Tan pobres reza el cuento de Juan Rulfo, que si a nuestra vaca La Serpentina se la lleva el Río y el agua echa a perder la poca cebada que teníamos secando sobre el techo de lámina de nuestra miserable vivienda, se pierden todas las esperanzas de que alguien quiera casarse con “La Tacha”, la hija menor de la familia, su destino entonces será irse de piruja como sus hermanas.
Somos tan pobres que millones de mexicanos viven en la pobreza más extrema, sin siquiera derecho a un nombre inscrito en el Registro Civil, ni posibilidades de ir a la escuela, mucho menos de acceder al Seguro Social, porque no nada más somos muy pobres, además no somos nadie.
No éramos nadie cuando los barcos españoles desembarcaron en nuestras costas, nosotros no éramos nadie, un grupo de salvajes, sin alma, fueron a decir a La Reina, casi como animales, hablábamos y escribíamos en un lenguaje inteligible y no solo eso, éramos tan pobres que adorábamos al sol y a la lluvia. ¿Cuando se ha visto? Andábamos casi desnudos y nos bañábamos diario en el río, conocíamos las propiedades de las plantas y con ellas nos nutríamos, porque enfermedades tampoco sufríamos tantas, éramos tan pobres que conocíamos el ciclo de los astros y utilizábamos la sabiduría de nuestros ancestros para saber cuándo debíamos cosechar.
Éramos tan pobres que por eso nos regalaron espejitos y se llevaron nuestro oro, nuestra plata, sodomizaron a nuestras mujeres, para vaciarse en ellas una y otra vez, sin importar si las lastimaban, humillaban, embarazaban, porque los hijos que ellas pudieran tener, seguramente carecerían de alma, por eso tampoco importó contagiarles enfermedades a ellas y a sus hijos. Esclavizaron por la fuerza a los hombres, los usaron como mulas de carga para destruir nuestros templos, a nuestros Dioses y usaron sus cimientos para construir nuevos palacios y adorar a sus propios Dioses, de los cuales nada sabíamos y cuyos nombres no conocíamos, pero nos castigaban por no creer en ellos, solo debíamos temerles. Tampoco podíamos entrar a sus recintos.
Somos tan pobres, que cómo se nos ocurre la estúpida idea de pretender siquiera que quienes nos ultrajaron, sometieron con fuerza y trajeron sus enfermedades, nos pudieran pedir una disculpa, vaya, ni siquiera reconocer que no fue la manera correcta, que lo que predicaban sobre el amor al prójimo según su Dios Salvador y amoroso, no fue lo que pusieron en práctica en nuestro territorio, aún así utilizaron el oro y la plata de las entrañas de nuestra tierra para fabricar joyas. No les importó menospreciar el maíz, nuestro alimento sagrado y volverlo alimento para los puercos, tampoco secar y entubar los ríos que la lluvia nos había regalado y hacernos a un lado, remitirnos a vivir en las afueras y bajo sus órdenes, nos marginaron, regaron los campos con nuestra sangre, las epidemias que trajeron y sus armas mataron a 60 millones de personas, pisotearon nuestra dignidad y la soberanía que durante siglos habíamos defendido.
Eso pasó hace varios siglos, es cierto, pero si pasó y no deja de doler.
El mestizaje es sin duda el resultado de la modernidad y la globalización, y nos ha dado muchos más beneficios que problemas, nos ha hecho más fuertes y más ricos culturalmente, pero lamentablemente no siempre los inicios fueron ni mucho menos humanos.
Nosotros, las civilizaciones prehispánicas que vivíamos en Mesoamérica, específicamente en este caso en el Valle del Anáhuac, no solo éramos muy pobres, además perdimos la batalla, fuimos conquistados y colonizados.
¿Quiénes somos para esperar una disculpa? ¿Qué se creen las cientos de Etnias Indígenas para que la Corona Española, que poco sabe de pobreza y castigo, reconozca que destruyó su fe, su soberanía y su dignidad?
La comunidad judía exigió una disculpa al pueblo Alemán por el terrible genocidio perpetrado en el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial, por haber sido odiados, capturados y exterminados en los campos de concentración como si se tratara de insectos, también exigió una disculpa al Vaticano por hacer ‘como que no se daban cuenta’ de lo que estaba sucediendo, en el 2002 recibieron una disculpa.
Las familias de millones de niños abusados sexualmente por sacerdotes pederastas, muy en el fondo deben causarles risa a sus agresores cuando piden justicia. Los Africanos que fueron arrancados de sus tierras para servir como esclavos durante siglos, no podían siquiera entrar a los lugares que ellos mismos construyeron y fueron objeto de desprecio, tal vez todavía lo son, ocasionan hasta mofa al pretender que se les reconozca como ciudadanos con derechos.
Media humanidad sufrió los estragos de la “Santa Inquisición” millones de personas, niños, mujeres, ancianos, fueron torturados y minimizados hasta lo más bajo de la condición humana posible a gusto y contentillo de los inquisidores quienes decidía según sus parámetros quién debía y quién no vivir y cual era la mejor manera de torturarlos hasta la muerte.
Tampoco ellos son merecedores de ningún tipo de disculpa.
Y así seguiremos por la vida, forzados a olvidar y a seguir agachando la cabeza, riéndonos nosotros mismos los descendientes de aquellos indígenas de sus trepadoras pretensiones, tal vez porque nuestros apellidos estén castellanizados creemos que no somos descendientes de aquellos pobladores ultrajados y reprimidos con pólvora, miedo y espejos.
No solamente somos muy pobres, también somos muy cobardes y muy agachados, nos valoramos muy poco y renegamos de nuestras raíces.
Perdón por el enojo.
Sigámonos riendo, total, tal vez creamos que somos más españoles que mexicanos y por eso de igual manera menospreciamos a la gente de piel más oscura, a los migrantes que huyen de la muerte y la guerra, incluso nos sintamos héroes y le entremos a la moda de defenderlos de vez en cuando.