A Pascal Guerin, sabio amigo.
La perversión que envuelve la maldad nace hermanada con la envidia, el resentimiento, la discriminación y el rencor enmascarado en una argumentación de falacias. Comenzó durante la noche del 9 de noviembre de 1938 y se extendió toda la madrugada del 10. El suceso tomó la forma de un asalto orquestado desde los rincones más oscuros y retorcidos de los cuarteles del partido nazi, y que perpetraron miembros combinados de las SA, las SS, la población civil, las juventudes hitlerianas y la Gestapo en contra de la comunidad judía. A lo largo y ancho de las principales urbes alemanas y austriacas se propagó una frecuencia sonora parecida al quiebre de un cristal. Sin embargo, aquella noche fueron atacadas más de 7 mil tiendas y alrededor de 30 almacenes judíos, sin contar, desde luego, las más de 1500 sinagogas destruidas. Estos acontecimientos que he trazado de forma brevísima se conoce como “la noche de los cristales rotos”, y supuso la apertura de un canal hacia la deportación y exterminio de la mayor parte de la comunidad judía que residía en Europa. Las cifras, incluso hoy, son desgarradoras.
Esto es notable en nuestros días porque, además de ser un antecedente histórico imborrable que dejó una de las huellas más desgarradoras de la bestialidad humana. De esa condición humana de la que la filósofa Hannah Arendt (1906-1975) nos advierte está teñida de la banalidad del mal y asevera Arendt: “Los movimientos totalitarios son organizaciones masivas de individuos atomizados y aislados” -pero son parte de la condición humana señala la autora de Eichmann en Jerusalén (1963) -pero Arendt toca fondo y comenta el fanatismo y devoción al gran líder no son sino tentativas de zafarse del desamparo y la soledad social. Estos sucesos pertenecen al fantasma de eventos que nos enseñan duras lecciones con el objetivo de no volver a repetirlas y, por otro lado, se convierte en nuestros días- en una suerte de Déjà Vu que nos convoca a repensar y re/significar el regreso de los fascismos y antisemitismos.
Tahar Ben Jelloun, escritor marroquí, escribe, en un artículo publicado por el diario El País y traducido por María Luisa Rodríguez Tapia: “Francia tiene una vieja tradición antisemita”. De paso escribe, también, sobre el caso de Alfred Dreyfuss, los ataques a la redacción del Charlie Hebdó, y medita con la pluma en torno al asesinato de Ilán Halimi en 2006. Parece que el peso completo de la historia se nos viene encima de nuevo, o quizá nunca se fue del todo. Uno pensaría que, con las grandes lecciones dadas en siglos pasados, pronto, o por lo menos en la actualidad, todas las minorías estarían, de alguna manera, protegidas; no obstante, se ha rebasado el linde de la pesadilla, esto es ya la realidad en estado puramente lúcido. Los odios y la violencia se repiten como si nadie hubiera aprendido nada. De hecho, según un censo realizado por la ONG, lejos de que se hayan atenuado las agresiones antisemitas, las cifras crecen. En Gran Bretaña el porcentaje de ataques subió en el 2018 un 16 por ciento, es decir de 1,420 incidentes se tuvo un ascenso de 1652. En Francia se registran 541 atentados en 2018, mientras que el año pasado se reportaban 311 agresiones, eso representa un aumento del 74 por ciento. Esto deja evidencias gravísimas. En lugar de que los números vayan decreciendo, las cifras aumentan a una velocidad preocupante. Tahar Ben Jelloun apunta en su artículo que son las redes sociales, también, un vehículo para movilizar las agresiones y la violencia: “El odio al judío se aprovecha hoy del poder de las redes sociales, de los vídeos en que los antisemitas hablan a cara descubierta”. Y las redes sociales, como le hemos mencionado en esta columna, son un espacio con poca regulación y se presentan idóneas para viralizar este tipo de contenido. ¿Qué hubiera visto Primo Levi (1919-1987), de no haberse lanzado hacia el vacío? Más violencia, eso es seguro, haciendo eco a su frase: “No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿Quién hablará?”. Los hundidos y los salvados (1986).
Quizá hubiera visto, también, cruces gamadas sobre el retrato de Simone Veil -superviviente de Auschwitz, primera mujer en presidir el parlamento europeo y ministra francesa- profanación de tumbas en el cementerio judío de Quatzenheim, pintas abierta y explícitamente antisemitas en múltiples comercios y la destrucción del memorial levantado al joven Ilán Halimi. Todas estas son manifestaciones de odio que se expresan hoy en día y que alarman a la comunidad internacional. Recuerdan, justamente, aquella noche fatídica donde miles de comercios y centros religiosos eran destruidos a causa de la ignorancia y el odio. Con el surgimiento de partidos de extrema derecha en todo el mundo, los discursos racistas se levantan desde la política. La administración de Donald Trump, en España el VOX, en Brasil la victoria de Jair Bolsonaro, en Francia la candidatura de Marine Le Pen. En fin, los ejemplos son vastos y la situación es compleja.
Ante todo, esto, solo me queda rescatar y defender la escritura, mi única trinchera. El ejercicio de escribir sobre estos sucesos tiene un ligero sabor a que la memoria no ha fallado del todo. Rescato la escritura porque tiene el poder de hacernos recordar y aprender de los errores del pasado. También, gracias a los tiempos en los que vivimos, este texto tendrá la oportunidad de registrarse y no perderse. Porque eso también es importante, sabernos dueños de la palabra y usarla para defender lo que más importa; la memoria.
Manchamanteles
Un día como ayer, pero de 1533, nació Michel de Montaigne. A sus 38 años decidió encerrarse en una torre para escribir y leer. Lo imaginamos en su habitación, ya sea encorvado, generando su obra ensayística, o acostado, mientras cita (o raya) a sus autores predilectos en las vigas. “¿Qué se yo?”, se pregunta. Supiste mucho, Montaigne. Hasta lo que era caerse de un equino y renacer tras el golpe. ¡Feliz cumpleaños! Y practiquemos su máxima: “La virtud no quiere que se la siga sino tan sólo por sí misma”.
Narciso el obsceno
El juego de las apariencias tiene como reglas a los secretos y a las mentiras, vamos pues el optimista imaginario y por ello es por lo que muchos naufragan en él. Si el narciso: “¿quién soy yo?” Interrogación que no debe de parecernos extraña, porque las reglas, muy sutiles, no están trazadas, y las experiencias exóticas difícilmente nos sirven.