A Paola Berenzon, defensora de su género.
Vivimos en el país que carga con la responsabilidad compartida de la violencia de género, un país que no ha sabido construir un clima de protección para las mujeres ni una cultura de respeto y ambientes seguros, donde ser mujer y ser hombre se limite a una mera diferencia biológica, quizá en ciertos sentidos—los sanos—cultural. Pero en nuestro país, la violencia contra la mujer se ha convertido en una regla que, con el más obsceno de los cinismos, asumimos como parte del día a día. La nueva modalidad de secuestros ocurridos en el metro, esos a los que las redes sociales han llamado “tranquila mi amor”, deberían despertar la indignación más grande sobre nuestra sociedad.
¿Es suficiente con que un hombre sea la pareja de una mujer para que tenga derecho a violentarla, faltarle al respeto, humillarla y usar la fuerza contra ella? Las campañas se basaron en convencer a la gente de alrededor de que la persona que violentaba a las mujeres era un desconocido. Pero ¿no acaso deberíamos intervenir incluso si no lo fuera? Si fuera un padre, un hermano, una pareja, entonces ¿estaría permitida la violencia? Cosas como estas ocurren todos los días en nuestros hogares, pues por desgracia los roles de género no se han transformado de manera significativa a lo largo de las décadas. Cada vez se ha incrementado más el número de mujeres económicamente activas y es un hecho que el ideal del matrimonio como una solución económica está cada vez más lejano ante las posibilidades de hacer una carrera o un negocio.
Pero estos cambios son apenas superficiales, porque la violencia contra la mujer está cimentada en las raíces de México. El rol de madre continúa simbólicamente sacralizado frente al del padre, que no sólo sugiere una desigualdad profunda en los derechos que el padre tiene para con un hijo, sino que también implica la reproducción de ideas erróneas sobre la feminidad: obligación de sacrificio, sumisión, protección, abnegación. La madre da la vida por sus hijos, por eso el aborto no ha terminado de ser aceptado en una sociedad profundamente moralina e hipócrita que critica a la niña de 14 años por estar embarazada lo mismo que a la mujer que aborta; pero se asume con normalidad la violencia y la inseguridad. No es válido dar una educación sexual convincente a nuestras hijas desde menores, pero sí juzgarlas por no llevar bien su sexualidad llegado el momento.
La mujer sigue enfrentando el estigma social de que su papel en esta vida es ser un objeto. Un objeto sexual. El ideal decimonónico del sexo bello prevalece en nuestra cultura. Buscamos a un hombre inteligente, exitoso, con un futuro económico promisorio (otro injusto cliché); pero por sobre todas las cosas, buscamos a una mujer bonita. Una mujer bella, que no viva abiertamente su sexualidad, porque esa sólo es para la diversión. La mujer que se toma en serio es la “decente”. ¿Y cuál es la belleza? Evidentemente el constructo capitalista de la misma, que muta constantemente pero que exige el cumplimiento de ciertos estereotipos.
Por eso, cuando llega la talentosísima Yalitza Aparicio sin siquiera buscar un papel y pasado poco tiempo obtiene una nominación al Óscar; nuestra cultura no lo soporta. Salen miles de voces a criticarla, a decir que quizá tiene talento, “pero no es bonita”, a echar mano de una falsa inclusión al mundo indígena, donde lo que sorprende no es que sea mexicana, sino que sea ese tipo de mexicana: la que no se ajusta a los cánones impuestos de belleza y sale en las portadas más importantes de revistas de moda donde muchas mexicanas, que se consideran a sí mismas, “más bonitas”, nunca llegarán. El problema de fondo además de nuestro desagradable racismo está en considerar el valor de las mujeres partiendo de su aspecto físico, de su papel de objeto.
La solución a la violencia no está en los toques de queda, ni en la vestimenta de las mujeres. No está en que las féminas cubran sus cuerpos, se escondan y busquen la protección de los hombres de la familia. Debemos enseñar a hombres y mujeres a respetarse mutuamente, debemos instruir a nuestros varones a aceptar el no, y a respetar el cuerpo ajeno como si fuera el propio. Debemos enseñar a las mujeres que su valor no es sólo físico y que son dueñas de su cuerpo y construir espacios seguros donde aprendamos a superar los prejuicios sobre los roles de género. Esa es la verdadera decisión por la igualdad.
Manchamanteles
Uber, Cabify y otras aplicaciones de transporte privado han sido escenarios del abuso a las mujeres que recurren a ellos como una alternativa segura para llegar a sus hogares. Los abusadores han argumentado la vestimenta, el estado de ebriedad o simplemente el haberse quedado dormidas como excusas para usar la violencia contra ellas. ¿Es justo que nuestras hijas, sobrinas, hermanas o incluso madres y abuelas vivan con miedo?
Narciso el obsceno
Érase una rubia tan Narcisa que creyó que Roma era el nombre de un jabón, que el Borras debería de haber sido un Husky y soñaba con salir en Vogue.