Durante los primeros años de crianza de mis hijos, nunca solicité apoyo de la organización La Liga de la Leche, pero por la forma en que llevé a cabo varios de sus principios creo que hasta pude haber sido una integrante distinguida.
Digo esto no sólo por el hecho de que a mis dos hijos les amamanté casi por dos años (los primeros 6 meses sólo con mi leche) sino también porque cuando regresé al trabajo hice uso de mi “hora de lactancia” para recolectar la leche que les dejaría el día siguiente.
Se ha comprobado que alimentar a un recién nacido con leche materna desde el primer día lo provee de los nutrientes necesarios para su desarrollo óptimo y también le protege de posibles enfermedades infecciosas.
De acuerdo con un informe presentado por la OMS y el Unicef durante la Semana Mundial sobre la Lactancia Materna (agosto de 2017), “si la mitad de los recién nacidos se nutriesen sólo de leche materna hasta los 6 meses, se podría salvar la vida de más de 800 mil niños y 20 mil mujeres cada año”.
Y es que amamantar también trae beneficios para las madres, pues mejora su salud y reduce la posibilidad de padecer cáncer de mama.
Sin embargo, el mismo informe señala que millones de mujeres en el mundo son influenciadas por la publicidad que difunden las empresas que venden leche de fórmula. En ese sentido, el informe planteó una serie de recomendaciones a los gobiernos para abogar por la prevención de la desnutrición en la infancia, apoyando y promocionando medidas sociales y legales para facilitar a las madres trabajadoras la lactancia natural.
Por supuesto que en este tema confluyen tantas variables económicas y sociales que no podemos generalizar ni juzgar, porque más allá de la condición o las posibilidades, amamantar o no es una decisión personal.
Una madre en situación de pobreza seguramente no podrá alimentar a su bebé de manera adecuada por el simple hecho de no estar bien alimentada ella misma. En el extremo opuesto, puede haber madres que decidan no amamantar a sus hijos exclusivamente por razones estéticas.
En mi caso, estoy satisfecha de haber dado un Sí a la lactancia prolongada. Realmente creo que parte del vínculo que ahora me une –en todo sentido– a mis hijos, tiene que ver con esa decisión.
Ello no significa que crea que no pueda darse un lazo fuerte entre madres e hijos si no se pasa por la lactancia. Tengo cercanía con casos de madres con hijos adoptivos cuyo vínculo es más o igual de fuerte que el de las que amamantamos.
Pero esta semana en que celebramos las maternidades, celebro mi elección de amamantar y traigo a mi memoria esa sensación y conexión indescriptibles que se viven en el acto de dar el primer y propio alimento a los hijos.
La mirada entre un bebé lactando y su madre, esa que sirve como imagen de anuncios publicitarios que refuerzan el papel tradicional de la maternidad, entendiendo a ésta como una maternidad abnegada, Sí que tiene fuerza. Ahí vale aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”.
Sin embargo, esa conexión tan poderosa de haber alimentado de primera mano, no debe ni puede invalidar la realización en otros ámbitos igual de satisfactorios que el de ser madres.
Porque si bien amamantar llena de satisfacción, también implica una friega física que empieza con el mal dormir y pasa –en ocasiones– por ganar peso, y todo en aras de la “bendición de ser madres”.
Muchas mujeres deciden dejar de trabajar justamente después del primer mes de vida de sus hijos, tras haber experimentado la CONEXIÓN, bajo la premisa de que nadie podrá alimentarlos o cuidar mejor de ellos, y también porque la vida de una mujer se trastoca de tal forma que la sola idea de conciliar exitosamente lo doméstico y lo profesional asusta a cualquiera.
En la idea general de lo que significa ser madre, no existe imagen más idílica que la de una mujer amamantando. La española Cira Crespo, coautora de “Madres en red: del lavadero a la blogosfera”, señala que las redes sociales han permitido visibilizar y normalizar la lactancia materna (así como mostrar las distintas maternidades o diversidad de familias y la paternidad activa y presente). Sin embargo, creo que persiste la idea de que amamantar es un “acto sagrado”.
No se trata de amamantar como líder de la Liga de la Leche o no amamantar para nada. No. Se trata de encontrar el justo medio para experimentar una maternidad gozosa sin detrimento de la realización profesional.
En la semana de la celebración a las madres, yo digo Sí a lactancia materna que nos recuerda nuestra condición de mamíferas y No a la abnegación que nos limita sólo a la realización maternal.