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«MIRADA GLOBAL»: Los excesos de la prensa

Veinte días fueron suficientes para acabar con la reputación de un brillante profesor universitario por el solo hecho de tener una apariencia “fuera de lo común”. Un cabello peinado la Andy Warhol, hablar con demasiadas pausas, movimientos lentos y tal vez exagerados fueron suficientes para considerarlo un asesino cruel y despiadado. Una filtración a un periódico desencadenó el escarnio y la lapidación mediática contra Christopher Jefferies.

Para quienes estamos en el medio periodístico la película británica El Honor perdido de Christopher Jefferies es motivo para hacer una profunda reflexión sobre la responsabilidad ética y social. El filme británico fue premiado con un Bafta y al mejor actor Jason Watkins, en el papel principal de Christopher Jefferies. Ahora está disponible en Netflix. Retrata el hambre por mantener las ocho columnas a como dé lugar, sin miramientos, sin hacer la mínima tarea de investigar y corroborar hechos.

Son hechos reales que ocurrieron en 2010. Hasta esa fecha Christoper Jefferies gozaba de una reputación intachable. Ya estaba jubilado pero sus amplios conocimientos de literatura le permitían tener contacto con los alumnos de la Universidad de Bristol. Su trabajo universitario le había permitido enfrentar su vejez con el alquiler de casas. Era ampliamente apreciado por los vecinos e inquilinos y tenía un reducido grupo de amigos con quienes se reunía ocasionalmente. Pero el profesor era en realidad un hombre solitario.

Tuvo la desgracia de que una de sus jóvenes inquilinas Joana Yaeates desapareciera y días después su cadáver fuera encontrado ahí en la privada de la que él era dueño. La sola apariencia algo extraña del profesor –sin que hubiera algún indicio de su culpabilidad– fue suficiente para que la policía lo detuviera. Cómo sucede en la práctica, alguien dio el pitazo a algún medio para que el caso cobrara relevancia casi histérica entre los ciudadanos.

Y es que como espuma la fotografía de Jefferies apareció en todos los medios de comunicación. Ahí empezó la persecución tortuosa del pobre individuo. Mientras las autoridades lo investigaban y sin encontrar alguna prueba, los medios se dieron a la tarea de calificarlo como El Profesor Chiflado, raro, obsceno, espeluznante. Durante semanas no hubo forma de parar la avalancha informativa… sin ninguna prueba de nada.

No contaré cómo acaba la historia. Pero sí que la vida del profesor Jefferies dio un vuelco. Su caso es emblemático porque retrata a la prensa sensacionalista que sin ningún freno es capaz de publicar las peores mentiras y barbaridades. Esa prensa siempre ha existido. Pero con la irrupción de las redes sociales que con mayor rapidez empujan también el escándalo y la lapidación sin freno, los medios tradicionales tienen que apegarse con más énfasis al rigor y a la ética al momento de informar. Se requiere, como diría Vargas Llosa, que el periodismo regrese a sus orígenes primigenios: investigar e informar. Ya sabemos de los hechos alternativos y la postverdad. Ahora el honor se pierde en cuestión de minutos. No todos los casos terminan como el de Christopher Jefferies.

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