A Carlos Martínez Assad,
buscador permanente
del reencuentro y
la reconciliación con la memoria,
mi maestro fuera del aula.
¿A quién pertenecen los datos personales que los usuarios entregan voluntariamente a las redes sociales? ¿En qué momento dejamos de ser dueños de nuestra propia privacidad y perdieron las leyes su autoridad a nivel tal que se quedaron obsoletas frente a la monstruosidad de los gigantes tecnológicos? Hace apenas unos años, entregarle nuestra ubicación precisa a cualquier banquero o empresario nos hubiera parecido cuando menos peligroso, por no decir aterrador. Hoy la situación nos parece de lo más normal: ¿para qué va a querer una compañía de la que no sabemos prácticamente nada tener acceso a nuestra información personal? Para regalarnos internet sin pedir nada a cambio, seguramente. Casi hacemos eco de la terrible frase del novelista policiaco norteamericano, Raymond Chandler quien jugando con “su modernidad” decía: “El primer beso es mágico, el segundo íntimo, el tercero rutinario.” ¡Vaya desazón! El razonamiento nos parece tan evidente que ya ni siquiera lo efectuamos. Llenamos un formulario como llenamos otros cientos y ya está. La trampa y el secreto se encuentran en nuestra falta de autoestima, vamos la que nos queda; nos pensamos tan insignificantes que no creemos que nuestra información privada pueda suscitar interés alguno entre las trasnacionales y los chicos malos del internet.
Hay dos formas en que la era de las redes sociales disolvió nuestro concepto de la privacidad. La primera es en un sentido más abstracto y la segunda en un ámbito terrenal. Por un lado, la llegada de plataformas tan icónicas para la web 2.0 como lo es Twitter nos colocó de manera permanente en un escenario imaginario donde ejecutamos a perpetuidad un stand up sin fin. Como lo dice Nicholas Carr en La pesadilla tecnológica (2019) “Twitter es el medio de comunicación de Narciso. No sólo eres la estrella del ‘show’, sino que cada cosa que te ocurra no importa cuán insignificante sea, se convierte en un titular, un acontecimiento mediático, una noticia de última hora. Lo efímero queda fijado en piedra”. Las redes sociales en realidad no han democratizado la información ni el conocimiento, la mayoría de gente, con mucha Wikipedia y con mucho paquete de datos ilimitados, parece seguir siendo tan alegremente ignorante y desinformada como lo era antes. Las redes sociales tampoco han democratizado los espacios de participación en el gobierno, aunque el acoso digital y los linchamientos mediáticos nos hagan pensar que sí. Sin embargo, las redes sociales sí lograron democratizar una perla que siempre anhelamos en secreto y es quizás por ella que idolatramos tanto a personajes como Mark Zuckerberg, porque dejaron abierta para todos la puerta que lleva a la realización del sueño húmedo que nuestro adolescente interno tiene todas las noches: esa que nos lleva directo a los cinco minutos de fama. En la película Enemy of the State (1998) esta frase hace patente el nuevo sentido del mundo en ese perentorio año: “La única privacidad que queda es la que está en nuestras mentes.”
En la era de la web 2.0 cualquiera puede ser famoso y cualquiera puede hacer dinero a través de sus ocurrencias. Oficios tan valorados antes como el del escritor han sufrido cierto desgaste gracias a la idea que sostiene que las ocurrencias que uno cuadra en 280 caracteres son, por el simple hecho de ser graciosas y populares, automáticamente literatura. En la época de las redes sociales la narrativa se reduce a las viñetas que uno arroja mientras sostiene el smartphone en el retrete, cuya decadencia no radica en su longitud sino en su carencia de técnica. “Es triste ver realizar tantos esfuerzos para expresarse con tan poco que expresar”, se lamenta Carr también en su Pesadilla.
