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«DURO Y A LAS CABEZAS»: Temores de cambio

POR IVONNE MELGAR

El margen de confianza otorgado por los electores al Presidente electo Andrés Manuel López Obrador constituye un cambio de fondo en la relación entre gobierno y gobernadores.

Porque venimos de un largo trayecto que se ha caracterizado por ciudadanos escépticos y políticos bajo la etiqueta de “todos son iguales”.

Pero esta vez, el giro ocurrió incluso antes de que AMLO llegara a Los Pinos. Sucedió cuando como candidato incorporó a su partido, Morena, a personajes controvertidos por sus antecedentes: Víctor Hugo Romo, Napoleón Gómez Urrutia, Néstora Salgado, Carlos Lomelí…

La fuerza del liderazgo de López Obrador es tal que esos fichajes nunca lograron lastimar su imagen.

Y cuando llegó la hora de cerrar la campaña, el candidato de Morena pidió voto parejo, un llamado que incluso dañó a su aliado el Partido Encuentro Social (PES), en riesgo de perder el registro.

Pero más allá de los riesgos que entraña la unanimidad y el desdibujamiento de la pluralidad en la vida democrática, la ola obradorista ha llevado a cargos de elección popular a políticos que dejaron pendientes en materia de transparencia y corrupción.

Es cierto que sobre aviso no hay engaño y AMLO aclaró que él no estaría mirando al pasado y que juzgaría lo hecho a partir del inicio de su mandato.

El punto ahora es que esa confianza se convierta en un cheque en blanco y en una especie de fuero moral para cualquier funcionario del gobierno obradorista.

Particularmente alarmante resulta el caso del alcalde electo de Miguel Hidalgo, el ex delegado de esa demarcación, Víctor Hugo Romo, sobre quien existe una investigación en curso por manejos poco claros de obras.

Pese a sus antecedentes, Romo volverá a la Miguel Hidalgo cobijado por la avalancha de la marca AMLO.

¿Cómo garantizar que el futuro alcalde y las autoridades derivadas de Morena no incurrirán en actos de corrupción?

No podemos limitarnos a la fe en la palabra presidencial.

Como en toda democracia sana, requerimos del equilibrio de poderes y de la vigilancia ciudadana organizada, así como del periodismo independiente.

Hay muchos temores infundados y otros legítimos en torno al cambio que viene: que si el regreso a modelos económicos cerrados, que si la vuelta al clientelismo sindical, que si despilfarro en subsidios…

En lo personal, el mayor temor radica justo en la deliberada ceguera frente al ejercicio del poder, siempre sujeto a conflictos de interés y a prácticas corruptas consustanciales al sistema político mexicano.

Sería una desgracia pasar de la sospecha que nos viene caracterizado hacia todos los políticos, a la política de los intocables.

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