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«EL ARCÓN DE HIPATIA»: Maternidad, método científico para discriminar

En 2012, Shinzo Abe asumió el segundo mandato como Primer Ministro de Japón. Dentro de su agenda enunció como prioridad la conformación de una sociedad donde a las mujeres se les permitiera brillar y destacar. Para ello se comprometió con la inserción al mercado laboral de las japonesas. Una promesa que, en pleno siglo XXI, en una de las naciones más desarrolladas del mundo –sobre todo en los ámbitos tecnológico y electrónico–, no debería ser nada complicado de cumplir.

No obstante, la realidad para las mujeres en Japón es otra. Ser mujer es sinónimo de maternidad, lo que se considera un obstáculo para su contratación. Aunque logren franquearlo y sean reclutadas, en el momento que deciden reincorporarse tras una licencia por maternidad resulta imposible.

Con esta visión social, la Universidad Privada de Medicina de Tokio manipuló durante años los resultados de los exámenes de ingreso para admitir a menos mujeres que hombres, según revelaron medios japoneses la semana pasada. El centro de estudios comenzó a falsear los resultados obtenidos por las candidatas a cursar los estudios de medicina en 2011, después de observar en 2010 cómo se incrementaba el número de alumnas que lograban ingresar.

Desde ese entonces –como consignan las versiones difundidas por agencias noticiosas–, el consejo de administración del centro aplicó criterios más restrictivos a la hora de evaluar a mujeres en los exámenes de ingreso, con el objetivo de mantener el porcentaje de alumnas en torno a 30 por ciento del total de nuevos estudiantes, según dijo un funcionario de la universidad al diario japonés Yomiuri. Esto, justificado bajo la premisa que la mayoría de ellas abandonaría el ejercicio de la medicina ante la llegada de los hijos.

Si bien podríamos ser simplistas y resumir que, efectivamente, las mujeres tienden a abandonar la práctica profesional una vez que son madres y que es un fenómeno observable no sólo en Japón, sino en México también, esto no se explica por “el exacerbado instinto maternal”, como se trata de justificar en el mercado laboral machista.

La ambigüedad de las facilidades que los empleadores ofrecen a las mujeres con hijos y el bajo nivel de apoyos reales generan modelos en el que no sólo pierden las madres, sino también las empresas, y en este caso específico, la medicina. La maternidad ha sido vista como algo que debe asumir la mujer en exclusiva, lo que termina en muchos de los casos imposibilitando a muchas de poder con ambos roles. En el caso de otras que exitosamente los cumplen, es demasiado el costo y desgaste físico.

Hace apenas unas semanas, el legislador por Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Maynez, presentó una iniciativa en la Cámara de Diputados que propone reformar las leyes federales del Trabajo y de los Trabajadores al Servicio del Estado, a fin de que los empleados cuenten con permiso de paternidad prenatal y postnatal de dos y seis semanas laborales con goce de sueldo, respectivamente.

Álvarez Máynez, integrante de la Comisión de Derechos de la Niñez, consideró que sólo un permiso exactamente igual para hombres y mujeres permitiría que el empleo femenino no se resintiera por la maternidad y que las mujeres no fueran vistas –por el entorno y por ellas mismas– como inevitables y únicas cuidadoras familiares.

Tal vez en México no se ha documentado una segregación facciosa como la suscitada en Japón, pero las condiciones para permanecer en el mercado laboral, para conseguir ser una mujer de ciencia, consiguen el mismo efecto. Para luchar en igualdad no sólo necesitamos las mismas condiciones de acceso, sino las armas para permanecer en la carrera sin pesos extras.

 

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