Dicen algunos de los guías de turistas que dan recorridos en el Museo del Templo Mayor que entre los aztecas había una tradición religiosa de vestir a un esclavo representando a Tezcatlipoca, deidad del sol. El personaje recibía el trato de una divinidad. Y por un tiempo se dedicaba a caminar por la Ciudad. Los habitantes lo miraban con temor y recato, pues se sabía que el dios era el poderoso que daba y quitaba la fortuna. Y que cualquier gesto impropio que llamara la atención del dios podía acarrear las mayores desgracias. De esta manera el miedo al cambio, el miedo al futuro se canalizaba por toda la población que tenía la oportunidad de cruzarse con la representación divina; que está dibujada en uno de los murales decorativos del Museo que explica la organización del mercado de Tlatelolco. Después de un tiempo y en una ceremonia especial, el esclavo era sacrificado en la piedra del templo.
Traigo a colación esta anécdota por la forma en la que los personajes públicos del cambio parecen encarnar esa misma energía del porvenir, y cómo todos estamos expectantes de sus decisiones. Por un lado los empresarios vaticinando un futuro ominoso si se cancela la chinampa para aviones en Texcoco, o el tlatoani electo quien desde ahora dicta la ruta a seguir.
Todos nos desgañitamos con argumentos a favor y en contra de las decisiones del futuro soberano, de sus métodos, de su estilo personal de gobernar y en el fondo subyace el miedo: miedo a que las cosas cambien y que esos cambien nos afecten y miedo a que las cosas no puedan cambiar y se queden en el mismo estado lamentable del ahora.
Y sucede que esos dioses se sientan juntos a la mesa de la Alcachofa y salen en paz. Y todos los que vivimos con miedo en un sentido o en otro ya no sabemos qué está pasando. Pero por el miedo continuamos con la incertidumbre, porque en el fondo no sabemos el tamaño del cambio que viene.
¿Nos quedaremos sin chamba? ¿Nuestra empresa vivirá tiempos difíciles? ¿Nos recortarán las prestaciones? ¿Subirán el dólar y las tasas de interés? ¿La raza invadirá Santa Fe y otros circuitos? ¿Viviremos en el autoritarismo atroz? ¿La mafia en el poder no va a permitir la Cuarta Transformación? ¿Los gringos nos van a fastidiar?
¿No va a alcanzar para los programas sociales? ¿Se fugarán los capitales? ¿Y si las decisiones populares nos empinan más de lo que estamos?
Estamos a merced de nuestro miedo al cambio, argumentando a favor de las últimas certezas que nos hemos construido sin saber que soltar el miedo puede liberar nuestra energía ahogada en el terror. Las cosas van a ser distintas, no solo porque habrá un cambio de gobierno. Sino porque nuestra historia tiene ciclos que se cierran y se abren y hoy estamos en esa transición. Y no dependerá de los dioses de la Alcachofa que nos adaptemos, sino que busquemos nuevas formas de organizarnos como colectividad y que abramos nuestra mente a nuevos horizontes. Sino de nosotros mismos.
Es tiempo de ver que detrás de esas figuras revestidas de divinidad hay unos esclavos que juegan, antes de morir, a ser los dioses de los temores.