A) Debería ser Afrodita, la diosa del amor, en la mitología griega.
Sin saberlo, un día, dentro de un edificio medio abandonado, Arturo encontró el amor. Encontrar el amor suena a uno de esos clichés baratos, donde un día en cualquier lugar, a uno, de repente, el amor le llega. Sin embargo, esta no es una de esas historias, esta es una historia sobre el azar y las casualidades. Arturo entró a ese edificio no para encontrar el amor, sino para hacer su trabajo. Eliminación de pestes. Arturo llamó a la puerta del tercer piso y quien abrió la puerta era un hombre sin un solo pelo en el cuerpo que, además, tenía una taza de té en la mano. Abraham. Se presentaron y Arturo entró al departamento que, para ser sucintos, estaba impecable. En la pared sur había un ventanal que dejaba entrar la luz de una forma cotidiana y estúpida, pero que en su cotidianidad y en su estupidez guardaba una belleza imperturbable. Abraham le señaló el lugar por donde había visto, en más de una ocasión, salir y entrar a una media docena de ratas. Las había contado. Ahí empezó el amor. En la conversación sobre el origen de media docena de ratas. Abraham y Arturo se enamoraron -silentes- y después de terminado el trabajo y la charla, salieron a tomar un té. Abraham no toma café. Le cae pesado al estómago, dice.
B) Debería ser Balder, el dios del amor, en la mitología nórdica.
Beatriz pesa 96 kilogramos. No le importa, aunque en su grupo de amistades del colegio, el chisme y la plática a sus espaldas, ha mermado sus relaciones afectivas. Igual, a Beatriz no le importa. Todos los días, antes de salir para la escuela, Beatriz se mira en el espejo. Se sonríe. Todos los días, Beatriz, antes de salir para la escuela, sonríe para sí en el espejo. Le gusta, ella se gusta y no le importa pesar 96 kilogramos y que la gente hable a sus espaldas. Un martes, Beatriz lo recuerda, incluso 20 años después de lo sucedido, su mejor amiga, Alfonsa -vaya, qué despropósito de nombre, piensa Beatriz algunas veces- habla de lo malo que es para la salud de alguien pesar 96 kilogramos. Beatriz, quien no está lejos y le molesta la especificidad, le grita: por qué no le controlas el peso a tu madre. Alfonsa se queda muda. Esta es una historia de amor que tiene alguien por su cuerpo. Aun hoy, Beatriz pesa 96 kilogramos. Antes de salir para el Instituto, y dejar a Braulio -su pareja- en la Universidad donde imparte clases, se mira en el espejo y se sonríe.
C) Debería ser Cupido el emisario del amor, posee alas, con arco y flechas.
Alguna vez escuché la historia de un hombre que siempre se enamoraba de muchachas que se llamaran Carolina. La primera vez, Carolina Ríos, en sexto de primaria. Le regaló una carta que decía “me gustas mucho, quieres ser mi novia” y dos recuadros de SÍ y NO. La segunda vez, en tercero de secundaria, él se metió en el taller de flamenco para bailar, en la muestra escolar, con Carolina Adriana Mendoza. Bailaron, pero luego ella se salió de la escuela y nunca volvieron a verse. Él aún recuerda su cara cuando cierra los ojos. Primer semestre de bachillerato, su profesora de asignatura, Carolina Reyes. Un día, después de clases, él la invitó a salir. Ella le explicó que era casada y que ni loca iba a tener una aventura con alguien 15 años menor. La cuarta vez, en el boliche, simplemente, Caro. Él la vio a la distancia y tras una larga deliberación mental se dispuso a abordarla; sin embargo, ella había desaparecido. Quinta vez, en pleno ascenso del cerro El Piloncillo, Zacatecas, durante una práctica de campo, él iba con sus compañeros de carrera, ella, Carolina Díaz, con su familia. Después de una plática sobre la topografía del estado, ella le dijo que mirara al sur, ahí se podía ver una fábrica de papel abandonada. Intercambiaron números pero jamás se pudieron localizar. Sexta vez, la fila del WalMart. Carolina Isabel, él le hizo un comentario torpe sobre la cantidad de bolsas de lentejas que llevaba en su carrito. Ella se incomodó, pero reviró uno sobre la cantidad que él llevaba en su carrito de enjuague bucal. Rieron. Esta historia todavía no termina.
D) Debería ser Dionisio, el patrono del vino y la fiesta.
Hoy, Domitila decide no esperar a Domingo, su esposo. Después de 45 años de matrimonio y escapadas de noche y juergas y borracheras y madrugadas larguísimas. Hoy, Domitila hace sus maletas y se sale de casa. Antes de no volver para siempre, Domitila escribe una carta que dice algo así: “ojalá que te mueras, Domingo, no chingues”.
E) Debería ser Eros responsable de la atracción sexual, y el deseo.
Elena se encuentra en un bar. Es Berlín durante el año 93. Elena tuvo una noche de mierda, decide entrar a un bar cuyo nombre no recuerda, pero sí se acuerda del cuadro colgado en el baño de damas. Es la imagen de una muchacha sentada en el vagón de lo que parece un tren. Elena se siente extrañamente identificada con la pintura. Sale del baño y pide, en alemán, una cuarta cerveza. De pronto, la embarga una melancolía inexplicable. Es cierto, ha tenido una noche de mierda, se peleó a gritos con Ernst, su novio, pero nada fuera de lo común. Los conflictos con él son frecuentes. Cada vez más frecuentes y cada vez más violentos, sobre todo cuando Elena habla de volver a Chile, piensa mientras pide una quinta cerveza. Sin razón aparente, el bar se comienza a vaciar, apenas son las 12, piensa Elena, pero media hora después el lugar está completamente vacío. Ella se queda sentada en el banco y se deja caer sobre la barra. Piensa en que pronto volverá al departamento que comparte con Ernst y después de pelear sobre haber llegado tarde, pensará en comprar un boleto de tren. Todavía no sabe adónde, o por lo menos no lo piensa, pero sabe que eso la llevará lejos.
Manchamanteles
El arquetipo amoroso que se les impone a los jóvenes millennials, es que están dispuestos a un mayor contacto amoroso y transitan con mayor facilidad por el deseo, al tiempo que buscan sus capacidades para seducir y visibilizar sus cuerpos. Algunos autores incluso señalan que el deseo de esta generación no está influido por la imposición social ya que ellos valoran y defienden el deseo sexual personal. Sabemos aún poco, pero podría ser un primer cambio que fracturara el modelo de algunos siglos.
Narciso el Obsceno
El narcisista generalmente se enfrenta con una autoestima frágil y con emociones de apocamiento muy intensos. Se ve en el espejo porque se teme.