Hace unos días, el politólogo Francis Fukuyuma aseguraba, en entrevista con El País, que no todos los votantes de las opciones “populistas” son racistas o xenófobos. Pretendiendo demostrar que las grandes desgracias de las democracias han sucedido no por culpa del odio, sino por la miseria en que se encuentran sumergidos los votantes, el académico que treinta años atrás anunció el final de la historia quitaba peso a la carga de intolerancia que lleva implícita el darle un voto a un personaje como Donald J. Trump. Es cierto, no todo el electorado lo encumbró sólo por la alboroto de sus palabras racistas, misóginas y, en general, anti derechos humanos; miles de personas que vieron en él la única salida no intentaban más que defender sus trabajos precarios, sin embargo, y aunque la analicemos de este modo, es inútil esperar que la realidad se comporte de manera segmentada y que Trump deje de ser el rostro más grande del odio y de la intolerancia sólo porque ésta no es la característica principal que sus seguidores vieron en él.
Esta semana, la revista Vanity Fair dio a conocer un reportaje donde revela nuevos detalles de las excentricidades derivadas del odio que Trump ha venido ejerciendo a lo largo de su carrera como empresario y como divo mediático. Detalles que, aunque han sido documentados fuera de su carrera como político, no tenemos razón alguna para creer que han cambiado en esencia sólo porque ahora el magnate hace las veces del presidente de “todos los americanos”. En un texto titulado “A Trump no le gusta la gente negra, gorda o fea”: hablan las señoras de la limpieza de Trump, la revista da voz a 38 exempleadas del hoy presidente, quienes atestiguaron la “fobia” que el empresario sentía hacia los latinos. El título, derivado de uno de los primeros consejos que una mujer escuchó cuando empezó a trabajar con Trump en 2010, resumen los malabares y piruetas que la plantilla de empleadas debía hacer para no molestar al republicano.
En los medios de comunicación norteamericanos se ha desatado un gran fenómeno para revelar las incongruencias de Trump: al parecer, se ha llenado la boca de insultos contra los migrantes indocumentados, pero en la realidad, en lo oscurito, se ha beneficiado sobremanera de su existencia en los Estados Unidos. Decenas de personas en esta situación han revelado que la Organización Trump los contrataba a sabiendas de que no tenían sus papeles en regla. ¿Para qué? Para obtener mano de obra barata, para explotarlos bien y bonito sin que ningún sistema fuera capaz de hacer justicia. Las revelaciones no surgen de la nada, son una respuesta a las aseveraciones de Trump, quien ha declarado, ya en repetidas ocasiones, que la ola de migración desde nuestro país hacia el norte está compuesta por “violadores”: “cuando México envía a su gente no nos envía lo mejor. Están trayendo drogas, están trayendo crimen”, ha repetido hasta el cansancio (el nuestro, porque él no tiene llenadera). “¿Cómo es posible que alguien que nos ha visto durante años y años pueda hablar de esa manera?”, se pregunta Sandra Díaz, extrabajadora del hogar de Trump, en quien se centra gran parte del reportaje de Vanity Fair.
Aunque otras empleadas, como Victorina Morales, han dado declaraciones favorables sobre Trump, su discurso, aseguran, se vio en la necesidad de cambiar por los malos tratos que recibieron desde que el magnate se convirtiera en presidente. “Ahí fue cuando llegaron los insultos. Primero la gerente empezó a llamarnos estúpidas inmigrantes y cuando denuncié los atropellos ya no me dejaron entrar en su casa”, ha declarado Morales a Univisión. La denuncia que los exempleados están interponiendo tiene la base más evidente en la que podríamos pensar: el personal no tenía seguro médico, además de recibir un sueldo miserable e incompleto. Ello como precio por ser trabajadores “ilegales”, de acuerdo con la lógica trumpista.
Las exempleadas también han revelado otros detalles sobre la vida diaria de Trump que poco aportan a las investigaciones, pero que colorean la imagen que de él se ha construido la opinión pública internacional. De acuerdo con Sandra Díaz, al mandatario “le gusta usar mucho maquillaje”, tanto que “en los cuellos de las camisas siempre quedaba el maquillaje” y “en muchas ocasiones Melania nos enviaba de Nueva York líquidos especiales para ver si podíamos quitarle el maquillaje de los cuellos”. Es cierto, que los medios utilicen esto en contra de Trump es sumamente bajo y tiene grandes tintes de misoginia, pero le recuerda al magnate que no debe meterse con las portadoras de sus secretos más íntimos.
Éstas son las prácticas de explotación, de abuso de poder y de doble discurso que la ciudadanía estadounidense podría refrendar el próximo año. Si lo hace, por las razones que sean, sea por falta de empleos o por la mala situación del sistema de salud, estará dando su bendición nuevamente a un hombre que ha gritado su odio a los cuatro vientos y que ha actuado en consecuencia en todo momento. Quizás no todos sus votantes son racistas, pero todos saben ya (sobran los medios que lo prueben) que estarían coronando de nuevo a un racista. El xenófobo por excelencia.
Manchamanteles
El concepto de héroe está sumamente trastocado en el vecino del norte. Ahora, el congresista republicano Duncan D. Hunter ha puesto sobre la mesa la idea de que el presidente le otorgue un indulto a Edward Gallagher, antiguo jefe de operaciones de las fuerzas especiales de la Armada, quien está siendo procesado por presuntos crímenes de guerra. Gallagher habría, entre otras cosas, asesinado a un adolescente irakí, supuestamente terrorista, mientras estaba recibiendo atención médica; después, el hombre se habría fotografiado con el cadáver del joven, sosteniendo la bandera de los Estados Unidos. ¿Son estos los héroes de nuestros tiempos?
Narciso el Obsceno
¿Es necesario tener “pareja” en cualquiera de sus acepciones? ¿Se puede apostar a la estabilidad amorosa en nuestros días? ¿Tienen sentido los vínculos amorosos? Todo indica que en nuestros días la frivolidad y la relativización del compromiso en las relaciones producen ansiedad y depresión en nuestra sociedad, al menos en la occidental. Sin duda el binomio ansiedad/depresión es la pandemia más grave de la salud mental. Al mismo tiempo grupos multidisciplinarios europeos han manifestado recientemente que existe otro ingrediente a tomar muy en cuenta. La predisposición al narcisismo, a los amores utilitarios, a enaltecer la vanidad y a “la idealización del yo” para resguardar las bajas autoestimas que ha producido el sistema desde una serie de arquetipos fallidos. Amar sigue siendo una aventura, quizá una de las pocas en las que a veces Narciso, pierda la batalla frente a Eros y Afrodita.