- De cómo unas canciones y bellos sonidos demuestran alegría y gratitud al creador
En términos musicales, ninguna celebración cristiana ha podido concebir una variedad sonora como la que concibió el nacimiento de Cristo. De modo que no es exagerado afirmar que resulta imposible entender unas fiestas decembrinas sin música.
Ya sea por razones de fe o por simple rutina, los seres humanos han celebrado con tonadas y hermosos sonidos estas milenarias celebraciones que comienzan el 24 de diciembre y culminan el 2 de enero del año siguiente.
Dentro de las tradiciones y costumbres navideñas, los villancicos tienen un papel importante, pero ¿cuál es su significado interior? El sentido de los villancicos es el de elevar el espíritu de la Navidad y hablar del nacimiento de Jesús. La verdadera música de la natividad nos acerca más a Dios y hace que tengamos un corazón más elevado.
Los villancicos favorecen la participación en la liturgia de Adviento y de Navidad en el sentido que preparan el más grato de los ambientes. Estas melodías hacen referencia al tiempo que se vive para disponer los corazones y así participar en las celebraciones litúrgicas con mayor devoción. Cantar villancicos es un modo de demostrar nuestra alegría y gratitud a Jesús.
No obstante, en su origen estas canciones nada tenían que ver con la Navidad, religión o nacimiento de Jesús, sino que se trataban de alegres composiciones de perfil popular que cantaban los villanos o residentes de las villas y donde se narraban los sucesos cotidianos. Era como una especie de noticiero rural que se cantaba en las fiestas populares.
Al ser cantados en forma de coplas por los habitantes de las villas evolucionaron hasta convertirse en villancejos, villancetes o villancicos, pero ya como una forma musical bien estructurada en el siglo XV. Y es así como la iglesia, a partir de mediados del siglo XVI, comienza a promover este tipo de tonada sencilla como medida evangelizadora, naciendo de este modo numerosas coplas con motivos religiosos durante la Navidad y el Corpus Cristi.
De esta manera tenemos el célebre villancico “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad”, hasta las grabaciones más conocidas con música tradicional de origen teutón y anglosajón, interpretadas por artistas de todas las épocas; tal es el caso de Noche de paz, Blanca Navidad, Jingle Bells, Here comes Santa Claus, y Rudolph the red nosed reindeer, entre otras.
Con la presencia en ellas de los actores principales de esta puesta en escena: el Santo Niño, la Virgen María, San José y los espectadores de entonces, los pastores, el pueblo humilde y los misteriosos Reyes Magos. De igual modo, se registran antiguas melodías que, de boca en boca, se han transmitido a lo largo del tiempo y a contrapelo de todos los cambios sufridos por la cultura occidental.
Son viejas canciones que hablan de lo que sucedió en Belén hace más de dos mil años, rescatando del suceso su contenido más profundo.
Un mensaje de esperanza, de fraternidad y, por lo tanto, de paz invade la música de todos estos cánticos. Son verdaderos himnos sencillos, muchos de ellos de una belleza extraordinaria, en los que late una humanidad intensa y tierna, vibrante y suave al mismo tiempo. Y tales peculiaridades están presentes lo mismo en un villancico anónimo, que en el Oratorio de Navidad, de Bach, por ejemplo.
La música de las celebraciones de este mes, cuando es de índole culta o clásica, además de echar mano de los ritmos pastoriles recurre, en lo instrumental, de los timbres que pueden evocar los de los instrumentos rústicos. Sobre la opacidad de tamboriles y panderos se oye siempre el canto un poco agrio de los oboes y a veces apoyados en notas pedales graves, que ocupan el puesto de los bordones o roncos que suenan en algunos instrumentos populares.
Comparada con otros países, la música culta española e hispanoamericana no ofrece muchos ejemplos valiosos de composiciones relacionadas con esta época. Sin embargo, en Inglaterra, William Lawes, Wiliam Byrd y Orlando Gibbons, entre otros famosos polifonistas de la época isabelina escribieron verdaderas joyas dentro de este género.
¿Y qué decir, por otra parte, de lo que a este respecto debemos a Haendel y a Bach? Del primero baste mencionar sus dos obras cumbre: Aleluya y El Mesías, por citar algunas.
Lo más valioso con texto castellano es lo que salió de la pluma de Pedro Riamonte, mismo que figura en su Parnaso Español, publicado en Amberes, en 1614.
Con excepción de la música de las posadas, las piñatas, la arrullada y levantada del niño y algunas canciones de aguinaldo, lo que en México se escucha por estos días es de origen extranjero, como ya anoté.
Son temas tradicionales –que no exactamente folklóricos- en los que está visible todavía la mano de su autor. Algunos de gran belleza y colorido, como: Adeste Fideles, ahora cantada popularmente, O come, all ye faithful, que entró en el repertorio litúrgico católico; y quizá, también, Schlal mein Kinndelein, canción alemana de cuna dedicada al Niño Jesús, entre otras.