No soy psicóloga. Considero que el hecho de trabajar en el mundo de la educación me ha permitido ver, vivir, saborear, escuchar y apapachar historias que me permiten de alguna manera dar mi opinión. Tengo grandes amigas que son profesionales del tema que pueden estar de acuerdo o no con mi sentir. También soy madre, cosa que le suma poca o mucha experiencia a mis palabras.
¿Porque advierto lo anterior? Pues porque sé que mi reflexión del día puede no gustar. Así de sencillo. Me explico: hace años se puso de moda medicar a los niños que tenían déficit de atención y/o eran hiperactivos. En ese entonces era maestra de primaria y me cuestionaba por qué el afán de darles pastillas a niños que brincaban, reían, bailaban, gritaban, corrían, etc., lo natural como cualquier niño y entonces, bloquear la expresividad del cuerpo entero y someterlos a estar sentados seriamente tras una mesa prohibiendo el movimiento. ¿Quién dictaba el deber ser? Cuando alguno de los padres me decía que su hijo estaba medicado, pidiendo discreción pues nadie debía enterarse, intentaba sutilmente hacerles ver que a lo mejor no era necesario, que su niño estaba bien en el salón de clase y que había que dejarlos ser. Fueron varios casos así y debía respetar las decisiones que ellos tomaban para sus hijos, aunque no estuviera de acuerdo. Hay personas que necesitan de ayuda y el medicamento, pero, en su momento, también era una forma más cómoda de tranquilizar a los niños. ¿Comodidad para quién? ¿Para los padres de familia? ¿Para la escuela?
Hoy día vemos que una forma alternativa de “calmar a los escuincles” es poniendo en su mano un celular o iPad aun cuando son bebés que apenas empiezan a hablar. Para los padres de familia es más fácil tenerlo en la silla del restaurante anonadado ante una pantalla con programas “educativos” que levantarse, interrumpir su comida y llevarlo a jugar en las áreas que tienen destinadas para ello. Lo curioso es escuchar a esos mismos padres de familia quejarse de cómo es que su hijo mayor de unos ocho añitos no deja “el aparetejo ese”, “se la vive enchufado”, “es adicto al celular y no sé qué hacer”, “ya no habla conmigo y sólo se encierra en su cuarto” y tratan por todos los medios de cerrarles su mundo, ese, en el que ellos lo educaron. El peor castigo es quitarles el celular sin darse cuenta también que lo único que hacen es separarlos de su espacio, de su grupo de amigos y de una gran parte importante de su vida, que nosotros aún no entendemos ni tenemos.
Algo que me sorprende en estos últimos años es saber que hay adolescentes que están medicados por ataques de ansiedad y de pánico. De nuevo aclaro que entiendo que seguramente hay casos que son necesarios atender de esa manera. Aun así, me cuestiono dónde está la rayita entre lo que era en nuestros tiempos (que no son muy lejanos) estar nerviosos, respirar más rápido de lo normal, sentir que el corazón te palpitaba más fuerte y que las maripositas volaban en la panza, cosa que se te quitaba con un “¡ya cálmate!” de tu madre, algo así como un chanclazo emocional que te ubicaba de inmediato y te hacía “entrar en razón”, y lo que llaman ahora las crisis de ansiedad. De nuevo la pregunta es ¿hasta dónde es una nueva moda? ¿Será que antes no se hablaba del tema y hoy es algo común? ¿Cómo hacerle para saber si eso que llaman ansiedad no es sólo el nervio acumulado que merece un “chanclazo emocional de ubicatex”? ¿Es más fácil tranquilizar medicando que atender el porqué del nervio y ansiedad? Tengamos claro también que los medicamentos son negocio para las farmacéuticas.
Insisto: estoy segura que hay casos que requieren de atención especial y también confío que así se haga. ¿Cómo saber cuando realmente es necesario? Debe haber un punto intermedio en el que ni los medicamentos ni el celular o iPad se use para fines de comodidad paternal, maternal o escolar evitando asumir responsabilidades. ¿Cómo le hacían nuestros padres con nosotros cuando no existían los recursos médicos ni tecnológicos? Mi humilde opinión, somos nosotros los que debemos recurrir a la palabra con nuestros hijos, generar confianza para hablar de lo que sea por más tonto que parezca, buscar ayuda especializada cuando así lo amerite y tener una segunda opinión antes de medicar. Recomiendo que un bebé y niño aprenda primero lo que es la vida sin celular o iPad, que se dé el golpe en la cabeza en la resbaladilla y se raspe sus rodillitas cuando juegue a “las traes” con sus amigos, aunque para ello, los padres deban tomarse turnos en la mesa. Dejemos que nuestros niños y adolescentes vivan lo natural antes de meterles rollos en la cabeza por nuestra comodidad.
Estás palabras van con mucho cariño a mis psicólogas favoritas… su trabajo es muy importante, y más en estos tiempos modernos. Gracias.