Por ADRIANA SEGOVIA
Le pasa a muchas niñas y niños en la Secundaria. Es una tristeza, un malestar, una congoja inexplicable hasta cierto punto para ellos. No encajan, no tienen amigos o tienen pocos, o no son cabalmente amigos. Se sienten molestados frecuentemente por los otros, por cualquier razón, por cualquier diferencia que es “digna” de burla, que se le ocurra al grupo dominante, liderado por alguno o varios “gandallitas” de la escuela.
No toda la depresión en la Secundaria proviene del acoso escolar, pero éste puede ser uno de sus principales factores. Porque me quiero referir básicamente a un tipo de depresión que ocurre en la Secundaria que no necesariamente está asociada al acoso claro, manifiesto y sistemático, sino a un ambiente que se vive como uno al que no se pertenece, porque sin necesariamente ser molestado o molestada, simplemente se vive aislamiento, cuando no se siente claramente la pertenencia al todo.
Escribo este texto en plena transición a otro ciclo escolar en el que varios padres y madres se plantean si sus hijos deben seguir en una escuela en la que sus hijos o hijas se sienten tristes la mayor parte del tiempo. Al menos los padres que lo ven. Y porque me he topado en mi práctica clínica con jóvenes adultos y adultos que recuerdan la Secundaria como su peor etapa escolar, con tal frecuencia que me parece alarmante el silencio e invisibilidad con que se atraviesa esa etapa en la tristeza.
A mi propio hijo le pasó, y yo misma me siento mal de no haberme dado cuenta en su momento. Claro que le damos tanto peso a las hormonas, al cliché de que “así son los adolescentes, no se hallan”, o a otros factores familiares y personales, que sin duda también juegan, que los adultos no percibimos o validamos esa depresión de Secundaria. Yo me di plena cuenta que Pablo no se la había pasado bien en esa etapa cuando prefirió ir a otro evento que a su fiesta de graduación. Ahora que le pregunto, a sus 28, por qué no me dijo, me dice algo que de tan común e invisible es pavoroso: porque asumí que así era la Secundaria (¡por no decir la vida!) y que tenía que atravesarla.
El ambiente de Secundaria puede ser cruel (por no decir, culero). Puedes ser molestado o molestada por cualquier diferencia: física, de tono de piel, estética, porque tienes algo material que no tienen los demás, o porque no lo tienes, o porque vienes de otra ciudad o país, porque hablas diferente, porque tu voz es especial, porque llevas torta de huevo o porque no llevas lunch, porque llevas mucho dinero o porque no llevas, porque eres aplicado, luego ñoño o ñoña, o porque te cuesta trabajo la escuela, porque eres niño y hablas dulcemente, o porque eres niña y no te gustan los niños. Pueden no invitarte a las fiestas o a los juegos o a los equipos. No hay modo de atinarle en Secundaria a cómo pertenecer, cómo pasar siquiera desapercibido para no ser motivo de burla o descalificación, o cómo pasar lo suficientemente percibido para ser incluido o incluida en las actividades. Los “gandallas” tienen la fuerza del grupo para designar la pertenencia, y los que no pertenecen no han llegado a una seguridad o madurez para resistir el embate del grupo dominante. Si ésto además los o las silencia, quedarán aún más frágiles para pedir ayuda, porque ni siquiera considerarán que la necesitan, solo se van sintiendo más inadecuados.
Algunas posturas sobre la crianza consideran que hacer mucho caso a niños tristes en la Secundaria es darle demasiada importancia a algo que solo pasará con el tiempo. Sin embargo, me parece muy importante que los adultos, padres, madres o docentes estén más alertas a los estados de ánimo para no normalizar la depresión de Secundaria. Porque probablemente si lo hacemos, normalicemos también ciertas violencias, o el hecho de que una o uno tenga que adaptarse solamente a situaciones de maltrato o malestar “porque así es la vida”. Yo creo que si hoy prenden movimientos contra el acoso es porque se visibilizan conductas que por años han sido normalizadas. El acoso es factor para una depresión, pero no es el único y no es normal que los y las alumnas de Secundaria tengan que atravesar esa etapa sumidos en la tristeza y el aislamiento. Por favor, pregunten y observen, y si las respuestas de los adolescentes son “no, nada, todo bien”, no se conformen, háganles saber repetidamente que no “tienen que” pasarla mal, nunca en su vida.