- #NoSpoiler
La música no tiene fronteras. Se siente y ya. No importa el ritmo o el idioma. La edad ni ideología. Si una canción te hace vibrar, saltar, bailar o llorar, ya cumplió su cometido.
De niña, en mi casa solo se escuchaba música clásica o en español, además del piano que mi padre tocaba por las tardes.
Crecí escuchando trova, valses peruanos o boleros. Y el piano. Siempre el piano.
Sin embargo, las letras de los Los 4 hermanos Silva de Chile y las groserías de los Les Luthiers no me emocionaban en absoluto.
Ya en la pubertad, me encerraba en mi cuarto para escuchar “Radio Teatro” ( la emisora de música pop en inglés en El Salvador) y me dejaba llevar por el ritmo de Don’t go breaking my heart, soñando que yo era Kiki Dee, a dueto con Elton Jhon.
Aunque no entendía “ni jota” de Part-time love, aquel éxito de 1978 formó parte del playlist de mi primera fiesta “de grande”, justo cuando cumplí los 12.
Los años de la secundaria, ya en México- a Elton le perdí la pista y me aloqué con las tonadas desechables de lo más disco del disco, tipo Savage lover. Una vergüenza. Lo sé.
Ya estaba en la prepa cuando me reencontré con mi ídolo. Y es que Blue eyes sonaba una y otra vez en la radio .
Aún no podía entender del todo la letra pero sí cantaba bien esa tristísima parte de …but more than ever I simply love you more than I love life itsel.
Mi ingreso a la universidad coincidió con el boom del pop en español y aunque también yo cantaba y bailaba a Timbiriche, Mecano o Alaska Dinarama, secretamente seguía la carrera de los “Sir”, es decir, todos los cantantes pop ingleses que han marcado mi vida, empezando por el “Rocketman”.
Un día, llegó a mis manos la convocatoria del CELE. Era mi oportunidad de oro para -por fin- aprender inglés y entender de una vez por todas esas canciones de Phil, Joe, George, Robbie y, por supuesto, Elton.
El primer día de clases todo fue lágrimas de felicidad. La maestra nos hizo escuchar una rola de “su cantante favorito” mientras intentábamos -simultáneamente- escribir la traducción en nuestro cuaderno.
En cuanto escuché las notas introductorias del piano, supe que era él, el único e inigualable Elton Jhon y, mientras cantaba “ What have I got to do to make you love me. What have I got to do to make you care…“, empecé a llorar y reír al mismo tiempo.
Desde entonces, esa canción me ha “hecho el día” en todas las versiones habidas y por haber.
No en balde Sorry seems to be the hardest word ha sido grabada por figuras como Joe Cocker, Barry Manilow y Diana Krall.
Después del curso, mi lado fresa -hasta entonces algo oculto- salió de las sombras y brilló como nunca danzando al ritmo de “I don’t wanna go with you like that” , “Healing hands”, “Teardrops” y muchas más.
Cada vez que me siento alicaída, me basta con escuchar I´m still standing, para animarme y seguir adelante.
Ayer que vi el biopic de Elton titulado Rocketman -en compañía de mis hijos a quienes un día les dedique “Blessed”- , entendí al hombre sediento de amor detrás de todas sus canciones, al compositor amante del soul y el blues reflejado en los álbumes Duets y Sleeping with the past que tanto me gustan; al niño triste que sólo se permitía sentir tocando su piano -como mi padre-; y, también a la persona que desde 1992 preside una fundación contra el sida.
Al terminar la función, mis hijos me ven llorando -otra vez- y me consuelan diciendo “ya sabemos por qué te gusta tanto” y “sí, él es muy lindo”.
Feliz de haber tocado su corazón con esta biopic de Elton, sonrío y pienso “Baby you are the one”.