«COLUMNA INVITADA»: México: después de odiarnos - Mujer es Más -

«COLUMNA INVITADA»: México: después de odiarnos

 

Es motivo de orgullo saber que en el extranjero nos perciben a los mexicanos como un pueblo solidario, trabajador, alegre y hospitalario. En cada país que he visitado, las muestras de admiración por nuestra cultura y geografía han sido la regla. ¡Si supieran cómo nos maltratamos aquí, unos a otros!

Bien lo decía Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad: el mexicano vive entre máscaras. Mutamos de personalidad y de conducta según el contexto. Nuestra idiosincrasia incluye misoginia, machismo, racismo, malinchismo, homofobia y arribismo.

Qué mejor muestra que la frontera México-USA: de este lado todo es basura, caos, ausencia de civismo. Del lado gringo todos respetamos las leyes, nadie tira basura ni se pasa el alto.

Sin ser sicólogo ni sociólogo considero que nos domina el odio en dos ámbitos: el individual o íntimo, y el colectivo o social. En el primer caso -a riesgo de generalizar- arrastramos muchos complejos, resentimientos, frustraciones hacia nosotros mismos como individuos, que se replican generacionalmente y que nos hacen improductivos, desidiosos, impuntuales, predecibles. Es lo que en memes se festeja como “hacer las cosas a la mexicana”.

Mucho contribuyen en esto los estereotipos impulsados por la mercadotecnia. Ejemplos atroces son los galanes de telenovela argentinos mejor pagados que los nacionales, los edecanes -hombres y mujeres- que por ser extranjeros son más cotizados. Lo mismo que las teiboleras: puede más una yugoslava que una tabasqueña.

En el segundo caso, a nivel social se profundizan cada vez más las diferencias étnicas, regionales y económicas. Esta clasista dinámica se podría resumir en la ampliamente aceptada teoría que dice que ‘el norte es próspero por su gente trabajadora y el sur es pobre porque la gente es güevona’.

Un claro ejemplo donde confluyeron ambos universos -el individual y el colectivo- fue el escándalo protagonizado por el desastroso presidente que tuvo el PRI durante la campaña presidencial, Enrique Ochoa, cuando hizo alusión a los ‘prietos’. El apelativo hace referencia a un rasgo individual, pero se convirtió en ariete para denostar políticamente a los contrarios. Caro le salió el dislate.

Otro ejemplo es el acrónimo MORENA. Habla de un movimiento de regeneración nacional pero apela al inconsciente colectivo de los desposeídos. Es clasista en sentido inverso: ‘ustedes los ricos, nosotros los pobres’. Los güeritos allá, la raza de bronce acá.

Su líder mayor, AMLO, muy pronto ha recibido la estafeta del odio que los mexicanos le tenían endilgada a Peña Nieto. Todavía no asume el poder y las incidencias de su equipo de trabajo le generan durísimos señalamientos cargados de odio, vileza y revancha. Las redes sociales se han ‘comido vivo’ al presidente electo en múltiples ocasiones. Me preocupa su desgaste cuando aún le faltan casi dos meses para tomar posesión.

Por supuesto que han habido causas para cuestionar, como el affair Conacyt o el argumento de los aviones que “se repelen”. El problema es que las críticas que brotan no buscan polemizar sino denostar. Las redes sociales, la opinión pública y la opinión publicada, no pretenden contribuir al debate sino demoler el programa de gobierno obradorista. En esto tampoco ayuda lo que el nuevo oficialismo hace por su parte: etiquetar toda la crítica como “fifí” y contradecirse cotidianamente entre ellos.

En síntesis, estamos ante una polarización peligrosísima. Imagino las carcajadas de Peña Nieto, Salinas, Fox, Calderón, Meade y Anaya, al ver cómo se le descompone el cuadro al futuro presidente, que previamente los había condenado moralmente a todos ellos. El dicho dice: ‘el que ríe al último ríe mejor’. Sólo que no veo claro de qué nos reiremos todos, después de acabar de odiarnos.

Dicho todo lo anterior cobra sentido el discurso amoroso de Andrés Manuel. Un ejército de paz, perdón a los criminales, una república amorosa, becarios sí, sicarios no. Ojalá logre traducir ese amasijo de buenas intenciones, en una política pública que enfríe los ánimos y vigorice todo lo que nos une. Lo necesitamos.

 

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