Cuando te toca te toca, mis papás dirían que me encanta estar en dónde están los problemas, pero de verdad que al menos en esta ocasión creo que fue de utilidad mi presencia en CU, para yo tener una visión de los hechos.
La historia fue así. El orgulloso estudiante de La Prepa 6, quien gusta de dejar todo para el último día, tenía el 2 de octubre como plazo para meter los papeles de solicitud de beca -esto no era tan necesario contarlo pero como estoy muy orgullosa de mi hijo Puma no me lo puedo ahorrar-.
La idea era ir temprano y tardar lo menos posible, a sabiendas de que se conmemoraban 50 años de aquella funesta masacre que marcará para siempre la historia de nuestro país, la matanza de Tlatelolco donde miles de estudiantes y civiles fueran asesinados arteramente para acallar su voz de denuncia y su legítimo pedimento de atención.
El trámite fue rápido, solo nos tomamos unos minutos para admirar la vista desde la explanada de Rectoría cuando un grupo muy reducido de estudiantes iniciaba una marcha, ni en su momento de más popularidad sumaron más de 30. Eran supuestamente alumnos de las facultades de Derecho y Ciencias Políticas, en caso de que si lo fueran deben de haber sido de primer semestre por su extrema juventud; vestían de negro con birretes de cartoncillo, la cara pintada y mantas claramente recicladas de otras marchas, cantaban insignias como “Vivos se los llevaron y vivos los queremos”, no parecía que fueran a hacer mucho más que dar la vuelta por la explanada y esperar en algún punto a otros grupos que llegarían más tarde para la Marcha del Silencio.
Al llegar a la explanada de Rectoría, en dónde se encuentran las famosas y emblemáticas letras que dicen. “Hecho en CU” sacaron sus pinturas y las cubrieron de graffitis y palabras subversivas como muerte, justicia se mezclaban en frases de protesta. Al momento llegaron otros estudiantes a tratar de impedir que siguieran haciéndolo, en segundos se hicieron de palabras altisonantes y empujones, se llamaron Porros y esclavos del sistema un bando a otro, en este tipo de situaciones tiene mucho que ver el ángulo que tenía quien la cuenta. Imposible pedirnos al niño de la Prepa 6 y a su mamá comunicóloga que nos hiciéramos a un lado, sin más recurso que mi memoria y alguna foto que pude tomar se las cuento como yo la viví. A cinco metros de distancia y bajo mi poca o mucha objetividad de ciudadana ajena, aunque no del todo a lo qué pasa en este lugar y a lo que recordamos de este día.
El disturbio se disolvió muy pronto, no duró más de veinte o treinta minutos, los marchistas que se reían y divertían mientras pintaban las letras e insultaban a quienes trataron de hacerlos entrar en razón volvieron a su lugar entre risas y festejos. Las letras se quedaron pintadas como prueba de la breve manifestación aprovechando el día en que se conmemora con todo respeto la marcha que encabezarán valientemente los abuelos de estos niños y en los que perdieran la vida muchísimos a manos del Ejército y las fuerzas comandadas por el gobierno.
¿Se logra algo haciendo esto? No creo, no creo que sirva de algo la rebelión en tu institución, no estoy para nada en contra de las manifestaciones mucho menos cuando demandan justicia pero hay que saber en dónde y contra quien hacerlas.
Pienso, desde mi postura como ciudadana, que lejos de lograr algo, actos como éste distorsionan la esencia real de la lucha que desde hace 50 años identifica a todos quienes se han sentido agredidos y disminuidos en sus derechos.
2 de octubre no se olvida, solo para quienes confunden un día de doloroso luto nacional con un pretexto para volver a provocar y retar a lo que tengan enfrente, esto fuera de servir resta credibilidad y honestidad a movimientos tan puros y nobles como el del Movimiento Estudiantil.