En los años 70, mientras cursaba la primaria en El Salvador, aprendí que la economía del país estaba fundamentada, principalmente, en la exportación de algodón y café, y que ocupaba entonces el tercer lugar a nivel mundial entre los países productores del grano.
A pesar del clima promedio, de entre 28 y 30 grados, en mi casa todas las tardes se preparaba un pocillo de café para beber “después de la siesta”. El aroma del café en grano recién hecho fue para mí algo tan natural como el que desprendían los plátanos fritos que me servían para la merienda.
Al llegar a México me sorprendió mucho observar que pocas personas bebían café de grano y muy pronto identifiqué al estrato social que sí lo hacía.
Cuando iba a casa de mis compañeros de secundaria, normalmente me ofrecían café soluble. Por esa razón y durante muchos años, si alguien de la familia venía a visitarnos, lo único que le pedíamos era una bolsa de “café verdadero”.
Pero todo eso cambió a principio de los 90, cuando en México los cafetaleros le entraron en serio a la comercialización interna y se volvió costumbre beber café de verdad. Surgieron muchos cafecitos en las zonas más transitadas por los “Godínez” y la cultura del café se instaló y popularizó al grado de ofrecerse hasta en las tiendas de conveniencia. Luego, arrancando el 2000, llegó Starbucks… y todo cambió.
Aunque contamos hoy con una oferta nacional de cafés de alta gama, a base de los mejores granos de Oaxaca, Guerrero, Puebla, Veracruz y Chiapas, yo aún brinco de alegría cuando alguien me trae café de El Salvador.
Sus notas tropicales y acidez muy particular están arraigadas en mi memoria emocional y representan un vínculo poderoso con mi país de origen.
Y es que la Denominación de origen de café salvadoreño llamada Apaneca-Lamatepec, es una de las más reconocidas a nivel mundial y la más requerida por los consumidores de Alemania, Japón, Canadá y Reino unido. Tal vez disfrutan –como yo– de sus notas a chocolate, flores, miel, canela y jazmín.
Esta cordillera atraviesa tres Departamentos de la zona occidental del país, los cuales han tenido en la última década un repunte turístico a nivel regional, en gran parte debido a su café de calidad y alrededor del cual se oferta ahora una serie de servicios bastante atractivos para los turistas locales y extranjeros, como los tours cafetaleros, las ferias y los concursos de baristas.
Se trata de la zona más alta de El Salvador (entre 900 y 2 mil 300 metros), con un clima y una geografía tropical templada de paisajes muy pintorescos y ensoñadores.
En el Departamento de Ahuachapán se encuentran dos pueblitos cuya estampa llevo en el corazón: Apaneca y Ataco.
Los mejores hoteles boutique del país se encuentran ahí. Nunca olvidaré la puesta de sol tomando café en “El jardín de Celeste”, ni el atole de piñuela que mi madre me convidó en el mercado local de Apaneca.
Por eso, ahora que Starbucks trajo a México un “pedacito de Ahuachapán” a través de su edición limitada “Single Origin” (disponible hasta el 19 de abril), corrí a tomar mi café del día y traje a casa una bolsa para convidarle a mi persona favorita (él también aprecia el café “jalvadoreño”).
Pedí mi café en una taza y me senté en el rincón menos ruidoso. Cerré los ojos. Aspiré su aroma. De pronto percibí las notas cítricas. Lo sorbí lentamente. Sentí el regusto a chocolate y lloré de emoción.