En el año 10 conejo, una vez que las exequias del temerario Ahuizotl fueron consumadas, el cónclave mexica eligió a Moctezuma Xocoyotzin como el nuevo Tlatoani. Éste fue advertido del hecho estando en el templo de los dioses que atendía con sumo cuidado.
En una celebración preparada con todos los cuidados para la unción, y en el que participaban los poderosos electores, el futuro Tlatoani, casi desnudo, fue conducido al gran templo de Huitzilopochtli hasta subir las escalinatas. La comitiva la comprendían los reyes de Tlacopan y Texcoco, los guerreros destacados y, desde luego, los grandes sacerdotes. Todos estaban ataviados de ropas especiales que simbolizaban las fuerzas cósmicas que participaban de este importante momento. A ras de suelo, el pueblo observaba a lo lejos.
Ya en el calli todos se arrodillaban en señal de respeto a la divinidad. En completo silencio, los sacerdotes pintaron el cuerpo de Moctezuma con un preparado de color añil, mientras que otros lo salpicaban de agua usando hojas de maíz, cedro y sauce. Terminada esa labor la cabeza le fue cubierta con una manta blanca, con otra azul y con una negra, todas ellas bordadas con las insignias del dios descarnado. Luego fue enjaezado con distintos collares de chalchihuites y piezas preciosas para que recibiera el poder del dios de la lluvia. Y sobre su espalda le fue colgado un guaje lleno de polvos de poder, para evitar cualquier intento de daño realizado por los chamanes de los enemigos del imperio.
Al Tlatoani se le dio un morral lleno de incienso. Se acercó al fuego sagrado del templo y comenzó a ofrendarlo con el copal que llevaba. Una vez invadido el pequeño recinto del delicioso olor, el Tlatoani tomó asiento. Y un sacerdote le pidió presentar juramento como gobernante. En la letanía, Moctezuma se comprometía a respetar las leyes, a obrar justicia, a observar la religión y a comprometerse con el culto al sol, proveyendo siempre los sagrados corazones para alimentar al celoso dios. En ese momento, el hombre se divinizaba y para siempre sería la representación de la estrella de la mañana para los creyentes.
Por ello, todos los presentes le ofrecieron sus respetos, le juraron obediencia y lo colmaron de regalos finos como plumas de quetzal, caracoles, piezas de oro, piedras preciosas y otras joyas.
Continuó un largo proceso en el que Moctezuma asumió para sí mismo la figura del sumo gobernante. Este momento se vivía en completa soledad. Aislado en un cuarto cercano al templo, pasó cuatro días en silencio dedicado a la oración y los sacrificios. En esos momentos iniciáticos estaba restringido a comer una sola vez al día y en una forma austera. Así que se le proporcionaban distintos platillos en una sola ocasión. Y recibía dos baños, uno de ellos por la tarde en una gran alberca, en donde debía herirse a sí mismo con una punta de maguey en distintas partes del cuerpo para hacer brotar su sangre como sacrificio a los dioses. Cuando este tiempo hubo terminado el Tlatoani dijo para todo el pueblo: “México soy yo.” Y una nueva era comenzó.
Y así la gente se quedó con la frase grabada en la memoria y supo que a partir de ese momento, el gobernante sería el referente principal de la vida pública en toda la Anáhuac.
Y aquí nos encontramos 500 años después…