¿Qué habría sido de mi infancia con algún poema de Sor Juana entre mi feliz repertorio?
Me lo pregunto ahora que soy consciente de su ausencia en aquellas tardes de solitaria declamación.
Recuerdo que una vez terminada la tarea escolar, iba al cuarto de estudio, como le decíamos en El Salvador a esa pequeña biblioteca, y leía versos.
Porque gracias a mis padres y a la maestra de primaria, crecí con la idea de que consumir poesía era parte de la vida.
El salvadoreño Alfredo Espino, el nicaragüense Rubén Darío y el mexicano Amado Nervo eran los infaltables.
Pero a mí me gustaban los versos hechos por mujeres y encontrar poetas en aquellas antologías era un reto emocionante.
Primero fueron las salvadoreñas Claudia Lars y Claribel Alegría. Pero después llegó el deslumbramiento por Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Alfonsina Storni.
Así la vida en mi patria de origen. Pero llegó la guerra civil y el viaje a México: primero mi padre, después mi madre y en noviembre de 1978 mi hermana y yo.
Para nuestra fortuna, en la Secundaria técnica 17, la demolida recientemente en Coyoacán, la poesía también era cosa cotidiana.
Fue entonces, sólo hasta entonces, Dios, que disfruté con azoro a Sor Juana Inés de la Cruz.
Ignoro porqué siendo de la misma Mesoamérica, en un país tan amante de la poesía y de la cultura latinoamericana, una niña que buscaba versos femeninos nunca se topó con las letras de esa diosa de la literatura mexicana.
Porque era ya una adolescente cuando incluí en mis recitales imaginarios a la bella Sor Juana:
“¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida
De tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!”.
Ya en el CCH Sur vendría el éxtasis de escuchar los versos de Sor Juana, en voz de Susana Alexander, quien en sus recitales en los años ochenta también declamaba a nuestra también amada Rosario Castellanos.
Ambas poetas fueron en aquellos días de destierro prematuro una inspiración y una identidad, esa que muy pronto me convirtió en mexicana y en dichosa declamadora de sus poetas.
Ya en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, gracias a los consejos del maestro Alberto Dallal, leer poesía y prosa en voz alta se hizo una disciplina.
“Es la mejor forma de prepararse para escribir bien”, nos decía. Y con la fe puesta en el deseo de vivir para siempre de las palabras hilvanadas, nosotros le creíamos.
Esas tardes coyoacaneses de mis tiempos ceceacheros y universitarios se me agolparon este martes cuando Miriam Chávez Trejo, colaboradora de la senadora Ana Lilia Herrara, nos compartió la buena noticia.
Estábamos Paty Betaza y yo a la espera de la legisladora para fines de una entrevista, cuando Miriam, emocionada, nos contó que este 23 de febrero el Consejo Consultivo de la Rotonda de las Personas Ilustres aprobó erigir un cenotafio en honor de la décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz.
Nos explicó que un cenotafio es un monumento funerario en el que no se encuentran restos mortuorios, pero que simboliza el espacio de los mismos para el personaje a quien se le dedica.
La decisión de llevar a Sor Juana a la Rotonda responde a una iniciativa que la senadora Ana Lilia Herrera presentó en 2015.
Para 2017, el Senado aprobó la propuesta. Y se hizo la solicitud al citado Consejo Consultivo.
Falta ahora que el Ejecutivo Federal emita la declaratoria de Juana Inés de Asbaje como Mujer ilustre y se determinen los honores y homenajes que deberán rendirse en la Rotonda del Panteón Civil de Dolores.
Será un gran momento para leer en voz alta su poesía y enorgullecernos de esa mujer que vivió 47 años y sembró para la identidad mexicana la determinación del derecho de las mujeres al conocimiento, al saber y a la palabra.
Que nunca les falte a nuestras niñas y a nuestros niños la oportunidad de saber que Sor Juana nos representa y nos define en su poesía, universal y eterna.