Para entender la contradicción entre el modelo teórico de las democracias y su fallida aplicación pragmática, misma que las ha conducido indefectiblemente al fracaso, conviene acercarse a la obra de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias. El texto ha sido reconocido por innumerables autoridades periodísticas: Best seller del New York Times, recomendando por el USA Today, Washington Post, The Guardian y el Philadephia Inquirer; pero su principal crítico es el presente donde los regímenes se agotan y los autoritarismos están de moda. La obra es un recuento importante y necesario que explica cómo personajes fatídicos de las historias nacionales lograron inmiscuirse, con terribles consecuencias, en los sistemas democráticos. Desde Alemania, Italia y España; hasta Rusia y Hungría, pasando por Argentina, Chile, Venezuela y Perú.
A pesar de tener referencias del desmoronamiento de democracias en países occidentales diversos, el motivo principal que trata el texto, de manera realmente espléndida, es la preocupación norteamericana de que un personaje como Donald Trump llegara a la presidencia en el 2016. Es decir, tiene desde luego, un corte profundamente estadounidense y todas las reflexiones desembocan en territorio norteamericano. Sin embargo, hay que admitir que no por ello deja de ser fundamental para entender el quiebre democrático, porque muchas de las constituciones y sistemas presidencialistas de países occidentales partieron de la constitución de los Estados Unidos. Es decir, el desequilibrio de la democracia norteamericana puede explicar muchos de los rompimientos políticos europeos y latinoamericanos.
Se trata de un libro brutalmente didáctico, aunque no deja de lado el análisis. La traducción al castellano es amena y ágil y proporciona atinadas notas sobre conceptos para quienes no estamos del todo familiarizados con la política estadounidense. Tal cual, nos muestra las consecuencias del rompimiento de la democracia, cómo identificar focos rojos y qué hacer para evitarlo. Es una obra de fácil lectura que ofrece herramientas para desentrañar los laberintos del autoritarismo y la represión, nos recuerda que el decaimiento de los sistemas políticos no siempre sucede a causa de movimientos armados, sino que las democracias caen, también y sobre todo en este siglo, a causa de fallas internas en su propia estructura.
El lector mexicano encontrará este texto interesante y significativo. No obstante, esto no quiere decir que el análisis que efectúan Ziblatt y Levitsky sea cien por ciento aplicable al caso mexicano, no porque las consideraciones distaran mucho del panorama, sino porque la forma en la que actúa nuestra democracia y nuestras instituciones es diferente. Parte de la tesis sostenida por los autores consiste en suponer que los partidos políticos son los guardianes de la democracia. Tampoco el imaginario que se cae al desgastarse la democracia siendo sin duda el más importante caminos para tener acceso a la cultura y al conocimiento en las todas las capas de la sociedad. Nos queda como tarea re/pensar la realidad y el imaginario de la democracia esa que Michelangelo Bovero asemeja de manera natural con la gramática y nos dice: “La democracia no tiene sólo una gramática, o sea, un conjunto de reglas morfológicas, ortográficas y sintácticas acerca de las fuentes del poder y de las formas correctas de su ejercicio”.
En nuestro país, los partidos políticos han tenido un papel más bien ominoso, los recursos que se les destinan no corresponden con su responsabilidad para con la ciudadanía y las instituciones. En México hemos desarrollado una enorme desconfianza, no sin razón, luego de corrupción, escándalos y desvíos de fondos, sólo por mencionar. Los comicios últimamente se han basado más bien en decisiones por candidatos y no por partidos.
Manchamanteles
El mal de nuestro tiempo tal vez sea el exceso de optimismo, es decir, el simplismo ramplón de creer de manera ascendente y sin escala que todo es hacia más, hacia mejor, que lo nuevo es en absoluto el valor positivo. Desde ahí no impera la razón ni el deseo, sino esa ilusión nebulosa en el espejo. Las crisis nos enseñan que tenemos que aprender a prevenirlas, pero también a ser consecuentes con el error, la equivocación, la falta y la ausencia como umbrales de aprendizaje. Y quizá su mejor metáfora es la exquisitez de la ironía porque ésta es una autorreferencia, Germán Dehesa, nos decía que al recuperar la ironía recuperábamos la frescura del ser en lo cotidiano, recordemos algunas de sus frases y seamos consecuentes con ellas: “Los hechos que obligan a definirse son los que cuentan”. “Hoy toca”, “Agarren lo que se pueda y traten de portarse bien, pues de otro modo perderán lo poquito que hayan pepenado” pero, sobre todo, hoy más que nunca tengamos: “Actitud mental de triunfo”.
Narciso el obsceno
Sufre el narcisista al encontrarse a sí mismo como continuidad y no como origen. Él es el único, el todo y el absoluto. Se mira al espejo y no reconoce objetos, pues vive ensimismado en ser él uno sólo con su entorno, ¿podría haber algo más? Sufre el narcisista ante la Historia, pues ésta le grita en la cara que no es único ni es inmortal: hubo antes otros y habrá otros después. ¿Será por eso, que los narcisistas aborrecen la Historia?