En el margen de los festejos del “Día Internacional de la Mujer” me da por pensar que más bien debería compartirles una receta familiar o volver a quejarme de las campañas políticas, pocas cosas me resultan tan complicadas de entender y a la vez poner en letras, no sé a las demás pero a mí me resulta demasiado comprometedor escribir sobre esto, más si mi conciencia me obliga, si no resulto clara, congruente o consistente en mis ideas me disculpo sin pretextos, solo con la honestidad de reconocer todo el conflicto que el tema me genera.
Mujer, al menos durante toda esta vida, única niña en una familia sumamente conservadora, egresado de escuelas de puras niñas, oriunda de un estado tradicionalista, contrarresta mi historia con mi realidad actual, profesionista, propietaria de un negocio de y para mujeres, columnista en un medio que en el nombre lo dice todo, madre de tres adolescentes y orgullosa descendiente de un sistema puramente matriarcal.
Aceptar el “Día de la Mujer” en el contexto que se le ha dado en nuestro paíse, casi simulando un segundo día de la madre, con la diferencia de que este incluye a las que no tienen hijos y a las menores de edad, en el que se comparten lindas postales que adornadas con flores y mariposas hablan de nuestra capacidad de ser dulces, amorosas, confiables y sexys, me resulta por demás contradictorio y chocante el simple hecho de festejarnos, me confirma la certeza que nos damos a nosotras mismas de minoría, de víctimas de un sistema machista y excluyente.
Muchas cosas son ciertas, como que el Día de la Mujer se instituyó para conmemorar aquellas mujeres que murieron en un incendio por estar encerradas trabajando en condiciones infrahumanas, es cierto también que millones de mujeres son ultrajadas, abusadas y explotadas por hombres, pero, también por mujeres, también es cierto que hoy en día, independientemente de los años de lucha para lograr ser escuchadas y tomadas en cuenta.
Por cada mujer que quiere estudiar y trabajar hay otras tantas que buscan el pretexto que sea para evadir la obligación que tenemos todos de ser parte del movimiento laboral del país, madres que influyen en sus hijas para que busquen un marido que las mantenga y sustente todos sus gastos, muchas veces a cambio de que ellas se hagan de la vista gorda ante sus comportamientos, finalmente, la vida del club, los desayunos con amigas, el gimnasio y las tardes en el casino bien lo valen.
Nos llenamos la boca hablando de equidad de género cuando tantas veces somos nosotras mismas las que nos ponemos el pie en esta cubeta llena de cangrejos, en los sistemas corporativos en los que los sueldos son desiguales, en las empresas en las que existe acoso sexual hay también muchas mujeres presenciando esto sin hacer nada, incluso disfrutándolo y promoviéndolo, y no hablo de algo que no sepa, yo misma he trabajado en empresas en las que he visto cómo son las mismas compañeras las que desprestigian a las otras mujeres, cómo hablan mal de ellas y las difaman, cómo aprovechan su atractivo físico para obtener ascensos y privilegios, lo vemos desde la escuela básica, alumnas que no temen coquetear con los profesores por obtener una mejor calificación, no vayamos más lejos, ¿cuántas amas de casa dan seguro social y prestaciones justas a sus empleadas domésticas?
Las cosas que uno observa en el día a día, que ve en la calle, que escucha en las conversaciones de café son más que desoladoras, y eso es lo que nos da en la torre como sociedad, porque mientras haya mujeres que permanezcan casadas por comodidad o por miedo, y que sustituyan sus vacíos con amantes de ocasión, o desquitando su rabia interna castigando a sus hijos, influyendo en otras mujeres, sometiendo injustamente a las personas que les brindan un servicio, hablando mal de las otras, urdiendo estrategias para obtener mayor provecho con menor esfuerzo la lucha de las verdaderas guerreras seguirá siendo insuficiente.
Cada quien vive su liberación y su empoderamiento de manera personal, no todas podemos ser Ángela Merkel ni Francés Mc Dormand, cada una desde nuestra trinchera trabaja y hace lo propio, educa, ayuda e impulsa. Victimizarnos no es empoderarnos, los resultados se logran no atrincherándonos asustadas como cebras acosadas por los depredadores, sino dándonos la mano.
Me niego a viajar en el vagón rosa de la vida, me pronuncio a favor de quien hace las cosas con convencimiento y dignidad, ninguna lucha es poca, hay nombres para las grandes marquesinas de la vida pero también hay lugar y reconocimiento para quien respeta a su prójima, por quien incita a sus hijas a salir adelante, por quien honra a las mujeres que ya lograron avanzar y las que les tienden la mano a las de más abajo, por quien respeta el paso lento de las demás y válida su lucha desde sus propias capacidades.
Esta es una batalla de todas, más que una batalla un proceso y un compromiso, no de vivir de la denuncia, no de vivir como víctimas sino de hacernos valer como personas dignas y completas.
Felicidades pues. Felicidades a las que luchan, a las que defienden, a las que están orgullosas de sí mismas, que no delegan, que respetan los espacios y tiempos de las demás, a las que validan sus fortalezas y son amables con sus debilidades, a las que se hacen responsables de sus decisiones y respetan los compromisos y su propia vida, a las que enaltecen el género, muchas felicidades.
Bárbara Lejtik. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, queretana naturalizada en Coyoacán. Me gusta expresar mis puntos de vista desde mi posición como mujer, empresaria, madre y ciudadana de a pie. @barlejtik