No entendí porque la niña más guapa y popular del salón podía decir eso. Eran dos años mayores que yo. Iban en prepa. A mí me faltaba uno para empezar a ser de los grandes.
Las fiestas eran algo nuevo en mi generación. Muchos iban a las de paga y a las que organizaban chavos que no conocíamos. Poco a poco pude ver cómo las que se decían mis amigas se transformaban en desconocidas para ser invitadas a esos grandes sucesos.
Ellas contaban los días para los fines de semana y cuando eran agregadas a una lista de invitados de WhatsApp, lo anunciaban por toda la escuela, pues eso las hacía “populares”. De inmediato pedían permiso a los organizadores para llevar un “más uno” y acompañarse de aquella amiga no solicitada. Yo no era requerida en las fiestas ya que no tomo alcohol. Durante la semana, en la escuela, no podían dejar de hablar de otra cosa más que de lo que se iban a poner esa noche, en qué casa se arreglarían y quién llevaría tequila para precopear antes de ir a la fiesta.
El lunes por la mañana, lo importante eran los chismes, aunque muchos habían sido publicados en Instagram y Snapchat: quién se dio con quién (esto es, besarse aun sin conocerse), si le sacaron foto o video y lo habías visto en las redes, quién tuvo mala copa, quién estuvo “anal” (así se le llama ahora a quién se emborracha demasiado), quién vomitó, en fin… telenovelas modernas. El chiste era presumir con quién se habían dado y si se quedaban con las ganas de hacerlo, prometían que el próximo fin, irían directamente con el chavo que les gustó y lo harían. También presumían concursos de quién se daba con más niños en la fiesta, cosa que me resultaba desagradable, pues llegaban a besar a diez o más.
Un día cualquiera, para mi sorpresa, encontré en el baño de la escuela un graffiti en la puerta que decía mi nombre y la palabra “puta”. Me saqué mucho de onda. No entendía por qué podían poner algo así, cuando no participo en sus fiestas y su “popularidad”.
Al llegar a casa, le conté lo sucedido a mi mamá cuando ella notó que estaba triste. Me dijo que no hiciera caso de esas cosas, lo Importante es saber quiénes somos y que lo que digan o juzguen los demás, no es algo que debe afectarnos. Son chismes y si se les hace caso, aceptamos que son ciertos. Así que, a aprender a dejarlos pasar aun cuando nos moleste y no decir nada para que el chisme muera.
Esa noche estuvieron varios amigos de mi hermano en casa y mi mamá aprovechó para preguntarles: “¿ustedes le pedirían a una niña que sea su novia cuando saben que se ha dado con todos sus amigos?”.
Todos contestaron de manera inmediata: “NO”.
Cuando estuvimos solas le pedí que me explicara por qué había preguntado eso. Su respuesta fue:
“Mi niña… tienes apenas 13 años. Tus amigas también. A mi parecer, creo que se han confundido las palabras. Quienes se emborrachan y se dan con uno o varios, son “populares” y quienes no lo hacen son “putas”. En mi opinión, eso debería ser al revés. ¿Te diste cuenta la reacción de los amigos de tu hermano? Pueden ser parte del juego con las niñas populares, pero no las consideran para una relación más en serio. Lo único que puedo decirte es que en un año o dos, a esas niñas, no las van a invitar a las fiestas y tendrán que pelear para que se les respete. Ellas deben respetarse primero y los niños no deben participar en hechos como esos. Hay que empezar siempre por respetarse a sí misma para que los demás lo hagan también.
“Por lo pronto, no hagas caso de graffitis y chismes. Sé que tienes muchas ganas de ir a fiestas. Para eso hay mucho tiempo adelante. Ya te invitarán en su momento y lo disfrutarás. Nunca permitas que te digan puta o zorra, ni que te falten al respeto. Esos no son ni serán tus amigos.”
Y así fue…
Citlalli Berruecos. Tiene estudios de Sociología en la UNAM y la Universidad Complutense de Madrid, España. Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesa, UNAM. Maestría en Educación con especialidad en Educación a Distancia, Universidad de Athabasca, Canadá.