Allá dónde se cruzan los caminos dice Joaquín Sabina, a ese Madrid fuimos, no al Madrid del Corte Inglés, al Madrid de los migrantes, que como si fuera profecía marcaron la tendencia de nuestra semana viviendo allá, no viajando, viviendo metafóricamente en la calle de Amparo de Barrio de Lavapiés, escuchando idiomas desconocidos hasta ahora, conviviendo con la gente que buscando un mejor destino trajo un poco de su país a Madrid, que se adaptó pero también se instaló con costumbres, colores y miradas que hacen de las calles un verdadero bazar mundial, todavía tengo pegado en los ojos los colores de sus trajes, me traje para siempre en la memoria los sonidos cotidianos de su vida cotidiana.
El Madrid del Guernica, de Velazquez y Goya, de Reyes, dinastías, títulos, Palacios y mendigos viviendo en cajas de cartón, del Madrid de Tascas en dónde la gente parece esperar y no espera nada, no hay trabajo, no hay más que hacer que charlar frente a una caña o un tinto de verano, en lo que algo pasa, cada vez menos niños, calles llenas de melancolía, orgullo en su equipo, en su historia, en sus tradiciones, en sí mismos.
Gente amable y detenida en un instante, deambulando por espacios de otros tiempos, espacios propios pero nada sencillos para quienes viven allá, los afortunados que tienen empleo usan todos los turnos, lo hacen con Alegría, sirven cafés, repiten viajes una y otra vez, esa es la vida, no es culpa de nadie, esto va a pasar, saben quienes son, son los conquistadores, la resistencia, la cuna, saben que esto también pasará.
La Plaza mayor, baldosas que reflejan como espejos la luna, la lluvia que vuelve y se va como una mujer indecisa, como una persona siempre lista para dejar todo, la historia de la historia vibrando debajo de nuestros pies, la noche única, tanto que pareciera pertenecer solo a Madrid.
Fuimos esos amantes del círculo polar, esos que tuvieron su espacio en una de esas noches, en una de esas mesas, unos que tuvieron la suerte de hablar de amor, de abrazarse con miradas, de morirse a carcajadas, de llorar sin agua y de vivir sin tiempo.
La Plaza Mayor nos prestó un cachito de su espacio para aislarnos del mundo, y el barrio de Lavapiés un camino para cruzarse con los otros.
El Metro y la estación de Atocha nos rentaron un asiento en sus trenes para ser por ese día viajeros en el tiempo.
Nadie habla de Madrid, Madrid habla de todos, es esa dama mayor que sabe los secretos que le queremos contar, que se abanica con gracia y que es desdeñosa porque sabe que es la más bella y la que mejor canta aunque los encajes de su mantilla ya empiecen a parecer muy viejos.
El Madrid de antes que es el de siempre, la trampa de los lugares así es que toda su historia convive cada día, Reyes, obispos, viajeros de otros tiempos, poetas, pintores y músicos se saludan en las esquinas con los que ahora ocupamos ese espacio, siempre están ahí.
Siempre estamos ahí, quien visita Madrid deja algo muy suyo ahí, aunque no hubiese querido dejarlo.
Nosotros dejamos nuestras promesas y eso las hace promesas de honor.
Bárbara Lejtik. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, queretana naturalizada en Coyoacán. Me gusta expresar mis puntos de vista desde mi posición como mujer, empresaria, madre y ciudadana de a pie. @barlejtik