Para Nathan y Gael
Tuve la oportunidad de presentar recientemente en la Facultad de Psicología de la UNAM, junto con otras colegas, el libro de Andrea Angulo y Édgar C. Jarillo, Familias homoparentales. Una mirada sistémica desde la salud colectiva en México (UAM, 2017). La publicación presenta una investigación cualitativa sobre la manera en que conciben e intervienen profesionales de la salud mental (terapeutas en consultorios, escuelas, instituciones de adopción) sobre estas familias, así como la manera en que las familias homoparentales reciben y perciben las intervenciones que les presentan dichos profesionales, qué les sirve y qué no de lo que les dicen, qué les permite crecer y qué de lo que dicen y hacen las coloca en el lugar de los prejuicios y la homofobia.
Les comparto tres puntos a donde me llevó esta lectura: El libro presenta un recorrido histórico sobre la concepción teórica de la homosexualidad y particularmente sobre investigaciones varias que, a partir de situaciones legales (preguntas de jueces sobre si era conveniente dar la patria potestad al padre o madre homosexual, y posteriormente los debates sobre el derecho de adopción de las parejas del mismo sexo), estas últimas demostraron en su mayoría que no había mayor variación sobre una serie de “indicadores de salud” entre hijos e hijas criados por parejas heterosexuales o por parejas homosexuales. Por lo que se demostró, y se actuó legalmente en consecuencia, que las familias homoparentales no dañan o no representan mayor riesgo para los hijos e hijas. Coincido con la autora que estas investigaciones tuvieron una necesidad histórica. Sin embargo, a la distancia no deja de ser indignante que los solos estudios, las preguntas de los mismos, en especial la preocupación por si había mayor o menor tendencia a ser homosexual en las familias homoparentales, sean en sí mismos estudios y preguntas patologizantes y discriminatorios. Dado que, si bien la homosexualidad incluso había dejado ya de ser una patología en los catálogos de enfermedades mentales (OMS, 1990), seguía preguntándose si había “riesgo” de que a padres o madres homosexuales siguieran hijos o hijas homosexuales, o en una proporción mayor a padres o madres heterosexuales, pregunta con la que se consideraba de hecho “indeseable” esa situación. Parecía un avance que al demostrar eso la sociedad “descansara”, por lo que, insisto, los estudios y pregunta son en sí mismos discriminatorios. Porque si los resultados no hubieran sido esos, ¿cuál hubiera sido el problema?
Asimismo, después de escuchar a través del libro cómo siguen pensando colegas de la salud mental, pienso en la necesidad de seguir cuestionando, confrontando con la realidad, deconstruyendo la idea dominante de que existe un modelo de “normalidad” y “salud” emocional que requiere necesariamente de la presencia parental de una figura masculina y una femenina. Por años he escuchado este prejuicio que viene desde teorías psicológicas y que es repetida por el sentido común, seguida de la idea de que existen “roles masculinos y femeninos” y que es muy importante que los niños y niñas aprendan de su respectivo género, y que además de la existencia de la figura masculina derivará la separación de la madre de sus hijos varones que final y “sanamente” buscarán a una pareja del sexo opuesto. La rígida división de “roles” femeninos y masculinos ha encasillado a hombres y mujeres a desempeñarse en ciertas funciones y a castigar la flexibilidad de sus conductas y deseos cuando se separan de “la norma”; es una división propia de culturas patriarcales. Una sociedad no patriarcal permite la flexibilidad y diversidad de conductas y deseos dejándolos de encerrar en etiquetas. Siguiendo a Olga Silverstein, terapeuta estadounidense, en su libro The Courage to Raise Good Men, pregunta a las madres solas, preocupadas porque sus hijos tengan una figura masculina, qué sería lo que ellas no podrían enseñar a sus hijos varones para que simplemente fueran “buenas personas”. Lo cual aplica también a las familias homoparentales. Me sumo y agrego a la propuesta del texto de poner al centro de las concepciones de salud, perspectivas de diversidades, respeto, derechos humanos, género y feministas.
Por último, me parece que seguirse haciendo la pregunta sobre la afectación en los niños y niñas de la orientación sexual de sus padres y madres no es ético, es discriminatorio y atenta a sus derechos humanos; pero se convierte en una pregunta inmoral cuando sabemos, quienes tratamos directamente con todo tipo de familias, que las verdaderas afectaciones hoy para los niños, las niñas y sus familias, y a las que deberíamos dedicar nuestros esfuerzos, son la pobreza, la desigualdad y las violencias de todo tipo, que incluye la homofobia.
Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.