Recuerdo llegar con miedo y mucha angustia. Era un lugar tenebroso. Nos separaron a la entrada. Dentro del consultorio, me cambié a esa bata que nunca se cierra, me acomodé donde me dijeron y vi entrar a la enfermera. Mi memoria sólo me remite a despertar con mucho frío, verlo a él junto a mi, pedirle que me tapara y me vistiera. Él había pagado en efectivo directo al doctor y le habían dejado a él las indicaciones a seguir.
Caminé lentamente hacia el coche sintiendo que me habían desgarrado el alma.
Nunca pensé tomar una decisión así. Mi mente adolescente del “no pasa nada” no se daba cuenta de lo que era y menos, los riesgos que había tomado en ese momento. Estaba segura de que no podía ser. Cuando le compartí la noticia a él, su respuesta inmediata fue un NO rotundo. Se encargó en arreglar todo, conseguir el dinero y el médico que lo haría, del que nunca supe su nombre. Él me prometió que estaría conmigo todo el tiempo y que seguiríamos juntos siempre, cosa que no sucedió.
Ahora que lo pienso tuve mucha suerte. Sólo él y yo lo sabíamos. Nadie más. ¿Y si hubiera pasado algo mal? Sé que los hubieras no existen, pero no dejo de pensarlo. Podría haber quedado lastimada físicamente para toda la vida. Podría haber muerto como muchas. Podrían haber pasado tantas cosas…
Lo peor de todo era sentir que estaba haciendo algo malo cuando tenía claro en mi cabeza que la decisión era la correcta. No podía dejar mis estudios. No podía abandonarme para atender a otros cuando apenas estaba creciendo. No tenía el dinero. No podía mantenerme. Era mucho más lo que podía perder en ese momento. Pero, tener que esconderme para hacerlo, me hizo sentir culpable de algo que no debía ser.
Su presencia duró unos pocos meses después de ese día. Aún cuando juraba amarme, se fue también por mi culpa (así lo dijo), porque no lo quería cerca y me daba escalofríos que me tocara. La depresión era constante, no sólo por lo que hice, sino por el cómo tuve que hacerlo; y digo “hice” porque aunque estaba acompañada por él en ese momento, estaba sola. De la nada, en segundos, el amor de dos se convierte en algo solamente tuyo; tú eres la responsable de tu cuerpo, de tu vida, de tu futuro. El otro se va cuando quiera.
No podía tener de nuevo relaciones con él. Era ese gran temor a que si volvía a suceder, tendría que hacer lo mismo. Aún cuando él me hizo saber el miedo terrible que tuvo al verme partir, esperar en un pasillo nebuloso afuera del consultorio a que le permitieran entrar a verme y que yo despertara. A los dos nos afectó. Pero, al final de cuentas, él pudo irse y empezar pronto de nuevo con otra mujer.
No fui asesina de nadie. Tomé una decisión correcta en el momento que tuve que hacerlo. Me puse en riesgo por no contar con ese apoyo necesario para hacerlo sin culpas.
Hoy, 20 años después, soy una mujer exitosa que no se arrepiente de haber tomado las riendas de su vida. Soy una madre que goza a su hija de cinco añitos a la que le enseñará a que sólo ella puede decidir su camino y que puede confiar siempre en que estaré a su lado.
Me costó trabajo salir adelante. No fue fácil. Tardé muchos años en aceptar tener a alguien cerca.