De todas las estupideces que registra nuestra historia política, destacan los elefantes de Echeverría, los tractores de Cárdenas y los bancos de López Portillo.
Echeverría intentó importar de África esos animales, para que sirvieran en el arado del campo; movilizó a medio gabinete, cuerpo diplomático, líderes agrarios y al final le hicieron ver que -entre las múltiples inconveniencias- el peso de los paquidermos sería tan brutal, que sus pisadas acabarían matando a las semillas recién sembradas. De milagro México se salvó de tener una plaga de elefantes por orden presidencial.
Lázaro Cárdenas repartió a diestra y siniestra tractores a los campesinos, bellísima acción modernizadora y de justicia social digna de la Revolución Mexicana, sólo que no los capacitaron para operar esas máquinas del Hombre Blanco ni les dotaron de gasolina, por lo que muchos acabaron arrumbados sin haberse estrenado…Un dispendio enorme.
López Portillo, a noventa días de dejar el cargo, nacionalizó la banca en un dramático mensaje ante el Congreso, donde incluso lloró. Los sindicatos llenaron el Zócalo con miles de trabajadores y mantas. Los aplausos le duraron tres o cuatro días pero el rencor de su sucesor por haberle descompuesto la economía (más de lo que ya estaba) le significó persecución y ostracismo durante seis años, además de que el país entero lo repudió.
Dice el dicho: “Pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla”. Análogamente podría aplicarse a los Jefes de Estado, que pueden repetir errores de sus antecesores, por minimizar o desestimar sus lecciones. Por desgracia, nadie aprende en cabeza ajena.
Alemán se quiso reelegir en los años cincuenta, ante lo que los expresidentes Cárdenas y Ávila Camacho amenazaron con levantarse en armas. Alemán no aprendió de las trágicas experiencias reeleccionistas de don Porfirio y Obregón, uno acabó desterrado y el otro asesinado.
Calderón tampoco aprendió del error básico de Fox: en lugar de desmontar el régimen corporativo, el PAN cogobernó con él y éste acabó enguyéndolo, al grado de que el Grupo Atlacomulco les arrebató el poder y entronizó a Peña Nieto.
Carlos Salinas arrancó muy bien su gestión; mandó señales de combatir la corrupción, modernizar al país y dinamizar la economía, creó la CNDH, legó el TLC, construyó carreteras como nunca antes desde el Porfiriato. Fue el presidente más popular del Siglo XX, pero terminó, dos meses después de entregar el cargo, en el basurero de la Historia, por las truculencias que su gobierno escondió en el cajón.
AMLO es tan popular como Salinas en su tiempo, incluso más, pero ya se ha visto que todo lo que sube baja y que la gente sí registra los errores. Una cosa es que los perdone durante la luna de miel y otra que no les cobre cuando empiece a haber desempleo e inflación.
Se empieza a hablar hoy de que se pagarán seis mil millones de dólares a lo tonto, que no se habían previsto cuando se canceló el NAIM en Texcoco, y que para no pegarle al presupuesto con esa ‘sorpresita’ seamos los usuarios quienes paguemos 25 por ciento más de impuesto aeroportuario. ¿O sea, cómo? ¡Ahora resulta que no alertaron desde antes al presidente de ese costo extra!
Otra: ya no habrá presupuesto para promover a México en el exterior pero se hará un tren turístico, cuya rentabilidad será cero si decae el número de visitantes.
Sigo pensando que el país ya no resistía más de lo mismo y que era necesario un viraje hacia la izquierda por la enorme presión social y desigualdad que hay, pero eso no tiene nada que ver con la melcocha que se empieza a formar en diversos frentes, a diez días de haber arrancado. Ojalá AMLO prenda alertas y no termine como Salinas. Le quedan cinco años con once meses por delante.
@rodriguezrraul