Por Gerardo Galarza
No, no se puede olvidar.
Ni modo.
Veo al buen Federico Campbell de perfil. Chamarra verde, verde militar, pachona, puesta. Lee como yo.
Dos gorilas irrumpen en la oficina que Froylán M. López Narváez y Enrique Maza comparten el en segundo piso de la casa de Fresas 13, colonia del Valle y que nosotros usurpábamos esa noche. Preguntan, ordenan, por el director de la revista, de parte del licenciado José Antonio Zorrilla Pérez.
Impasible, en serio, con los lentes a la mitad de la nariz, el buen Fede repregunta: ”y, ¿quién es el licenciado José Antonio Zorrilla Pérez?”
El guarura más cercano a nosotros nos evitó con prepotencia.
“Es el director de la Federal de Seguridad”, le dije.
Fede, el Zarco del Norte le llamábamos con chanza, pero sí tenía los ojos zarcos y sí era de Tijuana. Volteó y me dijo: “Ah”.
Yo leía –revisaba probables erratas– un texto periodístico de Maza sobre la utilización de toda la fuerza del Estado mexicano para traer de Venezuela, en un avión oficial, a los sobrinos de Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación del gobierno de Miguel de la Madrid y ya aspirante, eso creía él, a la candidatura del PRI a la Presidencia de la República.
Segundos después, el licenciado Zorrilla Pérez, el mismo que más tarde fue acusado y sentenciado por el asesinato del periodista Manuel Buendía, irrumpió en la oficina de don Julio Scherer García. Su misión: impedir que la revista Proceso –la de entonces– publicara aquel reportaje sobre los sobrinos de Bartlett, enganchados en una secta religiosa allá en Venezuela y regresados a la fuerza; unos menores de edad, otros mayores, y quienes habían sido seguidos por agentes federales en sus visitas de denuncia a aquella Redacción.
Una media hora después, quizás menos, quizá más, Carlos Marín, entonces Jefe de Producción de aquella revista, me pidió las páginas que revisaba. Lo hacíamos sobre cartón, en pruebas finas, sobre papel albanene o similar, sobre “camisas” como les llamábamos. El Fede, en esa faceta tan suya de distraído, preguntó por qué.
Minutos después, muy alterado, Scherer García abandonó su oficina, y también el edificio sin siquiera despedirse de nadie. Rojo, evidentemente más que encabronado.
El enviado del secretario de Gobernación permaneció ahí y exigió entonces hablar con Vicente Leñero, subdirector de Proceso. Lo que ahí se dijo y ocurrió fue narrado por el propio Leñero en un texto inolvidable y que hoy debe ser leído al menos por 30 millones de mexicanos que votaron hace poco más de un mes por Andrés Manuel López Obrador para Presidente de la República.
Luego, el enviado especial del secretario de Gobernación y sus guaruras que habían tomado las oficinas de la dirección de Proceso se fueron. Leñero salió. Nada dijo hasta que me ordenó: ¡comunícame con Julio! Y yo asustado pregunté: ¿Con el director? ¡Con quién más, cabrón!, respondió el ya para entonces mi escritor favorito.
Marqué con aquellos teléfonos de disco circular. Me identifiqué. A la media noche doña Susana Ibarra contestó y mostró su larga experiencia. “No se preocupe, Gerardo. Ahora le paso a Julio”. Yo, de inmediato le pasé la bocina a Leñero.
No sabíamos que decía el director. Oíamos al subdirector: “Ni madres, Julio”, “no Julio, no publicamos nada”, “¡no, Julio”, “sí Julio, soy un maricón”, “No, no me la juego”, “Ni madres, Julio, sí le saco, soy un maricón”. Lo oíamos algunos ahí: Campbell, Marín, Efrén Maldonado, quizás Armando Ponce, Pedro Alisedo, Salvador Paleo, Marco Antonio Sánchez… todos callados, como en velorio.
Todos en silencio, escuchamos luego a nuestro subdirector contar lo que había ocurrido en la oficina del director. Nos contó las amenazas. Contra Proceso, contra Julio Scherer García, contra su familia, contra quienes ahí trabajábamos, contra el propio Leñero, contra su familia.
“Vicente, piensa: Julio tiene hijos; tú tienes cuatro hijas. ¿Qué es Proceso? Nada, Vicente. Mira Vicente: esto es Proceso (y Vicente contó que el enviado de Manuel Bartlett tomó un vaso con refresco y lo puso en la orilla del escritorio del director y con un dedo de mano simuló golpearlo para decirle que se caería y se rompería inevitablemente), y tú y todos los de Proceso tienen hijos, Vicente. Piensa, Vicente”.
Llenos de miedo, todavía tuvimos la cachaza para llamar a esa historia “La parábola del vaso”.
Por supuesto que el reportaje de Maza no se publicó en Proceso.
El escritor Vicente Leñero escribió y publicó luego la crónica de aquella noche de terror.
Noche que no se olvida. Era un viernes, el del 25 de noviembre de 1983.
Y sí, quienes la vivimos ahora revivimos el miedo.
El miedo es el miedo.
No se olvida.
Ni modo. Qué hace uno con la terca memoria.