Chile ha estado en el foco de la lucha feminista recientemente. Hace apenas unas semanas, colectivos en pro de los derechos de las mujeres tomaron las calles. Cerca de 100 mil personas marcharon en Santiago para rechazar una educación sexista, como respuesta a las denuncias de acoso y abuso recogidas en diversas universidades públicas y privadas del país sudamericano. Las protestas se extendieron a otras ciudades como Antofagasta, Valparaíso, Concepción, Temuco y Valdivia.
Ante la presión, el ministro de Educación, Gerardo Varela, anunció que, como parte de las medidas que está llevando a cabo el gobierno, se convocaría a una mesa de trabajo para abordar la situación en conjunto con rectores y el Ministerio de la Mujer. La Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), que forma parte de la Coordinadora Transversal de Mujeres Organizadas, anunció que no participaría en esa mesa.
De acuerdo con los medios locales que han dado seguimiento al conflicto, la vocera de los estudiantes y de las feministas, Paz Gajardo, dijo que no irán a estas reuniones hasta que “el gobierno no se muestre a favor de las mujeres”.
En ese contexto, los inconformes han rechazado la llamada Agenda Mujer, presentada por el presidente Sebastián Piñera el pasado 23 de mayo, en la que propone un conjunto de medidas, sobre todo en materia laboral. Estudiantes y feministas han dicho no sentirse representadas en este proyecto del Ejecutivo, pues aseguran que no corresponde a la realidad que viven cotidianamente, por lo que le exigieron un verdadero compromiso para atender sus demandas.
Y es que en medio de este panorama complejo, surgió una anécdota que ilustra lo difícil que es para las clases políticas entender a cabalidad el problema. El senador de la derechista Unión Democrática Independiente (UDI), Juan Antonio Coloma, fue entrevistado en CNN por la periodista Mónica Rincón en el contexto de la primera cuenta pública de Piñera.
En la charla, Coloma afirmó que “hay un aporte importante en ver cómo podemos cambiar culturalmente, socialmente, legalmente, muchas normas que pueden no estar acorde a lo que necesitamos hoy día, no solamente en materia de educación, como educación no sexista. Pero eso significa no ser sexista, no ser ni machista ni feminista…”.
Rincón lo interrumpió: “¿Está equiparando usted el machismo con el feminismo, senador?“. Coloma le reviró: “no, estoy diciendo que no podemos ser ni una cosa ni la otra”.
“¿Por qué no se puede ser feminista?”, insistió la periodista. El senador –integrante de uno de los partidos de la coalición que llevó a Piñera al poder– le contestó: “porque yo creo que la misma razón que usted podría decir de por qué no puede ser machista”.
El senador, al igual que miles de personas alrededor del mundo, sigue creyendo que el equivalente al machismo en versión para mujeres es el feminismo.
En España, cuando preguntan a muchos políticos o artistas que si se consideran feministas, la respuesta es, en ocasiones, contradictoria: responden que no, porque lo que buscan es la igualdad de sexos. En el país europeo, el pasado 7 de marzo, la entonces ministra de Sanidad, Dolores Montserrat, afirmó en la Cadena SER que defendía “la igualdad real y efectiva”, pero que no le gustan las etiquetas, “y ser feminista es una etiqueta”.
Eso ratifica la profunda ignorancia que prevalece al día de hoy al respecto de los derechos, igualdad e inclusión.
¿Miedo a etiquetas? ¿Las muertes diarias de mujeres vulnerables por su condición de mujeres no da miedo? ¿A los políticos, a la sociedad, no le avergüenza la pasividad ante la trata, ante las miles de menores y mujeres convertidas en esclavas sexuales? ¿El acoso, la brecha salarial, no preocupan?
Al parecer hace falta que las clases políticas alrededor del mundo entiendan lo que Nelson Mandela comprendió a la perfección: “La libertad no se puede lograr a menos que las mujeres se hayan emancipado de todas las formas de opresión”.
Desde el fondo del Arcón
El 2 de junio se cumplió el 122 aniversario del nacimiento de Hermila Galindo, icono feminista de México, constituyente y pionera en el reclamo de derechos sexuales, políticos y sociales, así como de condiciones de igualdad para las mujeres. Al día de hoy, muchas de sus demandas aún no se cumplen. Hacen falta más Hermilas en las tribunas.