Cuando uno recorre los barrios tradicionales de México se puede topar con el grito: ¡Soy barrio! Una expresión que muestra la identidad de todo un grupo que vive, trabaja, ama y sufre ahí. Es una aceptación del coloquial “aquí nos tocó vivir.”
El barrio existe desde tiempos inmemoriales y sabemos que los antiguos mexicas se organizaban socialmente en esos barrios que llamaban calpulli, y que se definían a su vez por las familias extendidas y enlazadas que vivían entre los canales y callejones de una misma demarcación.
El orden colonial no pudo suplantar esa identidad colectiva de barrio para instaurar el individualismo hispano, y los barrios del Centro Histórico se mantienen desde ese entonces con una identidad propia que se debate entre lo colectivo que protege pero también condiciona y la necesidad individual de salir adelante.
El crecimiento de la Ciudad ha envuelto en un cinturón de marginación a esos barrios que son un legado ancestral. Sus vecinos se enfrentan todos los días al problema de defender su identidad colectiva, de mantener vivas sus entrañas a pesar de la marginación, pero no siempre lo logran. Es una batalla que demanda mucha energía del corazón y que exige trabajo diario. Pero el espíritu del barrio es generoso y se abre a aquellos que desean volcarse en construir esas redes invisibles de solidaridad.
Esa es la historia de Gitte, quien trabaja desde hace años con los niños del barrio, en especial del callejón de Manzanares y de la plaza Roldán. Juntos trabajan en talleres de dibujo, de música, de baile, hacen obras de teatro y pequeñas películas contando sus propias historias, luchan con su espíritu por mejorar las condiciones en que viven y por vivir los valores de respeto y solidaridad que se desdibujan en el día a día de un vecindario contradictorio y conflictivo. Que ha olvidado sus raíces profundas ligadas al corazón de la tierra y de la luna.
Quizás las cosas están por cambiar y Coatlicue, la diosa madre, quiere una nueva oportunidad para La Merced. Pues en el barrio se descubrió entre ruinas la casa más antigua de la ciudad, es del siglo XVI. Probablemente en ella vivieron familias indígenas después de la conquista de México. Tiene un patio amplio y muchos cuartos. La casa ha sido reparada por el Fideicomiso del Centro Histórico y ahora Gitte tiene la oportunidad de dar los talleres ahí y crear un calpulli, un espacio para los niños del barrio.
Ella está sumando a otros artistas como ella para hacer de esta casa el mejor lugar. Su amiga Thelma le ha diseñado cada una de las habitaciones para tener los talleres de dibujo, cocina, carpintería, costura, cine, una biblioteca y una ludoteca. Así los niños seguirán aprendiendo en un lugar seguro. Sebastián le va a ayudar con las clases y así beneficiar a más niños. Todos ellos saben del poder del arte para transformar las vidas de las personas y por eso participan de este proyecto.
Para todos estos talleres necesitan muebles adecuados y herramientas. Para lograrlo, juntos hemos lanzado una campaña de fondeo en Kickstarter, la llamamos “Casa Manzanares”. Nuestra campaña es para lograr obtener ese mobiliario y que la casa pueda dar la bienvenida a más niños del barrio de La Merced. ¿Se sumarían a nuestro propósito para así revivir esos lazos solidarios que nos dan identidad? ¡Vamos! ¡Seamos todos barrio! Ayudemos que las bendiciones de Coatlicue, la de la falda fértil de serpientes, llenen de nuevo el corazón de La Merced.