“No estoy llorando porque tenga el periodo ni nada de eso. No me puedo creer que una película sobre la menstruación acabe de ganar un Oscar (…) Estás empoderando a mujeres de todo el mundo para luchar por la igualdad menstrual“.
La mujer que expresa estas palabras es Rayka Zehtabchi, la directora del cortometraje documental Period, End of Sentence, producción original de Netflix que obtuvo el premio de la Academia de Hollywood en esa categoría. Es una historia sobre el estigma de la menstruación en la India y el trabajo de las mujeres para acabar revertir esa situación.
La menstruación es algo de lo que poco o nada se habla en India. A través de entrevistas a mujeres y hombres de todas las edades, este cortometraje evidencia la escasa información y educación que proporcionan las escuelas y familias sobre el tema.
Hay quien no sabe qué es una toalla higiénica y demuestra su incomodidad frente al tema. Incluso muchas dejan la escuela cuando llega su primer periodo. De ahí la frase promocional: Period (que en idioma inglés, ademas de periodo, significa punto), fin de una oración, no de la educación (aquí es curiosa también la doble acepción de la palabra ”sentence”, en el sentido gramatical de un enunciado, y como sentencia, condena o castigo).
El corto relata que, a través de una donación, llega a la comunidad una máquina para fabricar toallas gracias a ‘The pad project‘. Es una iniciativa que busca un beneficio doble para las mujeres: darles la oportunidad de enseñarles a fabricarlas y comercializarlas. Es así como un grupo de mujeres comienza a trabajar para elaborar las toallas y distribuirlas a bajo costo en el pueblo y otras comunidades rurales.
Y es así que el estigma va desapareciendo y pueden hablar del tema de forma más abierta. Un empoderamiento que no sólo logra vencer el tabú cultural sino a lo económico, porque las mujeres comienzan a ganar su propio dinero para dejar de depender de sus esposos y proveer para gastos del hogar.
No obstante, falta un gran camino por recorrer en lugares donde, además, la educación supone para muchas familias un esfuerzo económico que se ve obstaculizado con la llegada del periodo menstrual.
Aunque pocos, existen estudios globales sobre el impacto social de la menstruación en las niñas y mujeres en el mundo. Organismos como UNICEF y el Banco Mundial enuncian que en África una de cada diez niñas falta a la escuela cuando tiene el período. En todo el mundo, una de cada tres niñas no tiene acceso a baños y servicios adecuados, lo que provoca que muchas decidan quedarse en casa para evitar contratiempos.
Pero, más allá de los casos de estigmatización más extremos, el prejuicio hacia la menstruación es uno de los fenómenos más globalizados que existen. La vergüenza, el mantenerlo en secreto, el miedo a mancharse tras levantarse de una silla es algo que toda mujer ha experimentado aun en nuestras sociedades occidentales.
Muchas mujeres optan por usar tampón y toalla con tal de evitar un “accidente” en esos días. Porque somos mujeres libres, empoderadas, pero sin sangrado. Es hora de que podamos cuestionar los discursos que nos contaron acerca de la menstruación y empezar a vivir la experiencia de menstruar de otro modo.
Que sepa todo mundo que esos días no estamos “loquitas”, que no nos apene sangrar, que la sociedad asimile que es un proceso normal del cuerpo. Porque ser libre y empoderada implica aceptarnos como somos, menstruando o no.
Que la igualdad incluya la menstrual.
Al fondo del arcón
A reserva de ver cómo resuelve el lío, es decepcionante que el gobierno federal no hiciera lo básico antes de emprender un cambio en la política sobre refugios para mujeres agredidas. Simplemente debió haber hablado antes con alguna víctima de violencia intrafamiliar y ser receptivo a sus necesidades. Su testimonio, con toda seguridad, le habría hecho pensar dos veces los pasos a seguir.