«SALA DE ESPERA»: ¡Que tampoco se olvide! - Mujer es Más -

«SALA DE ESPERA»: ¡Que tampoco se olvide!

 

Es una fotografía entrañable, una imagen inolvidable que recoge un hecho ocurrido hace 50 años, el 16 de octubre de 1968. La escena original siempre me atrajo y conservo su reproducción fotográfica como algo preciado. Algunos podrán decir ahora que es un ícono o una foto emblemática y algún romántico la calificará de histórica.

En blanco y negro, en ella aparecen los negros estadunidenses Tommie Smith y John Carlos, ganadores del primer y tercer lugar, y el blanco australiano Peter Norman, ganador de la medalla de plata, en la carrera de 200 metros planos en la pista del estadio de la Ciudad Universitaria en los Juegos Olímpicos de México.

Smith y Carlos tienen colgadas sus medallas, la cabeza gacha, sus puños envueltos en un guante negro (Smith en el puño derecho; Carlos, en el izquierdo) levantados al cielo en el momento en que escuchaban el himno nacional de su país. El australiano Norman muestra su cabeza altiva, su medalla en el pecho y, al igual que sus compañeros de podio, el pegote circular del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos, surgido de la lucha por los  derechos civiles de los negros estadunidenses; el Black Power, se le llamaba entonces.

El escándalo fue mundial.

La fotografía dio la vuelta al mundo en menos de lo que canta un gallo y no había internet ni redes sociales ni fax, apenas unos cuantos satélites. No hubo portada de periódicos que lo la reprodujera. La tengo conmigo.

Luego… los dos negros protestantes y el blanco solidario fueron expulsados de sus equipos y de la Villa Olímpica y regresados de inmediato a sus países en medio, así se quería, de la ignominia, de una presunta humillación. Eran los tiempos en los que levantar un puño o ponerse una leyenda en el pecho eran motivos suficientes para la represión. Un gesto de valientes en el año 1968, de las protestas y la represión en el mundo y en México.

Los tres atletas pagaron caro, en ese momento y durante toda su vida, tal atrevimiento. Fueron hostigados socialmente, se les negaron empleos o fueron despedidos de sus trabajos, como Smith  — el primer hombre en correr 200 metros planos en menos de 20 segundos– del estacionamiento donde lavaba coches; fueron vetados en su deporte, sus familias destruidas por la presión social.

Los dos negros tenían en ese momento obvios y públicos motivos para protestar. En Estados Unidos, la población negra seguía luchando por sus derechos civiles y los Juegos Olímpicos de México estuvieron a punto del boicot de los países africanos y otros que se sumaron a su causa cuando el COI quiso obligar (de hecho lo hizo) a México a invitar a Sudáfrica, donde el racismo era legal. Pocos lo sabíamos, pero en Australia los aborígenes también sufrían discriminación.

Peter Norman sí lo sabía. Y también sabía, luego de correr como siempre, que iba ser el único blanco en el podio olímpico y, seguramente, también sabía de lo que iban hacer sus rivales en la pista y compañeros en la premiación… y en la vida. Lo sabía.

En los vestidores del estadio, Norman descubrió la protesta de los dos atletas negros y también que estaba a punto de abortar porque John Carlos olvidó su par de guantes en la Villa Olímpica. Entonces, él sugirió que no importaba en que puño se lo colocaran (los miembros de Black Power levantaban el brazo derecho), sino el gesto. Carlos levantó el puño izquierdo enguantado y a cambio recibió su medalla con su chamarra abierta en recuerdo de los obreros negros. El australiano consiguió, de otro competidor estadunidense, el pegote del  Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos y se lo colocó en el lado izquierdo de su pecho y así subió a recibir su medalla de plata.

La historia de desventuras y represión en Estados Unidos contra los atletas Tommie Smith y John Carlos es muy conocida, reprobada y reprobable. La de Peter Norman, no. Tal vez sufrió  la discriminación políticamente correcta por ser blanco.

A Norman el Comité Olímpico Australiano lo condenó al ostracismo. Consiguió los mejores tiempos clasificatorios en su país para ir a los Juegos Olímpicos de Múnich (1972), pero fue proscrito como castigo por su protesta solidaria cuatro años antes. Algunos años jugó futbol, sufrió un lesión grave que se le gangrenó y su pierna estuvo a punto se ser amputada. Nunca recibió un reconocimiento como el hombre que fue.

En el año 2000, cuando los Juegos Olímpicos fueron en Sídney, el Comité Olímpico Australiano lo ignoró olímpicamente. Pero como algunas cosas ya habían cambiado, en parte gracias a su gesto, el Comité Olímpico de Estados Unidos lo invitó a ser parte de su delegación para participar en los juegos que organizó una ciudad de su país.

Peter Norman murió en el 2006 y Smith y Carlos viajaron a Australia para cargar su féretro.

Hace unos días, por mi amigo Luis Estrella Sweeney, me enteré que en el campus de la Universidad Estatal de San José, California, existe una estatua que representa el podio olímpico de 1968 con las figuras de Smith y Carlos, pero con el segundo lugar vacío. Los dos atletas negros fueron estudiantes de esa universidad. Hoy sé que Peter Norman pronunció el discurso de la develación de ese monumento, pero creo que esa universidad debió ser más generosa con él y declararlo alumno honoris causa o algo así para incluir su figura en la escultura.

Hoy, en su honor, limpiaré el marco y el vidrio donde atesoro aquella fotografía de hace 50 años. Y, sin duda, rezaré pidiendo bendiciones para los tres que ahí aparecen con sus medallas de dignidad.

 

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