que vivimos, ¿cómo re/pensamos el sitio de la academia? ¿Es la pasión por el saber? Quizá la apuesta vaya por asumirnos desde la docta ignorancia y de allí reivindicar el gesto “revolucionario” del que habla Derrida.
Narciso el Obsceno
En el periódico Le Monde del 19 de agosto del 2004 a sus 74 años Jacques Derrida dijo: “estoy en guerra contra mi mismo y mi narcisismo”. Después afirmó con contundencia si lo logro, si me gano la batalla “aprenderé a vivir al fin”. Mi deseo está entonces en las coordenadas del “savoir vivre”.