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«RIZANDO EL RIZO» ¿Lugares comunes?

 

A la memoria de mi maestra Helena Beristáin

¿Los lugares comunes? Esos extravíos que arruinan el idioma son eso, la frase hecha, el dicho inhalado, el albur sin sortilegio y pedestre al que Helena Beristáin le dedicó varios de sus últimos trabajos: En “El albur” publicado en Acta Poética, en el año 2000, dice Beristáin: “sólo son chistes aislados, al celebrarse repetitivamente pasan a enriquecer un vocabulario hecho de “lugares comunes”, es decir, hay un “código de alburemas”. La propuesta amorosa sin sorpresa ni poética que se ejemplifica en el ramplón fluyamos que esconde el deseo y protege el compromiso amoroso. La vulgarización del lenguaje muestra la falta de creatividad e imaginación o simplemente el desgaste de los capitales intelectuales del que hablara Pierre Bourdieu: “las prácticas culturales de las personas son un producto de —o se ven fuertemente influidas por— la interiorización inconsciente de esquemas cognitivos, valóricos y afectivos, que en su conjunto de lo que podemos entender como «disposiciones» y de las constricciones estructurales relativas principalmente a la dotación diferencial de los capitales cultural y económico” (Bourdieu, 1979). Así los lugares comunes son simplificadores y generalizadores, que no son ni insólitos ni sutiles. Son reproducciones de frases muy manidas y gastadas como la tan puesta de moda hoy: “al final del día”.

En el año 711 los árabes introdujeron a España la forma “buen provecho”. Esta frase, de estricto orden culinario, puede llegar a cansar si se usa en exceso. ¿Cuántas veces no fuimos “aprovechados” por un desfile de comensales en un restaurante? Por ello, es recomendable su uso en casos de interrumpir la ingesta grupal de alimentos, pero ya usarla hasta con quien va a ingerir cianuro, es una exageración.

Pasa lo mismo con otro tipo de frisos que decoran la vulgaridad ordinaria de nuestros días, también, de distinto orden. Por ejemplo, el ¡con permiso! ¿le molesto? no sabemos hasta qué punto sea propio. ¿Acaso Aníbal pidió un permiso propio para llegar con todo y elefantes para hacer la guerra? Aníbal dio batalla, sin más. Ocurre algo curioso con él “al final del día”. Habría que revisar lo que planteó el poeta Manilio en su Astrología, sobre todo donde habla del paso de los días. Su conclusión: los días nunca acaban.

La lista de lugares comunes se ha tornado interminable. Se dice que los poetas son unos vagos, que más vale andar solo que mal acompañado. Sí. Los refranes, esas sabidurías chiquitas, se vuelven lugares comunes cuando se vulgarizan. Este último lugar común se empareja muy bien con el personaje de El guardián entre el centeno, de Sallinger. Personaje que en sus solitarios devaneos e ires y venires termina por decidir proteger a los más indefensos, para que no la vayan a regar, pero ¿los salva acaso del lugar común? No. Nos empobrece humanamente como cuando ante el dolor del otro decimos ¡cuenta conmigo para lo que necesites! ¿En qué puedo ayudarte? Siempre he pensado en contestar: qué bueno que lo dices, tráeme un kilo de aguacates o unos mangos enchilados, ya no digamos algunas libras esterlinas o tu compañía y compromiso.

Foto. Julia Jayme Salas

Hay otro lugar común, otro topoi, como conoce Aristóteles a este tipo de argumentos, y este es de carácter más social. Hay quienes dicen: “te comparto” “compárteme”. Frase de original creación lingüística del diseñador o el comunicólogo, que opta por la falsa cercanía de que todos somos parte de la red de redes o de la nueva sociosfera, “la aldea global”, pero ni compartimos nada, ni creamos una nueva forma de relacionarnos, ni tampoco somos más amigos, somos los mismo de hace cien años, o hace cincuenta, con un disfraz ramplón con olor a spam para el uso del lenguaje que opta por la prosperidad del lugar común. Así el capitalismo se trata de apropiar de la palabra, triunfar en un sistema económico y político, que ofrece todo tipo de oportunidades para aplastar a quien se le ponga en frente. Huelga decir que estos lugares comunes están para marcar una dirección discursiva y de igual forma de acción. Facilitan la toma de decisiones y moldean afinidades. Es el caso de la idea de trabajo. Se entiende, sobremanera, que el trabajo dignifica, pero qué puede haber de digno en la mano de obra que se encarga de producir armas nucleares, trabajar con el metal para fabricar metralletas (y no precisamente la metralleta de Ferlinghuetti: ratatat ratatat).

