¿De veras alguien cree que el domingo 1 de julio terminará la disputa por la nación? En ese momento habrá terminado apenas una fase de las elecciones pero vendrá otra, la crucial: el dictamen por parte del Tribunal Federal Electoral que otorgue la constancia de mayoría a los candidatos ganadores, después de analizar durante julio y agosto las acusaciones que se presenten de fraude, compra de votos, rebase de topes de campaña y demás linduras.
En ese sentido, es cierto que AMLO trae un porcentaje histórico: 40 por ciento de intención del voto. Pero también es verdad que otro tanto rechaza un cambio hacia la izquierda, aunque ese electorado conservador está dividido entre los candidatos del PRI y del PAN, con lo cual diluyen su peso.
La mayor tragedia de la izquierda mexicana es que nunca ha logrado tener representantes en el 100 por ciento de las casillas. Ese fue el talón de Aquiles para Cárdenas en 1988 y AMLO en 2006. Es ahí donde Delfina Gómez perdió el Estado de México pues hubo casillas rurales sin cobertura de Morena, que acabaron aportando el escaso diferencial de votos que le dio el triunfo a Del Mazo. En otras palabras, la ventaja del Peje en las encuestas se puede diluir en las casillas sin representante.
Imaginemos otros escenarios: que el Peje gana apenas de panzaso con un puñado de votos. O bien, que los indecisos de pronto actúan en bloque y le dan el triunfo a Meade. O que Anaya gana por amplio margen a los demás. Cualquier triunfo de esos sería anticlimático. Es decir, cualquier resultado diferente al de un triunfo aplastante de López Obrador, resultaría sospechoso después de tantos meses del “momentum obradorista” que hemos visto.
De ahí que la elección bien pudiera derivar en un fuerte litigio ante el Trife por parte de todos los actores (más allá de que se suelte o no el tigre). Ante un resultado confuso o bien, ante un triunfo apretado de cualquiera, todos los grupos de poder tendrían incentivos para polarizar -aun más- la situación.
Dicho en otras palabras: si no ganan en las urnas, habría quienes pudieran apostar por entrampar las cosas en el Trife lo suficiente, como para que esto desemboque en designar un presidente interino que convoque a nuevas elecciones en 24 meses. Ora si que, aiga sido como aiga sido, la cosa sería que no asuma el poder mi enemigo este 1 de diciembre y ya luego vemos qué sigue.
Hay hechos en apariencia inconexos pero que apuntan hacia ese derrotero. Señalo dos: cuando al Bronco se le acusó de alteraciones en el recabado de firmas para registrar su candidatura, se defendió asegurando que sus enemigos, para empinarlo ante el INE, le sembraron a los reclutadores que habían cometido las trampas (Rodrigo Medina, el exgobernador perseguido por el propio Bronco, ¡apareció registrado como reclutador suyo!). Más allá de la inocencia o no de nadie, es evidente que sí puede darse el caso de descarrilar la elección con artimañas dirigidas al INE y al Trife.
El segundo hecho que genera sospechas son las encuestas que, de pronto, se salen de la tendencia general de las demás casas encuestadoras. Parecieran buscar un cambio de percepción colectiva, en el sentido de “cerrar” artificialmente la elección o desplomar forzadamente a un candidato en particular. Lo único que logran es enrarecer el ambiente. ¿Estamos preparados para una turbulencia de este calibre, al caer la noche el 1 de julio?
Raúl Rodríguez Rodríguez. Escritor y analista político. @rodriguezrraul