«POLÍTICA DE LO COTIDIANO»: Un caldo de cultivo para el acoso y el abuso - Mujer es Más -

«POLÍTICA DE LO COTIDIANO»: Un caldo de cultivo para el acoso y el abuso

Una familia extensa se reúne un domingo en un restaurante de esos grandes, en los que caben grupos numerosos, y en los que hay que esperar un buen rato para obtener una mesa. Mientras los atienden, en la zona de espera se van juntando las varias familias que la componen. Hay una tía mayor, una pareja de abuelos que se abalanzan a besos sobre su nieta Ana, de cuatro años, cuando ésta llega acompañada de su mamá; un poco después se les suma otra parte de familiares, éstos son el tío Tito con su esposa y sus dos hijas.

Tito saluda estruendosa y amablemente a todos y se hace el gracioso con la más pequeña del grupo. Le dice cosas como “¿dónde está esa niña horrorosa?, jajaja”, “¿no te quieres ir con nosotros?, jajaja”, acerca su enorme cara a su altura e intenta hacerle cosquillas. Ana se abraza de la pierna de su abuelo y hace una cara que es en parte miedo, desagrado y desconcierto. Es claro que todo lo que al tío Tito le parece jocoso y “cariñoso”, que se lleva “increíble” con las niñas, no es así para esta sobrina. El abuelo decide cargarla para protegerla y la abuela pone en palabras la incomodidad, sabiendo que el tío se hace el gracioso “de buena fe”, le explica a la niña que “está bromeando”, pero también le explica a él que Ana se asusta.

El tío Tito es un personaje que existe en muchas familias y es un representante completo de la cultura patriarcal (caldo de cultivo para el acoso y el abuso). Primero está seguro de su “simpatía”; no es que asuma que a algunos les guste su modo y a otros no, no, él ES simpático y cae bien con sus bromas, punto. Y al que no le gusten seguro es amargado o amargada, no tiene sentido del humor, o “se cree mucho”. Él tiene derecho a meterse con los otros porque no intenta más que ser amable y jocoso, y “lo es”, y tiene también derecho a tocar a una niña sin su permiso, porque puede, porque para eso es el tío “cariñoso” que pesa cuatro veces lo que Ana y tiene buenas intenciones y ni Ana ni ningún adulto se lo va a impedir.

Ana por su parte representa la vulnerabilidad y la indefensión. No entiende por qué decir “eres horrorosa” tendría que ser bonito, se asusta y le desagrada, encima la toca y a ella no le gusta nada. Pero en esa atmósfera afectiva en la que ella siente feo, todos los adultos están sonriendo. Los abuelos sí perciben que la nieta está asustada, pero no quieren ser groseros con el tío chistosito y “cariñoso”, por lo que claramente la protegen con su gesto, pero nadie declara que a Ana hay que preguntarle si da permiso de que le hagan cosquillas o que pueda decir que no le gusta que le digan “horrorosa”, y que más bien expliquen que “ella se asusta”, como una posible “debilidad” de su personalidad; quizá una niña “más fuerte” no se espantaría. No está completamente indefensa porque sus abuelos la cuidan, pero el mensaje es que lo que ella percibe es solo parcialmente validado, sin embargo, los gestos predominantes son las sonrisas de aprobación por los chistes de Tito, sumados a los que les parece gracioso incluso que Ana se asuste.

Si enseñamos a las niñas y a los niños que los adultos se pueden meter (física o psicológicamente) con ellos porque son sus parientes o sus maestros o amigos, es decir, por su cercanía; porque todos lo hacen de buena fe, es decir, por sus intenciones, aunque no les guste a ellos, validamos que es más importante ser “educados” y no ofender a los adultos, que validar las percepciones y preferencias de las niñas y los niños. Por tanto estos ni se escuchan y si se escuchan se invalidan.

Tal mensaje, sistemática y extensamente repetido, no puede ser más que un caldo de cultivo para el acoso y el abuso que son formas de violencia que se dan en ambientes de conocidos, de gente que bromea, ofende o toca, y la confusa atmósfera afectiva y el contexto confunde a las personas con menos poder o indefensiones varias (por edad, por ser niñas o mujeres, por ser subordinadas/os, por estar más aislados/as) que si perciben desagrado o molestia, no se explican por qué hay risas, aprobación o silencio que valida tales acciones. Por esos ambientes las afectadas o afectados tardan un tiempo en poder reconocer la violencia que sufren y más todavía en poder tomar alguna acción para pararla, porque el acoso y el abuso mismos van debilitando a la víctima, justo empezando por dudar de su percepción y luego por sentirse sola, indefensa y hasta culpable.

Por tanto, un elemento para la construcción de espacios de respeto a los derechos de los más vulnerables, será practicar la escucha de lo que las niñas y los niños sienten, validarlo y respetarlo. Esta práctica no está peleada con el respeto a los adultos, pero estos no pueden pasar por encima de las niñas y los niños y sus derechos.

 


Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.

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