Es ya un lugar común decir que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. Pero los lugares comunes no son bien vistos por lo intelectuales políticamente correctos, aunque generalmente parten y llegan a su estatus mediante la repetición de causa y efecto, uno de los orígenes del método científico (el “problema” es que los lugares comunes de la química, la física, las matemáticas, la biología, la medicina, etcétera, no son tan conocidos para volverse lugares comunes del populacho).
Ese lugar común vino al encuentro del escribidor cuando revisaba y se deshacía de papeles acumulados a lo largo de los años, llamados petulantemente “archivos periodísticos personales”. Hurgar en el pasado, sobretodo en el documentado, siempre trae sorpresas y éstas provocan muchas emociones y permiten recordar, reconocer y revisar lo que fue su futuro (que hoy es pasado) y también compararlo con lo que se vive actualmente, para tratar de evitar que se repita la historia ya conocida. Además, en muchos o algunos casos, provoca un placer muy morboso.
En esas andaba (anda) metido el escribidor cuando se topó con una nota del 11 de febrero del 2004 en El Heraldo de México, en la que se informaba que, de acuerdo con una encuesta de la empresa Indermec Harris, “si Rosario Robles y Marta Sahagún se enfrentaran en el 2006 por la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, la perredista ganaría a la esposa del presidente Vicente Fox por un margen de apenas cinco puntos, en razón de 43 por ciento contra 38 por ciento, respectivamente”.
Esa encuesta, con un margen de error máximo de menos/más 3 por ciento, sostenía que en una eventual contienda en las urnas electorales entre Robles y Sahagún sólo el 14 por ciento de los participantes preferiría votar por otro candidato, mientras que otro cinco por ciento (dos puntos porcentuales más que el margen de error) se encontraba indeciso.
En marzo del 2019, la relatada aquí es una nota periodística sin la mayor importancia, no en el 2004. Primero habrá que explicar a varios de los 30 millones de los millennials que votaron por Andrés Manuel López Obrador en el 2018, quiénes eran Robles y Sahagún en ese momento para ser consideradas como posibles sucesoras del propio López Obrador en la jefatura de Gobierno del Distrito Federal: Sahagún era nada menos la esposa del entonces presidente de la República y copartícipe de aquella extraña (digámosle así) e ilegal figura de “la pareja presidencial”, y Robles era la líder nacional del PRD, exjefa de Gobierno del DF en sustitución de Cuauhtémoc Cárdenas, políticamente la líder de López Obrador.
Sépase, se sabe ya o debería de saberse, que ninguna de ellas compitió por la Jefatura de Gobierno del DF en el 2006, pero en el momento de la encuesta referida eran las “más populares” o “las más probables” o las “más indicadas” para aspirar a ese cargo. Hoy ambas están fuera de la política nacional por razones diferentes. Sus posibles votantes nunca tuvieron la oportunidad de emitir su sufragio. Es más, en el 2006 votaron por otros candidatos para ese encargo.
Los profesionales hacedores de encuestas dicen siempre que éstas son una radiografía, una fotografía, una imagen del momento en el que se realizan. Tienen razón. Lo mismo dicen los cardiólogos que hacen e interpretan electrocardiogramas y los endocrinólogos que miden la glucosa en la sangre de sus pacientes diabéticos. Y en cualquiera de los casos no implica que el favorito electoral pierda una elección como que el enfermo presuntamente estable muera en menos de 24 horas, luego del electrocardiograma, por un infarto, o que tenga una crisis diabética. (El escribidor puede decir que en los tres casos le consta personalmente).
Entonces, sencillo, las encuestas de popularidad son un instante; una fotografía instantánea, un flashazo, una imagen que refleja un momento. Eso dicen. La popularidad no dura. Y, como dicen en las “benditas” redes sociales, el que entendió, entendió.
EN TERAPIA INTENSIVA.- Por cierto, el abucheo contra el presidente López Obrador en la inauguración del estadio de los Diablos Rojos del México no significa necesariamente la caída de su popularidad. Muestra sí la opinión de un auditorio no controlado, ése que pagó (y caro, por cierto) por asistir a un espectáculo público; que no fue acarreado. No es la primera vez que le sucede a un Presidente de México. El presidente López Obrador debería tomarlo en cuenta. Es cierto, el abucheo de un audiencia específica no puede ser asumido como el la pluralidad… como tampoco ninguna encuesta. Si al Presidente de la República y a sus cercanos le importasen los hechos reales deberían analizar el por qué del abucheo de la presunta, en su palabras, “porra del equipo fifí”. ¿Revancha? ¿Respuesta? ¿Desquite? En cualquier caso, la confrontación se mantiene y no es buena para el país, mucho menos cuando el titular del Poder Ejecutivo Federal la promueve, como en otros casos, con sus respuestas a la opinión de una colectividad como fue en el caso de los fanáticos de los Diablos Rojos del México. No se trata de no responder (a lo que se tiene derecho), si no a no provocar la confrontación social, a menos que eso sea lo que se busque. No: la popularidad, y mucho menos la polarización, no resiste la prueba del ágora; la historia lo demuestra.