Hace algún tiempo le platiqué a un encumbrado priista el “caso Obama”, la legendaria hazaña de ese afroamericano demócrata que en 2008 ganó la Presidencia de Estados Unidos, entre otras cosas, por sus novedosas estrategias de propaganda digital y tecnológica, propias del Siglo XXI. La respuesta de mi interlocutor tuvo un olor a pleistoceno dinosáurico: “En México se ganan las elecciones más bien al estilo Echeverría”.
Viene a cuento esto ahora que el ‘nuevo’ PRI hace agua por todas partes y me parece que es, precisamente, por haber perdido ese toque que durante décadas le caracterizó. En el pasado esa feroz maquinaria tricolor sabía generar empatía con el electorado. Si el socialismo de Lázaro Cárdenas había sido too much para la sociedad fifí, entonces presentaban un candidato católico como Ávila Camacho. Si el estatismo había llevado a la quiebra del país, el revolucionario López Portillo designaba como sucesor al neoliberal De la Madrid.
Hoy pareciera que el máximo mérito del candidato oficialista Meade fuera el haber ocupado cinco secretarías de Estado. Y al parecer el grupo gobernante piensa que eso alcanza para compensar el enojo social, que yo calificaría más bien como ira. Encabronamiento, pues.
Quizá olvidan que el PRI ya había tenido otro candidato presidencial igual de prolífico en ocupar secretarías de Estado, y al que tampoco le ayudó en nada su currícula: Francisco Labastida Ochoa. Fue titular de Energía, Agricultura y Gobernación, gobernador de Sinaloa y presidenciable dos veces (para suceder a De la Madrid y a Zedillo). La gente lo que quería era cambio y por ende este buen hombre perdió las elecciones en el año 2000 pues su cartas credenciales tenían valor cero en esa coyuntura histórica. Su candidatura era como querer venderle agua a alguien que quiere comprar galletas.
No dudo que Labastida hubiera sido mejor presidente que Fox. Al menos más experimentado y técnico. No dudo que Meade sea el más preparado en la contienda de hoy. Pero La Nación no anda en busca de eso. México quiere que alguien pague por los platos rotos por la sangrienta guerra al narco de doce años, y por los atroces desfalcos desde el poder público que nos han dejado boquiabiertos.
Quizá es una actitud visceral e irracional del votante pero así es esto. El electorado así se comporta en todo el mundo. Si no pregúntenle al establishment Británico el susto que se llevó con el Brexit, precisamente por haber calculado mal el enojo social.
Un último apunte: ¿Por qué tan confianzudos e igualados los voceros oficialistas? En su desesperación por acercarlo a la gente le llaman “Pepe” todo el tiempo a Meade. Con eso sólo le restan autoridad (como llamarle Ricky a Anaya o Manolo a AMLO). Si la gente no lo conoce y además lo asocia a dos marcas reprobadas (el Presidente y el PRI) no pueden mostrar a Meade como “el brother de todos” porque fomentan un sentido de falsedad que conduce a desconfiar del mensaje y lo debilitan. Faltan ocho fines de semana para conocer el desenlace.
Raúl Rodríguez Rodríguez, escritor y analista político.