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«PUEBLO DEL SOL»: Texcoco en tiempos antiguos

 

Desde tiempos remotos el Lago de Texcoco ha significado un desafío para los habitantes del Valle de México. En él convergen los flujos de agua que escurren por las montañas boscosas de nuestro entorno y que mantuvieron por siglos y siglos un ecosistema activo que el mexica supo aprovechar. Pues decidió fincar su gran ciudad de Tenochtitlan en un islote en medio del agua, y ganarle tierra al cuerpo acuoso para las chinampas, las parcelas de alto rendimiento que permitían enfrentar con ventaja el tiempo de secas, cuando la tierra moría y la gracia del dios de la lluvia desaparecía en el resto de los campos.

Los mexicanos de ese entonces supieron sembrar sobre el lago sus milpas siempre verdes y con ello fundaron gran parte de su prosperidad.

El lago y la laguna tenían su propia lucha interna, pues uno era de agua dulce y la otra salobre. Y con el tiempo de lluvias sus aguas podían inundar la ciudad, como todavía hoy sucede. Se llegó a construir un gran dique que separara los dos cuerpos de agua y lograr una regulación armoniosa de los volúmenes de líquido con el que se convivía todos los días.

Los habitantes del Valle estaban habituados a pescar y a ver las aves que vivían o visitaban en su migración al Lago. Se transportaban en canoas. Muchas de las mercancías llegaban en este tipo de transporte. Y también los mexicas se divertían paseando en el agua. Había un gran remolino donde se hacían ofrendas a las divinidades del agua que se llamaba Pantitlán. Hoy en ese sitio está una de las estaciones de Metro más dinámicas, parecida al antiguo remolino pero con olas de humanos viajantes.

Durante los años coloniales la ciudad hispanizada no supo y no pudo convivir con el agua que la rodeaba. Hubo inundaciones fatales que están consignadas en las crónicas. Las medidas para secar el lago se fueron aplicando a lo largo de los años y llegamos al siglo XX con un Lago bastante mermado. Hace pocos años se realizaron esfuerzos para rescatar lo que quedaba.

Pero hoy tenemos un proyecto que quiere llevar el concepto de la chinampa a una nueva escala: sobre las tierras fangosas que se vuelven lodo en la temporada de lluvias se pondrá un firme de cemento capaz de albergar la llegada de las aves de fuego y hierro que atraviesan los cielos en busca de una estación para aterrizar.

Luego continuarán su trayecto para llegar a otros destinos y en sus vientres los hombres viajarán para conocer otros sitios, reunirse y también irán mercancías de un sitio a otro como en las canoas que navegaban en los canales de la antigua ciudad.

¿Qué opina Tláloc de esta decisión? Como el tlatoani y sus sacerdotes ya no tienen las herramientas rituales para escuchar la voluntad directa del dios, han decidido hacerlo en la plaza pública, donde todos los simples mortales podemos darle cuerpo a una decisión que complazca al dador de vida, del verdor y la abundancia. Con esa voz popular el tlatoani respaldará su decisión para trazar el futuro de los mexicanos: o chinampas de concreto para los aviones y una ciudad engranada a la creación veloz y sin tregua de riquezas siempre mal repartidas, o dejar el lecho de tierra del lago a la espera de que vuelva su naturaleza húmeda y reguladora de ecosistemas de vida.

¿Sobreviviremos a la furia de los dioses dorados si con nuestro voto eliminamos la chinampa de concreto de los aviones? ¿Nos caerán las calamidades del capital? ¿Será la nuestra una decisión que complazca a Tláloc? ¿Será este un momento de verdad en el que rectifiquemos la destrucción de un santuario de agua y busquemos otras opciones más benignas para crear riqueza? Ya lo veremos en unas semanas.

 

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