La poesía no viene del alma, el poema es trabajo, técnica, conjunta de lecturas. Ya que andamos en esos ámbitos, cabe recalcar que poema no significa, estrictamente, rima. Un poema puede ser de verso libre y acoplarse muy bien a las intenciones del autor. Ahora la acción poética se nos revela en la calle, en una barda, en un vagón del metro. El cuento, de paso, no debe tener un final, como los bien logrados textos de Cristina María Cubas, que sin dejar de ser fantásticos se amoldan a una condición de escritus interrumptus (más que coitus). El ensayo no necesariamente debe alumbrar al lector con temas trascendentes. Se puede escribir hasta de la sopa de pasta o de ese fino arte de leer el modo de uso de un shampoo mientras nos bañamos.

Foto. Julia Jayme Salas

El lugar común es el allí sosegado por la espera incierta del acento persistente de lo cotidiano. ¿Cómo está el clima? ¿Será hoy un “buen día” o un “mal día”? Volteo hacia el librero y me encuentro una de las mejores novelas de habla hispana: Palinuro de México de Fernando del Paso, editado por el Fondo de Cultura Económica; lo abro en la página 182, del capítulo titulado “La mitad alegre, la mitad triste, la mitad frágil del mundo”. Me pierdo un rato en sus páginas, encuentro este pasaje: “y es que con cada uno de nosotros nace y con cada uno de nosotros muere un universo, ya lo han dicho antes que yo, ya lo decía la abuela Altagracia (señora de los lugares comunes) cuando afirmaba que cada cabeza es un mundo, un universo entero con todos sus planetas, sus estrellas, sus millones de personas y de ideas, sus estudiantes y sus huelgas”.

Hay algo más de esos lugares comunes. Son sentencias que ponen en evidencia el hartazgo cotidiano, pero, de igual forma, hay comicidad. Esta se manifiesta cuando pagas con un billete de cualquier cantidad y el despachador restriega una pregunta digna de una mayéutica intachable: “¿No tendrá cambio?”; nosotros, pupilos del señor de los Abarrotes Sócrates, buscaremos en nuestros bolsillos (o haremos como que buscamos) la cantidad exacta para realizar el pago. Ante la falta de esa morralla, el oráculo detrás del mostrador, resignado, dirá: “luego me los pasas”. Esta y otras escenas se encuentran encapsuladas en cualquier metrópoli. Lo que para el mexicano es lugar común, para el chino es novedad, y lo que para el chino es lugar común, para el francés es agitador. Siempre y cuando el lenguaje sea revolucionario, palabra plena, discurso creativo e innovador. Y bueno, finalmente lo que digo puede ser otro lugar común y así se construirá ideológicamente otra vertiente para el logos, quizá la certeza está entre la palabra y el acto. La consecuencia, que le dicen.

Foto. Julia Jayme Salas

Manchamanteles

Un día como hoy, pero de 1572, aparece Os Lusiadas, del portugués Luis de Camoes, interesante texto renacentista que evoca valores estilísticos a partir de la reminiscencia de la perfección femenina y la estilística en la que se expresa la cosmovisión del mundo, teniendo como telón de fondo la deliciosa perspectiva de la Isla de los Amores en el archipiélago de Madeira.

Narciso el obsceno

“Se tenía en tan elevado concepto que nunca alcanzó a ver quién era”.

Aforismos. Edmundo O´Gorman

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