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«RIZANDO EL RIZO»: La biografía política: ¿la historia del prócer?

“No te debía querer, pero te quise,
no te debía olvidar y te olvidé”.
Agustín Lara

La literatura mexicana ha llenado desde siempre uno de los grandes vacíos de nuestra cultura política: la autonarración.  Se trata quizá de una denegación histórica de nuestras pasiones en torno a quienes ejercen el poder haciendo eco a nuestro bolero como lo ejemplifica Agustín Lara: “Yo no sé si te odiaba, o te quería”.

El olvido triunfó, sobre el recuerdo. Por citar dos ejemplos, en Ulises Criollo, José Vasconcelos, a quien Octavio Paz llamó “el mexicano mayor del siglo XX”, nos legó de manera novelada a través de sus memorias uno de los mejores retratos de la primera mitad del siglo XX en donde él mismo es la encarnación metafórica de México, con su mística contradictoria, sus violencias perversas y su sensualidad poderosa. Tampoco quiero olvidar La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, obra de extraordinario valor literario que retrata con inteligente sarcasmo el México posrevolucionario al mando de los jefes sonorenses, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.

Tal vez el silencio se debe a que el secreto es la esencia de la historia del poder y sus hombres. El Estado, al igual que la Política y los políticos, siempre han sido conceptos y personajes de un caótico universo que toda sociedad necesita descifrar. Su visibilización es un gesto que debe ser parte del debate público de cualquier sistema político. Desde la “historia de bronce”, los historiadores, influenciados por el nacionalismo cultural, han hecho esfuerzos encomiables para comprender los procesos políticos desde la biografía de héroes y villanos, pero los resultados han sido fallidos.

Desde luego que en la historia reciente de México hay trabajos excepcionales como Hernán Cortés de José Luis Martínez; o País de un solo hombre: El México de Santa Anna, título general de una obra en tres volúmenes de Enrique González Pedrero; y México. Biografía del Poder, la síntesis de los libros Biografía del Poder, Siglo de Caudillos y La presidencia imperial de Enrique Krauze. En estas dos obras, que por su riqueza documental y narrativa van más allá del propio género o de la misma historia como ámbito de conocimiento de los autores, podemos encontrar la correlación entre los personajes y sus contextos, poderosas evocaciones literarias que han sido elaboradas con alto rigor académico, pero también con aquellas licencias que otorga reconstruir los hechos históricos.

Un hombre que accede al poder en cierto sentido renuncia para siempre a su libertad privada, al anonimato que da la cotidianidad, porque se sujeta al escrutinio público del presente a través de los juicios de sus contemporáneos o del análisis de la historia. A pesar del desprestigio de la política en estos días, en la tradición de nuestro liberalismo, es casi un consenso pensar que cuando un político toma la palabra se convierte en el dueño del discurso, pero no de la verdad. Los demás no son el público, son los ciudadanos que en estricto sentido tendrían que saber quiénes son sus políticos, sus gobernantes, sus representantes, para que México nunca más vuelva a ser el país de un solo hombre.

La ausencia de análisis sobre las biografías y autobiografías de los hombres que han guiado los destinos de la patria es hoy más que nunca una falta que nos impiden comprender que los procesos que acompañan el ejercicio del poder entrañan una subjetividad del político –ese animal a veces tierno y domesticado cordero y otras salvaje bestia depredadora–. Cuando comencemos a analizar a los políticos bajo sus luces y sombras, en sus nebulosas grisuras, sin santiguarlos o llevarlos a la hoguera, podremos ver sin miedo y vislumbrar la minucia que devela la múltiple personalidad de un gobernante. Esa mirada secular nos acercará a la verdad, a la libertad de ejercer con mayor plenitud nuestra ciudadanía.

Manchamanteles

“Somos demasiado narcisistas como para arriesgar cualquier clase de viaje o caída accidental”, dice Slavoj Žižek en su obra Pedir lo imposible. Buscamos, sin embargo, constantemente la caída que implica el acto de amor. El filósofo compara éste con un trauma, con una conmoción. Y es que el acto de amor es quizás lo único capaz de modificar radicalmente el sentido de las cosas. Quizás esté en el amor a los otros, al mundo mismo, el antídoto frente a tanta catástrofe y frustración.

 

 

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