Mi colega, maestro y amigo, Nacho Maldonado, fundador del ILEF, suele contar que en los inicios de su práctica como psicoanalista, psiquiatra y luego terapeuta familiar, le llamaba la atención la cantidad de mujeres que venían diagnosticadas por psiquiatras u otros colegas como personas con un trastorno borderline.[1] Hoy, dice Nacho, a la luz de su experiencia de muchos años en el tema de violencia familiar, le queda claro que la mayor parte de esas mujeres habían sufrido violencia en su infancia y/o en su adultez y que las manifestaciones diagnosticadas como borderline podrían leerse, contextualmente, como un producto claro de la violencia y no como un trastorno intrapsíquico, acontextual. Esta reflexión de Nacho nos ha permitido, a quienes hemos trabajado con él el tema de violencia, utilizar estos lentes de género y contexto para trabajar con estas mujeres víctimas de violencia, hoy en día, en una comprensión y co-construcción de narrativas más liberadoras, a partir del reconocimiento de las historias que las llevaron a ese sufrimiento y no como mujeres con trastornos y etiquetas psiquiátricas.
Siguiendo esta misma línea, en mi experiencia con mujeres que han vivido o viven violencia, muchas de las cuales se han involucrado, por la misma razón, en denuncias o procesos de justicia diversos (penales, administrativos, familiares), es una constante que a quienes les toca ser testigos o acompañantes de sus casos tengan, aun con pena, delicadeza o hasta simpatía, cierta impresión de que la mujer en cuestión sea algo “rara”, “intensa”, “imprudente”, “desbordada”, y en estas descripciones me refiero a sus aliadas o aliados, ya no digamos de sus contrapartes o jueces, o cualquier elemento del sistema de justicia con el que tiene que defenderse y a veces enfrentarse, que pueden usar cualquiera de esas manifestaciones, producto de la misma violencia que padece, en su contra para descalificarla y demostrar que “todo mundo sabe que está loca”, “que miente”, “que exagera”, “que quién le puede creer”.
Pues eso, que no es casual que las mujeres que enfrentan estos procesos tengan en común el estar “desbordadas”; pero no es que denuncien o fueron víctimas de acoso o violencia porque están “locas”, al revés, éste es un síntoma de la violencia, al que si se agrega un sistema que las estigmatiza, no escucha, descalifica, desatiende, lógicamente las lleva a un estado más alterado que bien podemos resignificar como justa indignación.
Tanto profesionales de la salud mental como abogadas, abogados y jueces han llegado a la conclusión de que es deseable que quienes enfrentan procesos de justicia tengan un apoyo emocional. Muchos lo ven con un propósito benevolente pero lineal: que se calmen.
Ciertamente la calma y la serenidad ayudan a quien se enfrenta a procesos legales a tener mayor agencia y asertividad sobre su proceso. Sin embargo, esta visión lineal conlleva otra vez la implicación de que la persona está mal y debe controlarse. Es por eso que también muchas mujeres se oponen a esta sugerencia de tomar terapia, porque aceptarlo sería aceptar que “están locas”, y esto descalificaría su indignación.
Por eso un acompañamiento emocional con visión de género y de derechos aspira a no revictimizar estigmatizando el comportamiento, sino reconstruyendo una historia personal con fuertes componentes políticos y sociales por los que una mujer ha llegado a ser víctima de diversas violencias, poniendo contexto a los síntomas y resignificando la rabia en indignación y justicia, por las vías que la consultante decida y hasta las consecuencias que plantee tras un proceso reflexivo. Una víctima no puede quedarse siempre en víctima con rabia porque no es saludable ni productivo, pero tampoco puede pretenderse que simplemente “se calme”, una tranquilidad personal se logra deseablemente con la combinación de un trabajo personal y la obtención de la justicia.
[1] El trastorno límite de la personalidad, borderline, es definido por el DSM IV como un trastorno que se caracteriza primariamente por inestabilidad emocional, pensamiento extremadamente polarizado y dicotómico, impulsividad y relaciones interpersonales caóticas (Wikipedia).
Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.