La otra forma en que perdimos la privacidad es, por supuesto, la más visible. Entregamos todo el tiempo, sin chistar, nuestros datos personales a decenas de corporativos. La idea de que un emporio posea información tan básica sobre nuestras vidas como nuestras huellas digitales, el tipo de pornografía que frecuentamos o cuántos pasos andamos en un día nos parecía antes un asunto de película de ciencia ficción protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman. Lo cierto es que en la actualidad ése es el pan de cada día. Hoy por hoy, hemos puesto en las manos de los gigantes tecnológicos información privada que ni siquiera nosotros mismos hemos sistematizado y analizado, como nuestros patrones de consumo y nuestros datos biométricos, pero con la cual ellos están haciendo negocio a nuestra costa. ¿Qué nos dan a cambio? La ilusión de democracia, la fantasía y la alegoría perversa de que somos parte de una sociedad súper desarrollada en la cual todos tienen acceso a la información, el aliciente de estar conectados todo el tiempo, aunque no tengamos nada por decir.
Hace unos días, Twitter reveló que un bug en su plataforma estuvo recolectando datos de ubicación de usuarios de dispositivos iOS, el sistema operativo de Apple. Esto sucedió incluso cuando los usuarios desactivaban las funciones de localización; el bug se encargaba de activar las opciones de ubicación precisa para todas las cuentas de Twitter abiertas en el dispositivo en cuestión. Podría quedarse ahí, pero, encima de todo, la red social reveló que estuvo compartiendo esta información con una empresa de anuncios que es socia suya. Twitter no reveló cuántas personas fueron afectadas ni durante cuánto tiempo, pero aseguró que han “solucionado el problema” y que trabajarán para que “no suceda de nuevo”. Ellos podrán decir misa, pero lo cierto es que las compañías de redes sociales han demostrado ser incapaces de contener los ilícitos que suceden en sus plataformas, un largo historial de intervenciones en elecciones ajenas y traspaso de datos personales a terceras empresas lo demuestra así. Igual la legislación parece avanzar a paso de tortuga y el reclamo social es más bien poco. Estamos muy ocupados pensando cómo saltaremos a la fama a través de un tuit.
Manchamanteles
El domingo pasado terminó la famosa serie Game of Thrones luego de ocho años. Año con año, los fanáticos esperaban la llegada de la nueva temporada que ha sido denominada por muchos como la “Mejor serie de todos los tiempos”. Sin embargo, su final dejó sinsabores entre la mayoría de los fanáticos que reclamaron a sus directores y productores ejecutivos Miguel Sapochnik, David Nutter, David Benioff y Daniel Brett Weiss el abrupto final, la prisa por terminar y la falta de verosimilitud narrativa con respecto a los personajes. Se dice que la prisa se debe a que pronto algunos de ellos comenzarán a trabajar en la nueva temporada de Star Wars. Sin embargo, lo que de verdad llama la atención, es cómo a medida que la serie se fue volviendo más famosa se convirtió por momentos en un producto burdamente predecible y en otros francamente absurdo. Parece que Breaking Bad sigue siendo hasta ahora la producción televisiva más coherente con que contamos en la posmodernidad narrativa.
Narciso el Obsceno
Desde hace algunos años se han hecho múltiples estudios sobre los llamados millennials y es natural porque son muchos y con gran presencia “real” y “virtual” un binomio cada vez más indisoluble que transita entre los reinos de la realidad y la imaginario. Y aquí hay que tener la genuina humildad que el imaginario, tiene el mismo valor simbólico que la llamada realidad. Muchos de los análisis que se han hecho dicen que los jóvenes son los más narcisistas en la historia, pero lo cierto es que no hay certezas y mucho menos pruebas o indicios Incluso hay contradicciones que perciben que los millennials son menos narcisistas de quienes que fueron veinteañeros hace una o dos décadas. Brent Roberts, catedrático de psicología en la Universidad de Illinois, se puso a investigar y encontró decenas de miles de interrogatorios y sondeos, elaborados tanto en Illinois como en las universidades de Berkeley y California Davis. Por su parte W. Keith Campbell autor de The Narcissism Epidemic, también ha puesto en duda el narcisismo de los jóvenes de nuestros días. Lo cierto es que parece los jóvenes a pesar de ser muy comunicativos son más introvertidos que narcisistas. Entonces queda abierta una pregunta para Narciso el Obsceno: ¿porque las generaciones mayores calificamos categórica y redundantemente a las generaciones más jóvenes? ¿Que nos mueven los millennials? ¿Qué ángulos de nuestro narcisismo provocan? Digamos por lo menos que algo sintomático se entrevé…