Prejuicios, ese pésimismo políticamente correcto que nos inunda, filias electorales, fobias de consigna y cargadas mediáticas impiden valorar a fondo las aportaciones del debate presidencial, el mejor de los tres ejercicios convocados por el INE.
Más allá de la percepción generalizada de que Andrés Manuel López Obrador va ganar el próximo primero de julio, el candidato de Morena lució bien cuidado en su apariencia física y con una confianza desbordada que se manifestó en su dominio escénico.
Sin embargo, no supo responder a los cuestionamientos sobre su contratista favorito cuando fue jefe de Gobierno y al vínculo de Javier Jiménez Espriú con Odebrecht, golpes que le tiraron Ricardo Anaya y José Antonio Meade, respectivamente.
Y, a diferencias de otros momentos, esta vez AMLO sí se preocupó y ocupó del presunto pacto de impunidad que tendría con el presidente Enrique Peña que le achaca el abanderado del Frente.
El candidato Meade desplegó su conocimiento de las políticas públicas y sus correspondientes viabilidades financieras. Y fue efectivo en el misil contra el abanderado de Morena. Pero al atacar al frentista, sus dichos se quedaron sólo en eso. “Aquí el único indicado de los presentes es Ricardo Anaya”, dijo el representante del PRI. Pero no tuvo pruebas.
Obligado a defender al presidente Enrique Peña sin nombrarlo, y a guardar silencio ante los señalamientos de corrupción del panista, el exsecretario de Hacienda no supo montarse con argumentos y evidencias en la guerra sucia que desde el jueves arreció desde el gobierno federal y el PRI en contra del candidato del Frente.
Anaya escaló su tono de crítica y confrontación hacia el gobierno, hecho que podría confirmar su carácter de opositor, pero también incomodar a sus potenciales y moderados seguidores.
Sin embargo, hay un evidente regateo hacia el temple mostrado por el panista, quien nunca consiguió en esta campaña ganarse las simpatías de los periodistas que encabezan las listas de los líderes de opinión, lo cual quedó de manifiesto con la hostilidad que les manifestaron Carlos Puig y Leonardo Curzio.
Pero ahí están las imágenes de un candidato retador que exhibió de manera documentada los intereses empresariales de respaldos de AMLO en el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, al tiempo que encaró a Meade por ser parte del montaje contra Anaya.
Jaime Rodríguez Calderón también consiguió el mejor tono antisistema con su crítica a la partidocracia y ocurrencias estelares, como cuando le preguntó a López Obrador si cuidaba tanto su cartera por traer consigo una fotografía de la maestra Elba Esther Gordillo.
Y en cuanto a los moderadores, pienso que los tres hicieron preguntas muy pertinentes y llevaron a la mesa dudas de fondo relativas a las contradicciones de los cuatro candidaturas.
Sin duda Gabriela Warkentin fue la más justa y mesurada. Mientras Curzio y Puig dejaron huella de su antianayismo, sin ocultar gestos de fastidio cuando el frentista hablaba.
No obstante, los tres conductores dejaron constancia de haberse preparado en serio y con sus cuestionamientos e interrupciones nos permitieron conocer más de los huecos y de las limitaciones de los cuatro candidatos.
En síntesis: a mi sí me gustó el tercer debate y creo que los cuatro mejoraron y mucho.
Pienso que el INE hizo muy bien su trabajo en esta tarea de darnos elementos para valorar de qué están hechos los aspirantes a la Presidencia.