Sería deseable y sano para la democracia que quienes aspiran a gobernar a México, pudieran confrontar ideas y decirse de frente lo que piensan.
Yo creo que sería muy positivo. Pero también sé que no sería recomendable para quien no sabe debatir, para quien carece de ideas o para quien va cómodamente muy arriba en las encuestas.
Los debates previos a una elección presidencial deberían ser la mejor arma de los políticos para mostrar quién tiene las mejores propuestas para gobernar a un país.
No creo que Andrés Manuel López Obrador sea un “rajón”, ni que José Antonio Meade y Ricardo Anaya sean muy “machitos”.
En su momento lo hizo AMLO y fue un grave error. Después lo hizo Enrique Peña Nieto y no pasó nada. Evadir los debates tiene su riesgo, encararlos también.
El candidato de Morena no quiere exponerse. Él es el puntero y los que les siguen están muy lejos en el segundo y tercer lugar.
Su dedito dijo no. Solo participará en los tres debates que organizará el Instituto Nacional Electoral, abril 22 en la Ciudad de México, mayo 20 en Tijuana y junio 12 en Mérida.
¿Para qué arriesgar cuando la ventaja es tan amplia?
¿Para qué rehuir cuando hay seguridad en uno mismo?
Hay quienes creen que José Antonio Meade y Ricardo Anaya tendrían ventajas en los debates, porque los dos son buenos oradores y López Obrador no. Además, es lento para hablar, con ideas ambiguas y lugares comunes.
Ahora que nuevamente el Tribunal Electoral corrigió la plana al Instituto Nacional Electoral para que los candidatos puedan participar en debates organizados por medios de comunicación durante la “absurda e innecesaria” intercampaña, bien podría aprovecharse para organizar un buen debate.
Se necesita atraer el interés de la población, que los candidatos confronten ideas, presenten propuestas y posicionamientos claros y viables en temas que interesan a la sociedad y no solo dedicarse a señalamientos, acusaciones y cartoncillos con cifras y datos sin sentido.
Son necesarios porque los formatos que ha realizado la autoridad electoral son aburridos, acartonados y somnolientos.
Más allá de las descalificaciones de Vicente Fox, quien llamó a Francisco Labastida “mariquita” y “lavestida” en el 2000 o hace 6 años, a la despampanante mujer del vestido blanco, creo que nadie recuerda algo más de un debate entre candidatos a la Presidencia de México.
Los debates en otros países son muy esperados y un porcentaje amplio de los votantes definen su voto después de estos.
Sin duda que los tres debates que ya están asegurados serán muy útiles, pero necesitamos saber más de quienes pretender gobernarnos.
Según las encuestas, el 25 por ciento de los votantes, aún no tiene definido su voto. A eso le apuestan las coaliciones “Juntos por México” y “Por México al Frente”, atraer esos votos.
Meade y Anaya seguirán insistiendo a López Obrador para que acepte debates ajenos al INE. Y él seguirá revirando que debatan entre ellos dos.
Faltan tres meses y nada está escrito. Son muchos los indecisos y seguramente serán ellos quienes definan al ganador el domingo uno de julio.
Por lo pronto tendremos que aguantarnos con los spots que no dicen nada, que no generan opinión, que incluso sirven, algunos, para la guerra sucia.
Y si los debates llegaran a ser muy buenos, como el histórico entre Hillary Clinton y Donald Trump, valdría la pena recordar que la que ganó el debate, perdió la presidencia.